Desde que se conociera su fallecimiento, España llora a Joseph Ratzinger, quien viajó varias veces en nuestro país antes de ser papa y, ya como Benedicto XVI, estuvo en 2006 en Valencia, por el Encuentro Mundial de las Familias; en 2010, en Santiago de Compostela, donde peregrinó en Año Santo, y en Barcelona, donde fue a dedicar la Basílica de la Sagrada Familia; y en 2011 en Madrid, donde presidió la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
En conversación con Vida Nueva, Jesús Miguel Zamora, secretario general de CONFER, transmite el pesar de la vida religiosa en este momento de luto: “Queremos transmitir nuestro sentimiento de condolencia. Benedicto XVI ha sido un papa que amó a la Iglesia y que la dotó de una fuerza especial con sus escritos y su saber. También la sirvió poniéndose a disposición de todos, actuando como servidor del pueblo de Dios”.
Algo que demostró, entre otras cosas, con su renuncia, que fue “un gesto de honradez y humildad, a la par que de valentía, pues supone encarar los límites propios dentro de algo más importante, que es el servicio a la Iglesia”.
Para Zamora, Ratzinger fue “un servidor del Evangelio, desde su labor pastoral e incluso en la lucha contra la pederastia dentro de la Iglesia. Supo dar los pasos necesarios para marcar un camino”. Además, “su gran saber e inteligencia los puso al servicio de la teología para darle mucha más consistencia y valor al saber teológico. Con sus escritos, como ‘Deus caritas est’ y ‘Caritas in veritate’, nos ofreció un canto a la verdad y al amor. Oramos por su eterno descanso y damos gracias a Dios por su persona y por su servicio a la Iglesia”.
Nada más conocerse el fallecimiento, la Universidad Eclesiástica San Dámaso, agradeció en una nota que, bajo el pontificado de Raztinger, la Congregación para la Educación Católica erigió la Universidad con sus correspondientes estatutos. En declaraciones a esta revista, su rector, Javier Prades, apunta que “la renuncia del Papa en 2013 fue sin duda una clave importante para entender el pontificado, pero no era la única. Había ido gestándose en su continuo testimonio de fe en Jesucristo, vivo y presente en el aquí de la historia. A la luz de la renuncia comprendimos mejor su modo no político, no calculador, de ejercer el ministerio petrino desde el primer momento hasta el último. Durante los ocho años como Papa se expuso en primera persona, arriesgando sus juicios sobre la situación eclesial y social, y así nos ha hecho reconocer la verdad del Evangelio; nos ha hecho contemporáneos al Evangelio”.
En este sentido, “el camino que recorrió Benedicto y que desembocó en su renuncia, aun antes que explicarlo, o a la vez que lo explicaba, fue el de mostrarnos cómo Dios en Jesucristo y en el Espíritu Santo actúa en la historia”. Así se entienden “sus gestos de diálogo con la humanidad, la serie de discursos con los que ha buscado enseñar la fe cristiana testimoniándola ante todos. Ha dialogado con el mundo de la política, hablando ante los parlamentos de muchos países, con el mundo académico en distintas universidades, con el mundo de la cultura y del pensamiento en la Europa secularizada. Pero algo similar cabe decir de sus encuentros con el mundo judío y con el islam, y sus diálogos por carta o en persona con muchos representantes de posiciones lejanas de la fe católica. Su arraigo en el Espíritu de Cristo le había dotado de esa libertad admirable. Y tan deseada”.
Demetrio Fernández, obispo de Córdoba y quien siempre se ha mostrado muy agradecido con Ratzinger por elevar a san Juan de Ávila (enterrado en la localidad cordobesa de Montilla) a la condición de doctor de la Iglesia, explica a Vida Nueva su sentir hoy: “Le tengo una gratitud especial por ello. San Juan fue un sacerdote diocesano nuestro y, entre tantos agradecimientos en toda España, el nuestro es muy especial por este motivo”.