Benedicto XVI, fallecido hoy, ha sido un papa que puede presumir de no haber suspendido audiencias o celebraciones importantes por un ingreso hospitalario, una gripe o una simple subida de fiebre. Sin embargo, a cuenta gotas, en los últimos años su salud se ha debilitado progresivamente como cabría esperarse en una persona de su edad. Aunque la disminución de fuerzas físicas fue una de las razones que el propio pontífice presentó al anunciar su renuncia aquel inolvidable 11 de febrero de 2013, lo cierto es que no ha tenido una enfermedad grave que directamente le haya apartado de la cátedra de San Pedro, más allá de los achaques propios de la edad.
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Ahora bien, el historial médico de Joseph Aloisius Ratzinger comienza con una preocupante difteria que casi le cuesta la vida a los pocos años de edad. Y es que para los padres, el niño parecía tener algunos síntomas propios de un bebé prematuro –a pesar de haber agotado cumplidamente su tiempo de gestación–. La enfermedad le dejó casi inconsciente y muy debilitado al sufrir cada vez que tenía que comer algo, hasta que sor Adelma, su madrina de bautismo, comenzó a prepararle una papilla de avena. Para el adulto Ratzinger, la superación de esta grave crisis de salud sería obra de su Ángel Custodio.
Una criatura que volvería a salvarle de una lesión que tuvo en la mano durante la guerra y que casi hace que un médico le amputase el dedo pulgar –lo que cerraría su posible ordenación sacerdotal–. Antes, los médicos también le habían diagnosticado una lesión cardiaca que obligará a ponerle un marcapasos poco antes de comenzar su pontificado.
Rodillas y cadera
Los episodios más delicados son los dos ictus que ha tenido. El primero en 1991, con 64 años, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y por el que estuvo hospitalizado diez días en una clínica romana. Poco antes del cónclave de 2005 también sufriría un segundo ictus. Más allá de esto, sus demás hospitalizaciones fueron por caídas en el baño durante sus vacaciones: una en 1992 –con puntos en la cabeza incluidos– y otra siendo Papa en 2009 donde se le hizo una operación ambulatoria de muñeca.
Tras su retiro, ha sido constante el deterioro en cuestión de movilidad. Mientras Ratzinger mantenía su lucidez, pronto las rodillas y la cadera le comenzaron a fallar a causa de la artrosis y se ve obligado a pasar primero del bastón al andador y luego a la silla de ruedas. De hecho, en la recta final de su pontificado, desde 2011, ya usa una plataforma para recorrer el pasillo de la basílica de San Pedro sin necesidad de andar. A esto se unirá un debilitamiento en la voz que le crea afasias en algunos momentos, la necesidad de llevar audífono, el cuidado de la hipertensión o la aparición puntual de alguna infección. Ahora bien, oficialmente el protocolo COVID-19 ha funcionado ya que el pontífice, en su aislamiento en el monasterio ‘Mater Ecclesiae’ se ha vacunado y ha sorteado el virus.