Vaticano

Miles de católicos despiden en el Vaticano a Benedicto XVI por segunda y última vez





Al reloj le faltan solo unos minutos para dar las cinco de la tarde. La Basílica de San Pedro guarda su habitual olor a incienso, pero el silencio se hace más evidente que nunca. Se cuentan por miles los fieles que hoy, llegados de todo el mundo -con la normal mayoría italiana-, han querido pasar por la capilla ardiente de Benedicto XVI para dar el último adiós al que para todos será siempre el papa emérito, el único que hemos conocido en los últimos 600 años.



Los smartphones se cuentan a razón de cada persona que se acerca hasta el cuerpo sin vida de Joseph Aloisius Ratzinger (1927-2022). Sin embargo, quienes han aguardado religiosamente colas de hasta más de tres horas en varios momentos del día, se acercan por mucho más que una foto. Y son solo los primeros de una larga lista de creyentes que hasta este miércoles 4 de enero llegarán al epicentro de la catolicidad para homenajear al papa emérito.

Impresiona estar a solo cuatro metros del cuerpo del Papa alemán custodiado por dos guardias suizos que permanecen inmutables. Benedicto XVI yace rosario en mano con la casulla roja que portaba en la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud de Sídney, una mitra blanca y unos zapatos negros ortopédicos. Ni rastro de los famosos zapatos rojos que lleva sin vestir desde su renuncia. Tampoco porta palio ni cruz pectoral alguna.

Cuando restaban dos horas para que se cerrara la capilla ardiente hasta mañana, las colas no menguaban. Según primeras estimaciones del Vaticano, esperan alrededor de 35.000 visitantes diarios. Sin embargo, se ha llegado a los 65.000 solo hoy.

Mientras que se cuentan por 60.000 los que pueden asistir el jueves 5 de enero al funeral de Ratzinger, que presidirá Francisco a las 09:30 horas en la plaza de San Pedro, tras el que será enterrado en la tumba que ocupó en su momento su predecesor, Juan Pablo II.

Un funeral “solemne, pero sobrio”

Será un funeral “solemne, pero sobrio”, según ha anunciado ya el Vaticano. Y es así por deseo expreso del pontífice emérito. Por ello, se le ha cursado invitación a todas las delegaciones, pero recordando que no se trata de un funeral de Estado, aunque, como de costumbre, todos son bienvenidos. Así, las únicas delegaciones que cumplirán sí o sí son las alemanas e italianas.

Y es que, pese a la popularidad entre los católicos de Karol Wojtyla, con el tercer papado más largo de la historia -28 años-, y el fenómeno fan que ha desatado Francisco entre creyentes y no creyentes, las largas colas del día de hoy evidencian el cariño del pueblo de Dios por Ratzinger, pese al corto pontificado de ocho años en los que estuvo al frente del timón de la Iglesia.

Entre los fieles, más allá de algunas banderas alemanas, destacan una vez más los hábitos femeninos. Cientos de religiosas de distintos institutos han llegado hasta apenas unos metros de Benedicto XVI para rezar por su eterno descanso.

Velatorio privado previo en el Mater Ecclesiae

Benedicto XVI ha sido trasladado esta mañana desde el monasterio Mater Ecclesiae, donde reside desde su renuncia en 2013 y donde murió en la mañana del pasado 31 de diciembre, lugar en el que había tenido lugar un velatorio privado.

El más madrugador ha sido el presidente de la República Italiana, Sergio Matarella, que entró a San Pedro a las 8:50, apenas diez minutos antes de que se abriera la capilla y entraran las multitudes, que esperaban su turno desde las 07:00 horas pese al frío romano.

Solo unos minutos después llegaría la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, acompañado de otros miembros de su gobierno. Ambos fueron recibidos por George Gänswein, el inseparable secretario personal de Benedicto XVI, que no evitó contener sus lágrimas en varios momentos.

A lo largo del día se han sucedido las visitas de purpurados como Lorenzo Baldisseri, secretario general emérito del Sínodo de los Obispos, o Luis F. Ladaria, el jesuita español que sirve hoy como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desde la que Ratzinger ejerció de máximo defensor de la ortodoxia antes de convertirse en papa y presentarse ante el mundo como “un humilde trabajador en la viña del Señor”.

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