Apenas 48 horas antes de que de diera comienzo en el Vaticano el Sínodo por la Amazonía –celebrado en octubre de 2019–, el Huffington Post Italia publicaba un extracto de una de las notas a partir de las cuales Benedicto XVI, fallecido hoy, escribiría su tercera encíclica, ‘Caritas in veritate’.
Un documento que, aun teniendo más de una década, refleja una posición, por parte del entonces Papa, tremendamente actual y muy en la línea con su sucesor, ya que afirma que la Iglesia “debe defender no solo la tierra, el agua y el aire como dones de creación que pertenecen a todos”, sino que debe, sobre todo, “proteger al hombre contra la destrucción de sí mismo”.
De hecho, en la nota, el papa Ratzinger afirma que la degradación de la naturaleza está estrechamente vinculada a la cultura y que, por ello, se debe dar forma a la convivencia de las personas, caminando hacia una verdadera “ecología humana”. Siempre, con “especial atención a los pobres”, lo cual se han convertido en el eje de la predicación de su sucesor, el papa Francisco.
“El ambiente natural ha sido dado por Dios a todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad hacia los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad”, subrayaba el Papa emérito.
“Si la naturaleza, y los seres humanos primero, se consideran como resultado del azar o del determinismo evolutivo, la conciencia de responsabilidad se atenúa en las conciencias”, advertía en la nota, ya que es precisamente en la naturaleza donde “el creyente reconoce el maravilloso resultado de la intervención creativa de Dios, que el hombre puede usar responsablemente para satisfacer sus necesidades legítimas, materiales e inmateriales, mientras respeta los equilibrios de la creación”.
“Si esta visión falla”, continuaba el escrito, “el hombre termina o considera que la naturaleza es un tabú intocable o, por el contrario, abusa de ella” y ambas actitudes “no se ajustan a la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios”.
Asimismo, Benedicto XVI hacía referencia en la propia encíclica a los problemas energéticos, recalcando que “el acaparamiento de recursos de energía no renovables por parte de algunos estados, grupos de energía y compañías es, de hecho, un serio impedimento para el desarrollo de los países pobres”.
Y es que los países en vías de desarrollo “no tienen los medios económicos para acceder a las fuentes de energía no renovables existentes o para financiar la búsqueda de fuentes nuevas y alternativas”. Además, recordaba que “el arsenal de recursos naturales, que en muchos casos se encuentran precisamente en países pobres, genera explotación y conflictos frecuentes entre y dentro de las naciones”, y mostraba su preocupación por el hecho de que estos conflictos “a menudo se libran en el suelo de esos países, con fuertes resultados en términos de muerte, destrucción y mayor degradación”.
“La comunidad internacional tiene la tarea indispensable de encontrar formas institucionales de regular la explotación de los recursos no renovables, con la participación también de los países pobres, para planificar juntos el futuro”, apostillaba el entonces Papa, siete años antes de que Naciones Unidas firmase el Acuerdo de París, estableciera la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Con esta nota, inédita hasta el momento, sobre justicia social y ecología, en la que se afirma que la Iglesia debe estar presente en la realidad del mundo y afrontarla, Benedicto XVI respondía decisivamente a quienes, como hoy con Francisco, afirmaban que un Papa no debía tratar esos temas.
De hecho, algunos miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe llegaron a preparar un texto alternativo en el que se planteaba si realmente era necesario elevar al nivel teológico de encíclica, a pesar de que el mismo Ratzinger había sido, durante años, prefecto de la Congregación. Las mismas críticas, en definitiva, que recibió Francisco por ‘Laudato si’’ y por el Sínodo por la Amazonía, acometidas casi una década antes.