El último capítulo de las memorias de Georg Gänswein, el secretario privado de Benedicto XVI, está dedicado al silencio que el pontífice emérito se impuso tras su renuncia. Un silencio que se ha roto varias veces en función de diferentes circunstancias. Y es que “Benedicto estaba firmemente convencido de que su existencia no duraría mucho”, señala su secretario, añadiendo que la opinión era compartida por todo el entorno. “En las primeras semanas tras su dimisión, el Papa, demacrado, estaba totalmente agotado, caminaba encorvado y hablaba muy poco. El médico no diagnosticó problemas de depresión psicológica, sino de sobreesfuerzo físico”, añade. Tras la renuncia, Benedicto se dedicó a la lectura o la música. “La mayor dificultad en su vida posterior fue su capacidad para hablar, debido a la fatiga pulmonar”, algo que burlonamente interpretaba como una llamada al silencio.
Y es que el secretario se empeña en destacar que el monasterio “no era una casa de descanso, sino de trabajo, sobre todo espiritual”. Antes de ocuparlo se planteó reducir la presencia de las cuatro consagradas y otras cuestiones de la reforma del espacio elegido por el propio Papa emérito. “Por ello, la segunda planta se destinó a su vida comunitaria, con cuatro habitaciones y la sala de estar común. En la primera planta se encontraban el dormitorio, el vestíbulo y la biblioteca que utilizaba el Papa emérito; mi habitación y un estudio para la hermana Birgit. En la planta baja, a un lado estaban la capilla y el piso que acogía periódicamente al Sr. Georg Ratzinger; al otro, la cocina, el comedor y la sala de recepción”, describe bromeando que cuando llegó la pandemia ya vivían en clima de encierro. Gänswein también apunta que el hecho de las visitas fue propuesto por el propio Francisco, quien cuando dijo aquello de que tenerlo en el Vaticano “era como tener un abuelo sabio en casa”, Benedicto bromea diciendo que “después de todo, solo nos separan nueve años. Quizá fuera más correcto llamarme ‘hermano mayor’”.
Frente a otras acusaciones, el secretario ratifica: “Benedicto siempre ha visto los telediarios y ha podido acceder a la amplia revista de prensa de la Secretaría de Estado”, así como a prensa alemana o las series de Sorrentino ‘The Young Pope’ y ‘The New Pope’ o la película ‘Los dos papas’. Accediendo a lo que se publicaba contemplaron desde el retiro los cuestionamientos sobre la validez de la renuncia analizando los términos latinos. También se comentan otras cuestiones como el uso de la sotana blanca, que parece intuirse como error con el paso del tiempo; o los recelos del cardenal Walter Brandmüller ante el título de ‘Papa emérito’. “La situación sin precedentes, en esencia, había hecho necesario tomar ciertas decisiones sabiendo perfectamente que no eran perfectas. Pero cualquier elección, estábamos seguros, acabaría siendo cuestionada por alguien”, sentencia. A eso se unió la imprudencia del propio Gänswein al usar la desafortunada expresión “ministerio petrino ampliado” en una conferencia.
Más allá de estos aspectos, el secretario desvela la preocupación del Papa emérito ante determinadas afirmaciones del cardenal Kasper especialmente ante los sínodos de la familia, donde Francisco alabó especialmente algunos de sus postulados “condicionado de alguna manera a los padres sinodales” frente a los pronunciamientos anteriores de Doctrina de la fe sobre los divorciados vueltos a casar. Una “perplejidad” que se consumó con la publicación de ‘Amoris laetitia’, “ya que, aunque apreciaba muchos pasajes, se preguntaba por el significado de algunas notas, que normalmente indican la cita de una fuente, mientras que en este caso expresaban un contenido significativo” con ambigüedad. “Entiendo que su sensibilidad no compartía la estrategia de dejar que se produjeran varias interpretaciones para luego favorecer una de ellas”, intuye el secretario.
Distanciándose de los cuatro cardenales que presentaron sus ‘dubia’, Gänswein apunta que “a Benedicto le sorprendió humanamente la falta de cualquier atisbo de respuesta por parte del Pontífice, a pesar de que Francisco normalmente se mostraba dispuesto a reunirse y hablar con cualquiera”.
El secretario también aborda la polémica carta “blanqueada” que provocó la dimisión de Dario Edoardo Viganò como prefecto de la Secretaría para la Comunicación de la Santa Sede tras una nueva colección de la editorial vaticana –que incluía como autor al polémico Peter Hünermann–. Al conocerse el texto completo, Gänswein garantiza que no filtró dicho contenido, aunque sería una excusa para tomar “represalias” contra el secretario. “Francisco nunca me mencionó nada sobre el asunto, pero oí de varias fuentes, y también percibí personalmente, que le había costado la dimisión que el prefecto le presentó”, explica.
Otro momento agrio fue la publicación de ‘Traditionis custodes’ restringiendo el uso de la misa tradicional. Benedicto XVI, en boca de Gänswein, “reiteró que el Pontífice reinante tiene la responsabilidad de decisiones como esta y debe actuar según lo que considere el bien de la Iglesia. Pero, a nivel personal, veía un cambio de rumbo decisivo y lo consideraba un error, ya que ponía en peligro el intento de pacificación realizado catorce años antes”. Y añade que “en particular, Benedicto consideró un error prohibir la celebración de la misa en rito antiguo en las iglesias parroquiales, ya que siempre es peligroso arrinconar a un grupo de fieles, haciéndoles sentir perseguidos e inspirándoles el sentimiento de tener que salvaguardar a toda costa su propia identidad frente al ‘enemigo’”.
Gänswein destaca la importancia dada al latín en el Vaticano II frente a otras intervenciones de Francisco contra el ritualismo en los seminaristas. Ante esto, reclama que “Benedicto se comprometió especialmente a que la liturgia se celebrara en su belleza, pues es la celebración de la presencia y la obra del Dios vivo” y que el permiso para celebrar el rito extraordinario “no fue una operación llevada a cabo clandestinamente”.
Aunque el momento más amargo de este retiro es sin duda la cuestión de los abusos en Múnich. Una acusación que afrontó tras dar muchos pasos como prefecto de Doctrina de la Fe y como Papa, incluso después publicando una reflexión tras consultar con Francisco, de cara al encuentro de presidentes de conferencias episcopales. Ratzinger conoció bien las limitaciones del Derecho Canónico en este tema y haciendo referencia a un proceso concreto, el de Marcial Maciel , o los 550 sacerdotes expulsados del sacerdocio durante su pontificado. Volviendo a las “acusaciones infundadas” desde la diócesis de la que fue arzobispo, reacciona contra la implicación que se intentó hacer en 2010 de su hermano Georg y contra el informe de 2022 donde se habla de su negligencia –antes de cuya redacción había contestado con ayuda de un equipo jurídico en el que se cometió un error con la fecha de una reunión en la que el entonces arzobispo estaba presente–. “Fue un error trivial, por el que el Papa emérito se disculpó en cuanto tuvimos conocimiento de él, pero no pretendía ser un encubrimiento de los hechos”, ha señalado siempre el secretario y el propio pontífice emérito. “Me chocó profundamente que se utilizara esto para dudar de mi veracidad, e incluso para presentarme como un mentiroso”, respondería Benedicto en un caso en el que tuvo el total apoyo del papa Francisco.
Benedicto, se cuenta en el libro, siguió manteniendo la tarea de realizar las (breves) homilías dominicales pensando en la vida religiosa del monasterio que le llevaban toda la semana y de ellas se ofrece una selección. En su última residencia, se levantaba a las 6:30 h. –últimamente con la ayuda de un hermano de San Juan de Dios, así como otro le ayudaba a acostarse–, a las 7:30 h. tenía la misa que “en los últimos años yo presidía y él concelebraba sentado”, señala el secretario; la mañana la tenía para leer o escribir cartas con su secretaria Birgit; a las 12:45 h. Oficio de Lecturas y la Hora intermedia, comida a las 13:15 h. y breve paseo por la terraza y siesta. “Por las tardes, paseo por los Jardines con rezo del Rosario cerca de la Gruta de Lourdes (con horarios variables según la estación) y, algunos viernes, Vía Crucis delante de los bellos cuadros de la capilla. Cuando ya no podía andar bien, hacía sus paseos en silla de ruedas, y en los últimos años utilizaba la eléctrica que había regalado a su hermano Georg”, desvela el secretario.
“De regreso al monasterio, rezo de Vísperas y nuevas ocasiones para leer, escribir o reunirse con los huéspedes. Más recientemente, prefería que le leyeran en voz alta artículos de prensa o libros: normalmente alternaba entre una narración biográfica y un ensayo teológico (entre los textos que tanto le gustaban a Benedicto estaban las memorias del cardenal George Pell sobre su juicio y encarcelamiento en Australia)”, comenta. Benedicto XVI tenía fisioterapia una vez a la semana y ejercicios respiratorios dos veces, cenaba a las 19:30 h. Y tras ver la tele y rezar completas se acostaba a las 21:00 h. El domingo se levantaba más tarde, seguía el ángelus del Papa, escuchaba misa y se leían libros. Su comida: “Desayuno con té al limón, acompañado de pan con mermelada y un yogur; comida y cena con primeros platos alternados de pasta o arroz, segundos de pescado o carne blanca (raramente un filete), una guarnición de verduras o patatas cocinadas de diversas maneras, fruta y a veces un postre. Solo la cena del domingo era al estilo bávaro, un poco más rústico, con pan negro, salchichas y embutidos, a veces pastel de carne leberkäse y, por supuesto, limonada con cerveza”.
Preparado para su muerte, Gänswein cuenta: “El 24 de diciembre de 2022, en la capilla de la Mater Eccleiae, presidí la habitual misa matutina y el Papa emérito concelebró en el altar, sentado en una silla de ruedas. A las 18.30 horas de la tarde y a las 9 horas del domingo 25 de dicembre celebramos las Misas de Navidad de la misma manera, también en presencia de los cuatro Memores y de la Hermana Birgit. Después vimos por televisión la bendición “Urbi et Orbi” del papa Francisco y celebramos sobriamente la ocasión durante el almuerzo”. Como “la salud del Papa emérito era suficientemente buena”, el secretario partió a Alemania el día 27 aunque al día siguiente, el médico le informó de un “repentino empeoramiento de su estado debido a una crisis respiratoria”, por lo que volvió. “Por la tarde, el Papa emérito estaba muy dolorido, pero muy lúcido. Le ofrecí administrarle la unción de los enfermos, y aceptó de inmediato. Su último encuentro con su confesor, un penitenciario de San Pedro, había sido pocos días antes. A partir de ese momento, los miembros de la familia pontificia empezamos a hacer turnos constantes en su dormitorio”, relata.
Tras una ligera mejoría, añade, “su avanzada edad hacía prever un lento deterioro de su estado vital”. Confirma que “el ingreso en el hospital nunca estuvo previsto, porque todo lo que necesitábamos ya estaba disponible en el monasterio”. “Estoy convencido de que Benedicto tampoco lo habría querido, sin necesidad siquiera de preguntárselo”, confiesa. De madrugada, el 31 de diciembre, Benedicto balbuceó en italiano “¡Señor, te amo!”. “Esas fueron sus últimas palabras comprensibles, porque entonces ya no pudo expresarse. Cuando intenté hacerle algunas preguntas, las entendió e intentó responder asintiendo con la cabeza”. A las 9:00 h. comenzó la agonía por lo que, relata, “empezamos a recitar letanías y oraciones para acompañar a un moribundo, y le di la absolución plenaria en el momento de la muerte. Su corazón se paró a las 9.34 a.m.” “Tras su último aliento, recé la última oración en alemán y le di la bendición” y llamó “al papa Francisco, que en diez minutos llegó al monasterio, se sentó junto al cadáver, se persignó y permaneció en oración. Con él acordamos cómo dar la noticia a través de la Oficina de Prensa del Vaticano y los procedimientos para el velatorio en San Pedro, el funeral y el entierro”. “Dentro del ataúd, Benedicto fue enterrado con sus paramentos rojos que había llevado durante la Jornada Mundial de la Juventud en 2008 en Australia y el Domingo de Ramos en 2009, con la cruz episcopal utilizada en su época de Papa emérito, el anillo, su rosario y un crucifijo que fue mi regalo de entierro”, relata.
Acaba el libro insistiendo en que Benedicto pidió que se destruyeran sus papeles y sobre una posible causa de beatificación y canonización es claro: “Personalmente, no dudo de su santidad, pero conociendo de antemano la sensibilidad que me ha manifestado Benedicto XVI, no me permitiré dar ningún paso para acelerar un proceso canónico. Mi sugerencia sería más bien dejar que se asienten todas las cuestiones que han surgido a lo largo de tantos años de vida, y en particular durante su pontificado y su período de emérito, para que el juicio sobre las virtudes heroicas de Joseph Ratzinger –que considero incuestionables– pueda ser totalmente cristalino y ampliamente demostrado y compartido”.