Tradicionalmente, la Iglesia ortodoxa de Ucrania ha celebrado siempre la fiesta de Navidad el 7 de enero, siguiendo la tradición del Patriarcado de Moscú, aunque los escaparates de las principales ciudades han seguido en los últimos años el calendario occidental y adelantado sus regalos al 25 de diciembre. Este año, en la primera Navidad tras el comienzo de los ataques por parte de Rusia el pasado 24 de febrero, parece que el 25 de diciembre dejará de ser la fecha de una celebración con ciertos toques consumistas para ser preferentemente el día en que confluyan las diferentes tradiciones cristianas orientales y occidentales en torno al Niño de Belén.
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Y es que el Sínodo de la Iglesia ucraniana ha acogido positivamente las peticiones de las parroquias que quieran celebrar plenamente la Navidad el 25 de diciembre si así lo desean. La petición está siendo mayoritaria incluso en las zonas controladas por Rusia, especialmente en el este de Ucrania. Lo que demuestra que la Navidad no es indiferente, ya que, en cierto modo, supone una forma de posicionamiento para las comunidades.
Mientras, las fuerzas rusas han llegado incluso al secuestro de sacerdotes, como el sufrido por los claretianos Ivan Levystky y Bohdan Geleta; por su parte, las autoridades ucranianas han mandado su advertencia a la Iglesia de Moscú, sancionando a una decena de clérigos que forman parte de la jerarquía del Patriarcado y que han sido acusados de colaborar con las autoridades rusas o de justificar desde el púlpito las operaciones impulsadas por Vladímir Putin.
Fuertes tensiones
Estas tensiones se viven sobre todo en el oriente del país, a medida que las tropas rusas van avanzando. Alguien que conoce muy bien la situación, puesto que decidió permanecer en Kiev, es el salesiano Maksim Giosafat Ryabukha, que ha sido elegido por el Sínodo de los Obispos de la Iglesia greco-católica ucraniana como obispo auxiliar de Donetsk. Tras la confirmación del papa Francisco –que le ha asignado la titularidad de la Diócesis de Stefaniaco, una antigua Iglesia situada en territorio albanés–, se ha estrenado como obispo a las puertas de la Navidad, celebrando su consagración episcopal en la mañana del 22 de diciembre en la catedral de la Resurrección de Cristo de Kiev.
En la capital ucraniana ha sido hasta ahora director de una comunidad salesiana que se ha trasformado totalmente para atender a las víctimas de la guerra que han permanecido en uno de los principales objetivos en un país amenazado. “Creo que mi pueblo alcanzará la paz. Con Dios a nuestro lado, nada es imposible”, comenta esperanzado este religioso de 42 años que está a punto de trasladarse definitivamente a orillas del río Kalmius, una de las zonas que, de facto, está bajo control ruso desde la guerra del Dombás de 2014 y en la que la Iglesia ucraniana, incluyendo la católica oriental, no quiere perder su presencia a pesar de la tensión permanente.
Ryabukha se define como alguien que ha sido siempre “un sacerdote entre los jóvenes, entre las barriadas y suburbios…”. Nunca habría pensado “en cosas más grandes como el servicio episcopal”, confiesa a Vida Nueva. “Ahora encomiendo mi corazón a Dios; si quiso mi elección y ve posible lo que es imposible a mis ojos, que Él me guíe”, señala ante una misión que asume en situaciones no precisamente serenas.