Recogimiento. Silencio en el aula Pablo VI. Como si el velatorio por Benedicto XVI se extendiera más allá del baldaquino de la basílica de San Pedro. Ese mutismo se percibía en un auditorio que colgó el cartel de completo para escuchar al Papa Francisco en su primera catequesis del año. Una alocución más que especial. Por impartirla en la antesala del funeral por el Papa emérito que se celebrará mañana.
Mutismo prudente que se rompió cuando Jorge Mario Bergoglio tomó la palabra: “Queridos hermanos y hermanas: buenos días”. Un aplauso cerrado que precedió a otro nuevo homenaje del pontífice argentino a su predecesor al que definió como “maestro de la catequesis”. “Su pensamiento agudo y delicado no era autorreferencial sino eclesial. Siempre quiso acompañarnos en el encuentro con Jesús”. Referencia densa y directa que no deja de ser un prólogo de una homilía inédita en la historia de la Iglesia, la que pronunciará un Papa en activo sobre un Papa emérito con el que ha convivido casi una década.
Escucha atenta de quienes tiene enfrente, de los cardenales que le flanquean en el escenario, de los recién casados que esperan recibir su bendición y de cada uno de los fieles que se reparten por la sala. A ellos les dedica una catequesis con la que completa su serie sobre el acompañamiento, sobre la necesidad de no caminar solos y dejarse atrapar por la autosuficiencia. Con esa capacidad del Papa argentino de desarrollar lo que tiene sobre el papel, pero, sobre todo, para escaparse de lo previsto y regalar reflexiones que brotan de repente.
Sin ser fruto de la ocurrencia, sino de una vivencia cotidiana de la fe. “¡Cuidado con las personas que no se saben frágiles, son dictatoriales!”, alerta clavando la mirada en el horizonte, para apuntar a continuación: “¡La fragilidad nos hace humanos!”. Más adelante, insistirá en que “el discernimiento es un arte que se aprende” y acabará rematando esas notas al pie espontáneas con un consejo evangélico propio del padre Bergoglio: “¡No temáis no temáis!”.
Fin de la catequesis. Saludos en diferentes idiomas. Bendición final. Y una vez más, Francisco se acuerda de Benedicto XVI cuando saluda a los alemanes, citándole directamente: “El que cree, nunca está solo”. “En estos días experimentamos cual universal es esta comunidad de fe, que no acaba ni siquiera con la muerte”, añadió. También a los peregrinos de lengua española les insistió en la figura de Ratzinger como catequeta que supo “la alegría de creer y la esperanza de vivir en Cristo”. Aplauso sereno para el fallecido.
Quienes habitan el ‘front row’ del día pasan a saludar al Papa. El respetable espera nervioso en sus butacas, que abandonan cuando Francisco se dispone a salir. Por el pasillo central. En la silla de ruedas todavía necesaria para las distancias largas, aunque entrara en el auditorio por su propio pie y con el bastón. Se desata la locura. Y Francisco, a un lado y a otro, se deja querer.