Europa

Una víctima de Rupnik: las autoridades eclesiásticas “han dicho medias verdades para tratar de sobrevivir”

La que fuera secretaria de la fundadora de la Comunidad Loyola denuncia los muros que las religiosas abusadas encontraron en Eslovenia y en Roma





Mientras los diferentes organismos que tienen bajo su tutela al conocido artista jesuita Marko I. Rupnik tras diferentes acusaciones de abusos, con demasiada lentitud y poca claridad para algunos, el diario italiano Domani ha publicado una entrevista con otras de las víctimas abusadas por el sacerdote. En esta ocasión se trata de una religiosa que fue secretaria de Ivanka Hosta, la fundadora y superiora general de la Comunidad Loyola en Eslovenia. Una comunidad y una religiosa sobre las que, a día de hoy, no constan investigaciones o medidas canónicas específicas.



Falta de confianza en la superiora

La religiosa, cuyo nombre se mantiene en el anonimato, tiene actualmente 60 años y responde al periódico como hizo en hace unos días otra religiosa italiana que dio amplios detalles de los abusos sexuales y de conciencia sufridos tanto en el estudio del jesuita en Roma como en la comunidad en Eslovenia. Un testimonio en el que llegaba a afirmar que podrían ser una veintena las religiosas que habían sufrido abusos por parte del padre espiritual de la fundación.

En el nuevo testimonio se apunta a la complicidad, con su silencio, de las autoridades eclesiásticas y de los jesuitas en este caso. La religiosa fue del grupo inicial que se formó en Liubliana en 1984 y en a sus 25 años profesó sus votos perpetuos junto a seis hermanas, entre ellas la superiora Hosta. De ella relata que “Rupnik nos decía que Ivanka tenía el carisma pero que no lo sabía transmitir, que solo él podía interpretar este don y transmitírnoslo a las hermanas”, creando así de esta manera “un muro entre Ivanka y las otras hermanas de la comunidad que de esta manera no podían confiar ella” impidiendo una “relación sincera” entre la superiora y las hermanas. “Poco a poco, éste se convirtió en el estilo de las relaciones entre nosotros”, lamenta.

Tras cinco años de “gran alegría” en la comunidad, descubrió la realidad de los abusos en 1989 cuando fue enviada a Roma a seguir sus estudios sintiendo “que el principio de mi oscuridad se debía al padre Rupnik”. El jesuita le alejó de una de las hermanas con las que tenía una gran amistad, también prohibió la vistas, cartas y llamadas a su familia. Seguir indicaciones como estas han marcado las relaciones de la religiosa, que tuvo que no ha podido desarrollar “amistades profundas” o justificar a sus padres que no iba a contactar con ellos porque “estaba preocupada por su salvación” y cosas “más tremendas” que añadió otra religiosa encargada de supervisar la misiva.

Arte y artista

Más allá de los recuerdos, confirma que en 1993 llegaron las primeras denuncias de abusos a la mesa de superiora. Ella misma animó a otras religiosas a llevar su historia a Hosta y recuerda a Rupnik “furioso” después de que el arzobispo de Liubliana le alejó de la comunidad tras la denuncia eclesiástica de la primera religiosa –y que la propia secretaria informara directamente al provincial jesuita de entonces–. El alejamiento del jesuita se explicó, cuenta, como una medida para que el carisma pasara del fundador a la comunidad.

Este movimiento, prosigue, hizo que “la comunidad comenzara a funcionar como una verdadera y auténtica secta” aumentando los miedos, la desconfianza, el señalamiento y el control, se analizaban los confesores, la dirección espiritual se confió a hermanas de la comunidad… se analizaban hasta los contenidos de la oración personal. Este “ambiente sombrío” generó numerosas salidas de la comunidad, 19 en pocos años –incluyendo la secretaria–. Más tarde, en 1998 relató su experiencia en la curia general de los jesuitas y se enteró que, poco antes del confinamiento, se había comisariado la comunidad. También lamenta no haber tenido respuestas a las cartas que envío sobre el tema el pasado mes de junio.

Valorando las reacciones de los obispos eslovenos desmiente que ellos “no supieran” entonces ya que el caso llegó al arzobispado y a los jesuitas de Eslovenia y de Roma. “No creían que iríamos tan adelante en las denuncias públicas y han dicho medias verdades para tratar de sobrevivir”, sentencia. Es más, reconoce que “hasta que la Iglesia no comprenda que la condición de abusador de Rupnik está ligada a la de artista, seguirá restando importancia a la gravedad de lo ocurrido”.

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