El papa emérito Benedicto XVI ha muerto este 31 de diciembre de 2022. Pareciera como si la última fecha del año estuviera reservada a gigantes de la Historia, como Miguel de Unamuno, quien falleció en la Nochevieja de 1936, mientras España se desangraba en la Guerra Civil. Pero también, a nivel eclesial, nos encontramos con que un 31 de diciembre, del año 335, murió otro papa: Silvestre I.
El suyo, ni mucho menos, fue un pontificado menor. Todo lo contrario, como demuestra que estamos ante el primer papa descrito en el ‘Liber Pontificalis’ y venerado como santo por las Iglesias católica, ortodoxa, armenia, luterana y anglicana.
Y es que llegó a calzarse las sandalias de Pedro en un momento histórico único, cuando, bajo el poder terrenal de Constantino, la Iglesia había dejado de ser perseguida en todo el Imperio Romano y era reconocida como una religión oficial.
Era ese tiempo de transición que culminaría cinco años después de la muerte de Silvestre I, en el año 380, cuando el nuevo emperador, Teodosio, reconocería al cristianismo como la religión oficial del Imperio. Mientras, claro, las relaciones entre el trono y el altar no fueron siempre fáciles.
En el mismo año 314, cuando Silvestre I fue elegido papa, se convocó el Concilio de Arles para resolver la cuestión donatista. Entonces, Constantino tuteló el proceso a través de un obispo cercano a él, quien lo presidió en detrimento de los emisarios papales. Lo mismo ocurrió en el año 325, cuando se convocó el Concilio de Nicea para afrontar la cuestión arriana y fue el emperador el que controló el debate teológico a través de sus propios representantes, no teniendo primacía los legados pontificios.
En la otra cara de esa relación, como destaca el libro ‘Diccionario de los Papas y Concilios’, coordinado por Javier Paredes, Constantino reconocía el inmenso valor del Papa, legítimo destinatario del poder espiritual, y premió a la Iglesia con las donaciones de los territorios sobre los que se acabaría edificando la basílica de San Pedro en el Vaticano.
Los corredores que esta tarde participen en Madrid en la icónica San Silvestre, que termina en Vallecas, lo harán en nombre del histórico papa que se relacionó de tú a tú con Constantino, el emperador con el que cambió para siempre la posición del cristianismo. Tal vez, algunos de ellos, miren hoy al cielo al cruzar la meta y piensen en Joseph Ratzinger.