Vaticano

Francisco despide al “fiel amigo” Benedicto XVI en un multitudinario funeral





Silencio sepulcral solo roto por el sonido de las gaviotas que sobrevuelan la plaza de San Pedro. Desde las 06:00 horas podían ya divisarse las colas para asistir al funeral de Benedicto XVI en el Vaticano. 50.000 personas han querido dar el último adiós a Joseph Aloisius Ratzinger en esta misa exequial pese a la niebla y el frío en muchos ratos insoportables en la Ciudad Eterna.



Tras la procesión de entrada, a las 09:30 horas en punto, el papa Francisco comenzaba la eucaristía, que se ha alargado por espacio de poco más de una hora, momento en el que el ataúd del papa emérito se ha dirigido a las Grutas del Vaticano donde será enterrado, justamente en la tumba que ocupó Juan Pablo II, pontífice al que él mismo despidió como decano del Colegio Cardenalicio el 8 de abril de 2005.

“Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre Su voz”. Con estas palabras ha concluido Jorge Mario Bergoglio la homilía de esta misa exequial en la que el Pontífice ha tomado prestada la gran encíclica de Benedicto XVI, ‘Deus caritas est’. Del mismo modo, también ha citado la homilía de Ratzinger en la misa crismal de 2006 y la de inicio de su pontificado.

“‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’ (Lc 23,46). Son las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz; su último suspiro —podríamos decir— capaz de confirmar lo que selló toda su vida: un continuo entregarse en las manos de su Padre. Manos de perdón y de compasión, de curación y de misericordia, manos de unción y bendición que lo impulsaron a entregarse también en las manos de sus hermanos”, ha comenzado diciendo el Pontífice.

Y ha continuado haciendo referencia a la encíclica de Ratzinger: “El Señor, abierto a las historias que encontraba en el camino, se dejó cincelar por la voluntad de Dios, cargando sobre sus hombros todas las consecuencias y dificultades del Evangelio, hasta ver sus manos llagadas por amor: ‘Aquí están mis manos’ (Jn 20,27), le dijo a Tomás, y lo dice a cada uno de nosotros. Manos llagadas que salen al encuentro y no cesan de ofrecerse para que conozcamos el amor que Dios nos tiene y creamos en él (cf. 1 Jn 4,16)”.

Un programa de vida

Como ha recordado Francisco, ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’ es “la invitación y el programa de vida que inspira y quiere moldear como un alfarero (cf. Is 29,16) el corazón del pastor, hasta que latan en él los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp 2, 5)”.

“Entrega agradecida de servicio al Señor y a su Pueblo -ha continuado tomando una cita de la misa crismal de Benedicto XVI-, que nace por haber acogido un don totalmente gratuito: ‘Tú me perteneces… tú les perteneces’, susurra el Señor; ‘tú estás bajo la protección de mis manos, bajo la protección de mi corazón. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas'”.

Para Francisco, “es la condescendencia de Dios y su cercanía, capaz de ponerse en las manos frágiles de sus discípulos para alimentar a su pueblo y decir con Él: tomen y coman, tomen y beban, esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes (cf. Lc 22,19)”.

El desgaste por su pueblo

Bergoglio se ha referido también a la “entrega orante que se forja y acrisola silenciosamente entre las encrucijadas y contradicciones que el pastor debe afrontar (cf. 1 P 1,6-7) y la confiada invitación a apacentar el rebaño (cf. Jn 21,17)”.

“Como el Maestro -ha añadido-, lleva sobre sus hombros el cansancio de la intercesión y el desgaste de la unción por su pueblo, especialmente allí donde la bondad está en lucha y sus hermanos ven peligrar su dignidad (cf. Hb 5,7-9). Encuentro de intercesión donde el Señor va gestando esa mansedumbre capaz de comprender, recibir, esperar y apostar más allá de las incomprensiones que esto puede generar”.

Y ha continuado parafraseando la misa de inicio de pontificado de Benedicto XVI: “Fecundidad invisible e inaferrable, que nace de saber en qué manos se ha puesto la confianza (cf. 2 Tm 1,12). Confianza orante y adoradora, capaz de interpretar las acciones del pastor y ajustar su corazón y sus decisiones a los tiempos de Dios (cf. Jn 21,18): ‘Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia'”.

Entrega sostenida

Francisco se ha referido también durante el sermón a esa “entrega sostenida por la consolación del Espíritu, que lo espera siempre en la misión: en la búsqueda apasionada por comunicar la hermosura y la alegría el Evangelio -tal y como ha advertía él mismo en su exhortación ‘Gaudete et exsultate’ sobre la santidad-, en el testimonio fecundo de aquellos que, como María, permanecen de muchas maneras al pie de la cruz, en esa dolorosa pero recia paz que no agrede ni avasalla; y en la terca pero paciente esperanza en que el Señor cumplirá su promesa, como lo había prometido a nuestros padres y a su descendencia por siempre (cf. Lc 1,54-55)”.

Siguiendo con su alocución, Francisco ha recordado que “también nosotros, aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él esparció y testimonió durante su vida (cf. Mt 25,6-7)”.

El Papa ha hecho referencia también a san Gregorio Magno, que, al finalizar la Regla pastoral, invitaba y exhortaba a un amigo a ofrecerle esta compañía espiritual: “En medio de las tempestades de mi vida, me alienta la confianza de que tú me mantendrás a flote en la tabla de tus oraciones, y que, si el peso de mis faltas me abaja y humilla, tú me prestarás el auxilio de tus méritos para levantarme”.

Pastor con el Pueblo de Dios

Según dijo Ratzinger en su primera eucaristía como Papa y hoy ha repetido Francisco, “esta es la conciencia del Pastor que no puede llevar solo lo que, en realidad, nunca podría soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado”.

Y es que, “es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años”.

Por eso, Francisco ha gritado al cielo: “Padre, en tus manos encomendamos su espíritu”.

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