Vaticano

Peter Seewald: “Benedicto XVI quería ser profesor, pero asumió el yugo”





Visitó por última vez a Benedicto XVI el pasado 15 de octubre. Allí, en el monasterio Mater Ecclesiae, donde residía desde su renuncia en 2013, consciente de que su vida se apagaba por momentos, el papa emérito se despedía del periodista alemán Peter Seewald: “La próxima vez nos encontraremos en el cielo”. Hoy, su biógrafo –autor, entre otros títulos, de ‘Benedicto XVI. Una vida’ (Ediciones Mensajero, 2021)– y probablemente el laico que mejor conocía las interioridades de Joseph Ratzinger, recuerda en Vida Nueva la figura de su compatriota y su legado para la Iglesia y el mundo actual.



P.- ¿Cuál es la principal lección de vida que nos deja Benedicto XVI?

R.- La gran preocupación de Joseph Ratzinger era que desapareciera la fe cristiana en Europa. ¡Hay tantos problemas en el mundo! –decía–, pero ninguno de ellos puede resolverse si no se tiene en cuenta a Dios, el Señor del universo. En un momento decisivo para el mundo, se dedicó durante toda su vida a transmitir el mensaje del Evangelio sin adulterarlo. En un tiempo marcado por el alejamiento de Dios, es necesario que los hombres se reencuentren con Jesucristo; por eso, exhortó a su Iglesia, con su gracia y su misericordia, pero también con sus amonestaciones. Quien quiera ser cristiano hoy debe tener el valor de no ser moderno. La reforma no significa otra cosa que llevar el testimonio de la fe con una nueva claridad a las tinieblas del mundo.

Sabía escuchar

P.- ¿Qué recuerdo guarda Peter Seewald de la persona de Joseph Ratzinger?

R.- El de una de las personalidades más importantes de nuestro tiempo. Benedicto era una persona que sabía escuchar especialmente bien, analizar los problemas con precisión y dar respuestas exactas. Además, siempre le consideré una persona extremadamente humilde, cordial y servicial, un hombre con una mente muy aguda, pero también con mucho humor y compostura para poder soportar las adversidades de nuestro tiempo. Por encima de todo, tenía una confianza inquebrantable en Dios.

Me impresionó la forma en que Ratzinger habló del amor, núcleo de toda la creación. También cómo demostró que la religión y la ciencia, la fe y la razón, no son contrarias. Su forma de enseñar me recordaba a la de los maestros espirituales, que no convencen con lecciones vanas, sino con gestos silenciosos, indirectas ocultas, mucho sufrimiento. Sobre todo, con su propio ejemplo, que incluye integridad, fidelidad, valentía y una buena dosis de voluntad para sufrir.

P.- ¿Qué le debe la Iglesia al papa alemán?

R.- Gratitud. Infinita gratitud por una obra especialmente pertinente y valiosa para nuestro tiempo, para una sociedad cada vez más secularizada y neopagana. Gratitud por haberse hecho servidor de su Iglesia y del mensaje cristiano con todas sus fuerzas y con tanta disposición al sufrimiento. En realidad, quería ser profesor, pero asumió el yugo. Y con la ayuda del cielo se convirtió en un faro, un icono de la ortodoxia con el que millones y millones de personas pudieron orientarse y seguirán haciéndolo.

Dos estilos de gobierno

P.- ¿En qué medida Benedicto XVI ayuda a explicar y entender el pontificado de Francisco? ¿Son tan distintos como se suele decir?

R.- Muchas de las reformas que abordó Francisco, por ejemplo, sobre el ordenamiento de las finanzas vaticanas, ya habían sido puestas en marcha por Benedicto XVI. Con respecto a los terribles casos de abusos sexuales a menores, Benedicto ya había marcado el rumbo correcto como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y fue el primer Papa en arrancar el manto de ocultación y tomar medidas decisivas al respecto. Sin duda, Benedicto y Francisco tienen un temperamento diferente, cada uno con su propia carisma y talante; y también una idea diferente sobre la manera de ejercer el cargo. A Benedicto le dolió que su sucesor diera marcha atrás en la liberalización del acceso a la liturgia tradicional. No obstante, existía una gran simpatía mutua. El Pontífice emérito también se cuidó escrupulosamente de que ninguna de sus palabras pudiera entenderse como una crítica a su sucesor. Le había prometido obediencia, y la cumplió. Por su parte, el papa Francisco siempre ha elogiado a Benedicto XVI como “un gran Papa” y, hace algunas semanas, ya como “un santo”.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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