Vaticano

Cuando Ratzinger, justo antes de ser Benedicto XVI, ya vio claro el problema: “¡Cuánta suciedad en la Iglesia!”

  • En la Semana Santa de 2005, la última de Juan Pablo II, escribió las meditaciones del Viernes Santo
  • Lejos de ser un mensaje más, el entonces prefecto de Doctrina de la Fe, fallecido hoy, clamó contra los males de la Iglesia
  • ESPECIAL: Benedicto XVI: adiós al Papa emérito





Entonces él no lo sabía. Pero Joseph Ratzinger, quien hoy ha muerto en Roma, en la Semana Santa de 2005 estaba a las puertas de ser papa y de suceder a un Juan Pablo II que impresionó al mundo al seguir el Vía Crucis del Viernes Santo muy lejos del Coliseo. Un muy enfermo Wojtyla seguía las meditaciones de las estaciones sentado en su habitación, ante la televisión. Unas meditaciones escritas por uno de sus principales colaboradores desde hacía décadas: su prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.



Si ya de por sí fue un momento cargado de emoción y de especial sobrecogimiento, la atención del catolicismo mundial tuvo aún otro elemento más en el que depositar la mirada. Y es que, lejos de escribir un texto formal o simplemente espiritual, Ratzinger incluyó un aldabonazo cuyo eco tuvo resonancia planetaria: “¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar entregados al Redentor! ¡Cuánta soberbia! La traición de los discípulos es el mayor dolor de Jesús”.

El sufrimiento de Cristo

Un dardo doliente en el que el futuro Benedicto XVI lanzaba al aire varias preguntas: “¿No deberíamos pensar en lo que debe sufrir Cristo con su propia Iglesia? En las veces que se abusa del sacramento de su presencia y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Que poca fe hay en muchas teorías! ¡Cuántas palabras vacías!”.

En ese punto, el teólogo oró directamente a Dios: “Ten piedad de tu Iglesia. También en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez”. Un hombre de fe que, pese a su teórica entrega, “se está dejando llevar por las corrientes, creando un nuevo paganismo”. Algo a su juicio “peor, ya que, queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre”.

Destruir el poder de las ideologías

Con todo, Ratinger aún tenía esperanza y señalaba un posible camino de salvación en el que imploraba la ayuda del Creador. Un Creador al que llamaba a romper, a resquebrajar: “Destruye el poder de las ideologías para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas de mentiras. No permitas que el muro de materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de nuevo; haznos sobrios y vigilantes para poder resistir la fuerza del mal”.

No obstante, la Historia nos enseña que eso ya pasó. Y ni más ni menos que con el Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre: “La justicia fue pisoteada por la bellaquería, por lo pusilánime, por miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre”.

Verdad y justicia

Eso sí, para acometer tal obra es necesaria la integridad. La noción de justicia. La bondad. El amor sin límites. Y eso en el hombre no es tan fácil… “¡Cuántas veces los hombres hemos preferido el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia!”, (nos) remató Ratzinger.

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