Quedan algo menos de dos meses para que se cumpla la primera década de la renuncia de Benedicto XVI. Su pontificado –después de los casi 30 años que duró el de Juan Pablo II–, aunque duró ocho años, no fue sencillo. El cardenal Joseph Ratzinger, que hasta aquel 19 de abril de 2005 había dedicado su vida a un profundo estudio teológico, que había visto las luces del Concilio Vaticano II, del cual formó parte, y que había sido prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se enfrentaba a un papado que no estaría exento de polémicas.
Siendo papa, Benedicto XVI, el velo que tapaba los abusos sexuales cometidos en el seno de la Iglesia católica comenzó a desvanecerse ante la atenta mirada de la opinión pública, y, al mismo tiempo, el escándalo ‘Vatileaks’ revelaba el cuestionable funcionamiento de la Curia romana. Asimismo, las palabras de aquel Papa que apostaba por una fe siempre de la mano del conocimiento no siempre se comprendían. O, al menos, suscitaban críticas, como es el caso del discurso que pronunció en Ratisbona, por el que se le acusó de vincular el islam con la violencia.
No era esta, desde luego, la intención de Benedicto XVI, quien acabó disculpándose por sus palabras poco después. De hecho, a lo largo de su pontificado demostró su intención de avanzar en el diálogo interreligioso. Aquel “malentendido” tuvo lugar durante el transcurso de su viaje a su Alemania natal, en septiembre de 2006, cuando pronunció un discurso en la Universidad de Ratisbona. En él, analizaba la fe en clave de “racionalidad”, dentro de lo que denominaba “una cohesión interior en el cosmos de la razón”.
Para ilustrar su discurso, acudió al diálogo que “el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez en los cuarteles de invierno del año 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y sobre la verdad de ambos”, un texto que “abarca todo el ámbito de las estructuras de la fe contenidas en la Biblia y en el Corán, y se detiene sobre todo en la imagen de Dios y del hombre”.
En un momento dado, el texto hace referencia a la yihad, la guerra santa del islam, en el que el emperador dice, tal como señalaba Benedicto XVI, “con una brusquedad que nos sorprende, brusquedad que para nosotros resulta inaceptable, se dirige a su interlocutor llanamente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia en general, diciendo: ‘Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba’”. Estas palabras eran solo una pequeña parte de la explicación de lo que Ratzinger entendía como la relación entre Dios y el Logos.
A continuación, subrayaba que “el emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato”. Y es que, como apuntaba entonces Benedicto XVI, “la violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma”. Y, dando voz al emperador bizantino, aseveró: “Dios no se complace con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas… Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona”.
Pero sus palabras no pasaron desapercibidas ni dentro ni fuera del mundo católico. Desde dentro, se le acusaba de fundamentalista. En el mundo islámico, llegó a haber, incluso, ataques a cristianos en varios países de mayoría musulmana, y la Universidad de Al-Azhar –cuyo Gran Imán, años después, con Francisco, firmaría el Documento por la Fraternidad Humana– mostró su radical rechazo.
Un año antes de presentar su renuncia, la filtración a la prensa por parte del mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, de una serie de documentos privados del Vaticano desataría el escándalo ‘Vatileaks’, que involucraba a la Santa Sede en diversos casos de corrupción y chantaje. La primera vez que estos documentos vieron la luz fue en el programa ‘Gli Intoccabili’, de la televisión italiana, donde el periodista Gianluigi Nuzzi mostró una serie de cartas firmadas por el arzobispo Carlo Maria Viganò, quien, en aquel momento, era secretario general de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano. El resto de documentos –entre los cuales destacaba una carta anónima que amenazaba la vida de Benedicto XVI– se fueron filtrando poco a poco a la prensa. Pero el culmen llegó con la publicación del libro de Nuzzi ‘Su Santidad: los papeles secretos de Benedicto XVI‘, elaborado a partir de las cartas personales entre el Papa y el que ha sido su secretario personal hasta el fin de sus días, Georg Gänswein.
Estos acontecimientos acabaron con la detención de Paolo Gabriele y la creación, por parte de Benedicto XVI, de una comisión cardenalicia encargada de investigar lo que revelaban aquellos documentos. Mientras tanto, las especulaciones sobre lo que ocurría tras las puertas de San Pedro no dejaban de multiplicarse. “Los acontecimientos de los últimos días acerca de mis colaboradores han traído solo tristeza a mi corazón… Quiero renovar mi confianza a mis más cercanos colaboradores y a todos los que, día a día, con su lealtad y espíritu de sacrificio, me ayudan a cumplir”, decía durante la última audiencia general de mayo. En octubre de 2012, Gabriele era condenado a 18 meses de prisión. Fue, ya cumpliendo sentencia, cuando recibió la visita personal de Benedicto XVI, quien le hizo entrega de su indulto.
Pero, si algo causó dolor a Ratzinger, fue la innegable realidad de los abusos en la Iglesia. Los testimonios de las víctimas, a principios de los 2000 y tras la acusación a más de 4.000 sacerdotes abusadores en Estados Unidos, se fueron haciendo más fuertes con el paso de los años, y el Papa tuvo que afrontar la realidad y acometer reformas en aras de la prevención y la reparación. Y respondió con dureza. “Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos”, escribía en 2010 en una carta a los sacerdotes irlandeses acusados de tales crímenes. Fue él, además, quien, en forma ‘motu proprio’, dio los primeros pasos en materia penal para controlar y actuar de forma más tajante contra los abusos; una senda que ha seguido recorriendo Francisco. Pero, además, fue quien dio reconocimiento a las víctimas, reuniéndose en cada viaje, llorando con muchas de ellas. Y pidiendo perdón…