La visita pastoral de Benedicto XVI, fallecido hoy, a Líbano en septiembre de 2012 dejó peticiones muy claras para el país y para todo Oriente Medio: urge erradicar la violencia, trabajar por la paz y recuperar una fraterna comunión, recalcó en sus 11 discursos en el país. La exhortación ‘Ecclesia in Medio Oriente’ se ofreció como guía para renovar la valentía y la esperanza de los cristianos.
“Ha llegado el momento de partir y dejo con pesar el querido Líbano (…). A la consideración y el respeto habéis añadido algo más: algo parecido a una de esas especies orientales que enriquecen el sabor de los alimentos: vuestro calor y vuestro corazón me han despertado el deseo de volver”, dijo Joseph Ratzinger al partir.
Estas palabras, insólitas en un hombre como Ratzinger, que administraba parsimoniosamente la comunicación de sus sentimientos personales, las pronunció en el aeropuerto internacional de Beirut Rafiq Hariri, minutos antes de subir al avión de la Middle East Airways que le devolvería a Roma. Había en su rostro una extraña mezcla de alegría y de melancolía que pocas veces habíamos visto.
En los tres días de esta visita pontificia el clima se fue caldeando: de la mitigada acogida popular del primer día –causada en buena parte por las excepcionales y drásticas medidas de seguridad–, a una participación cada vez más calurosa de las gentes, que culminó en una apoteosis multitudinaria y festiva.
Esa fue la atmósfera en que se celebró la misa del domingo 16 de septiembre en el City Center Waterfront de Beirut, la inmensa explanada robada al mar con los miles de toneladas de edificios destruidos en la guerra civil de 1975-1990.
La mayoría eran libaneses, pero había también una nutrida representación de refugiados sirios e iraquíes, así como peregrinos llegados de Turquía, Jordania y otros países de Oriente Medio.
Con Benedicto XVI concelebraron la Eucaristía 300 cardenales, patriarcas y obispos. Ya en su homilía (en francés, como todos sus otros discursos), Benedicto XVI dijo que “en un mundo donde la violencia no cesa de extender su rastro de muerte y destrucción, servir a la justicia y a la paz es una urgencia para comprometerse en aras de una sociedad fraterna, para fomentar la comunión”.
Pero fue en sus palabras a la hora del ángelus donde el Papa explicitó de forma luminosa y contundente lo que había ido repitiendo en días anteriores.
“Conocéis bien –dijo en su alocución– la tragedia de los conflictos y de la violencia que genera tantos sufrimientos. Desgraciadamente, el ruido de las armas continúa escuchándose, así como el grito de las viudas y de los huérfanos. La violencia y el odio invaden sus vidas, y las mujeres y los niños son las primeras víctimas. ¿Por qué tanto horror? ¿Por qué tanta muerte?”.
En su discurso de despedida pronunciado ante el presidente de la República, el general Michel Sleiman (que le acompañó en todos los actos públicos de esos tres días), y las más altas autoridades políticas y religiosas del país (incluidos los líderes de las cuatro comunidades musulmanas dominantes), dijo: “Deseo que el Líbano siga permitiendo la pluralidad de las tradiciones religiosas, sin dejarse llevar por la voz de aquellos que lo quieren impedir”.
Veinticuatro horas antes, había dirigido su mensaje a las nuevas generaciones libanesas, en el encuentro con los jóvenes celebrado el sábado 15 por la tarde en la sede del Patriarcado maronita de Bkerké.
Le esperaban 26.000 muchachos que le acogieron triunfalmente, agitando banderas libanesas y vaticanas. Benedicto XVI se expresó así: “Que el paro y el trabajo precario no os inciten a gustar la ‘miel amarga’ de la emigración, con el desenraizamiento y la separación, por un futuro incierto. Se trata de que seáis actores del futuro de vuestro país y de que cumpláis con vuestro papel en la sociedad y en la Iglesia”.
No dejó de alertarles contra dos tentaciones, “la del dinero, ese ídolo tiránico, que ciega hasta asfixiar a la persona y a su corazón”, y la de buscar refugio a las frustraciones en mundos paralelos como las drogas o la pornografía y “las redes sociales, que con gran facilidad pueden llevaros a una dependencia y una confusión entre lo real y lo virtual”.
Uno de los objetivos que Benedicto XVI se había marcado en este viaje era firmar la exhortación apostólica postsinodal ‘Ecclesia in Medio Oriente’ en la que recoge las conclusiones de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para el Oriente Medio que tuvo lugar en Roma del 10 al 24 de octubre de 2010.
Ratzinger la firmó el primer día de su estancia libanesa en la Basílica de San Pablo de Harissa y la entregó al finalizar la misa del domingo a “las beatitudes y obispos orientales y latinos de Oriente Medio”, así como a una representación del Pueblo de Dios. “Deseo que esta exhortación –les dijo– sea una guía para avanzar por los caminos multiformes y complejos en los que Cristo os precede”.
En el avión que le conducía a Beirut el viernes 14, en su encuentro con los periodistas que le acompañaban, Benedicto XVI rompió una lanza en favor de la llamada primavera árabe. “Diría que la primavera árabe es algo positivo: es el deseo de más democracia, de más libertad, de mayor cooperación, de una renovada identidad árabe. Y este grito de libertad, que procede de una juventud más formada cultural y profesionalmente, que desea mayor participación en la vida política y social, es un progreso, una cosa muy positiva y por lo tanto saludada por nosotros los cristianos”.
Sobre su estado físico, en estos momentos ya presentaba altos y bajos, con inseguridades en el caminar, con los achaques propios de su edad, pero con una cabeza en perfecto equilibrio y funcionamiento.