El 24 de octubre de 2012, al finalizar la audiencia general, Benedicto XVI –fallecido hoy– anunció un nuevo consistorio, en el curso del que nombraría seis nuevos cardenales el 24 de noviembre, víspera de la festividad de Cristo Rey. Con los nombrados, el Colegio Cardenalicio contaría con 211 miembros, de los cuales 120 serían electores y 91 no electores.
Los seis nombres eran: James M. Harvey, entonces prefecto de la Casa Pontificia (que fue nombrado posteriormente arcipreste de la Basílica de San Pablo Extramuros); Béchara Boutros Raï, patriarca de Antioquía de los Maronitas; Baselios Cleemis Thottunkal, arzobispo Mayor de Trivandrum de los Siro-Malancareses; John Olorunfemi Onaiyekan, arzobispo de Abuja (Nigeria); Rubén Salazar Gómez, entonces arzobispo de Bogotá (Colombia); y Luis Antonio Tagle, entonces arzobispo de Manila (Filipinas).
Se trata de la primera vez en la historia que en un mismo año tienen lugar dos consistorios para el nombramiento de cardenales. Y es que, el 18 de febrero de 2012, el Pontífice amplió con 22 nuevos miembros el Colegio Cardenalicio –18 electores y 4 no electores–. La mayoría de ellos eran italianos y muchos prestaban servicio en la Curia romana. Además, es igualmente notable que ha sido la primera vez que en la lista de los neopurpurados no figuraba ningún italiano ni europeo.
El del 24 de fue el quinto consistorio del pontificado de Joseph Ratzinger (el primero tuvo lugar el 24 de marzo de 2006; el segundo, el 24 de noviembre de 2007; hasta el 20 de noviembre de 2010 no se convocó el tercero; y el cuarto se celebró el 18 de febrero de 2012).
Era también el menos numeroso. Todos menos uno (Harvey) eran pastores de diócesis importantes y rellenaban algunos vacíos geográficos notables. Por ejemplo, Colombia llegó a tener hasta tres cardenales y su presencia en el Colegio se había reducido a la del cardenal Darío Castrillón, entonces ya no elector.
Rubén Salazar llegaba con un currículum académico bien repleto (estudió en la Gregoriana y en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma) y una notable experiencia de gobierno, puesto que fue nombrado obispo de Cúcuta cuando solo tenía 50 años, para ser trasladado después a Barranquilla, cuarta ciudad del país, con tres millones de habitantes, y en 2010 a la capital, Bogotá. Con él se convirtieron en 21 los latinoamericanos que participarían en el siguiente cónclave; pocos, si se tienen en cuenta los millones de católicos que viven en dicho continente.
Luis Antonio Tagle, el arzobispo de Manila, se convirtió, con 55 años de edad, en uno de los benjamines de los cardenales. Un hombre bien templado con una excelente formación teológica (fue miembro de la Comisión Teológica Internacional) y una manifiesta sensibilidad por los pobres, que ya se puso en evidencia cuando fue nombrado obispo de Imus, en la periferia más pobre de la capital.
El libanés Raï se apuntó muchos tantos después del viaje papal al Líbano (septiembre 2012) y se convirtió en el portavoz de la más representativa comunidad católica del país de los cedros, pero también de todos los cristianos de Oriente Medio.
Harvey fue, desde 1998, el organizador de la vida pública de Juan Pablo II y de su sucesor; siempre discreto, eficaz y sonriente, este estadounidense diplomado en la Academia Pontificia tuvo a sus órdenes durante algunos años a Paolo Gabriele, antes de que fuese transferido al apartamento papal.
Con John Olorunfemi Onaiyekan, el arzobispo de la capital nigeriana, los cardenales africanos electores suman once; Nigeria ha sido este siglo escenario de sangrientos enfrentamientos entre cristianos y musulmanes contra los que la voz de Onaiyekan, galardonado con el Premio de la Paz 2012 de Pax Christi Internacional, se ha alzado siempre.
No podía faltar en el Colegio un representante de los católicos de rito siro-malancares, que cuentan con 14 obispos, 600 sacerdotes y medio millón de fieles; Su Beatitud Baselios Cleemis Thottunkal, arzobispo Mayor de Trivandrum, llenó ese vacío.