No parece que se vaya a frenar este 12 de enero la publicación de ‘Nada más que la verdad. Mi vida junto a Benedicto XVI’ (ediciones Piemme), las memorias del que fuera el secretario privado del Papa emérito, el arzobispo alemán Georg Gänswein. Un volumen en el que en los capítulo quinto y sexto repasa el pontificado del pontífice fallecido. Las crisis y la decisión de la renuncia marcan el relato que hace el secretario con la colaboración del periodista Saverio Gaeta. Una publicación ante la que, en palabras del secretario que ha sido recibido por Francisco este 9 de enero, se están difundiendo interpretaciones “malintencionadas” de los extractos “fuera de contexto” y ante los que no va a responder porque, ha asegurado, “ahora tengo que callarme” según publica Corriere della sera.
El día a día de Benedicto XVI como papa también forma parte de las memorias de su secretario privado. En el capitulo quinto, “los escollos del complejo gubernamental”, repasa los nombramientos que tuvo que ir haciendo el Papa alemán, comenzando por su sucesor en Doctrina de la Fe o el vicario para la diócesis de Roma. También se detiene especialmente en el nombramiento de un nuevo Secretario de Estado a regañadientes de Angelo Sodano, a quien le costó dejar su piso en el Palacio Apostólico. Del finalmente nombrado, Tarcisio Bertone, cuenta algunas indiscreciones del salesiano y como Benedicto tuvo que llamarle la atención porque estaba demasiado tiempo fuera del despacho. Incluso asegura que en “la sección italiana de la Secretaría de Estado era que trabajaban más para las conferencias del Secretario que para los discursos del Papa”. En este sentido recoge un cotilleo de pasillos: “Cuando Bertone era arzobispo en Vercelli y Génova estaba a menudo en Roma, como Secretario de Estado está a menudo fuera”.
En el libro se muestran las críticas que llegaban al Papa por su elección, algunas de ellas filtradas entro los documentos del Vatileaks. Más allá de esto, Gänswein apunta a los informes poco rigurosos de Bertone en los errores de Benedicto en torno al Instituto para las Obras de Religión –el banco vaticano– y el proyecto de un centro sanitario católico para salvar la situación económica de los hospitales romanos vinculados a la Santa Sede. Ante las continuas críticas también el secretario recuerda que acudió a otros cardenales y obispos salesianos italianos para que hicieran ver “al Secretario de Estado que debía comportarse con más prudencia”, tarea que consideraban imposible.
Aunque un escándalo mayor que los incendios provocados por Bertone, fue la “filtración de documentos confidenciales, que supuso uno de los dolores más negros para nuestra familia papal”. “La sensación que sigo teniendo hoy es la de haberme encontrado en la piel de un padre que no se da cuenta de que su hijo está robando las joyas de su madre y que, incluso cuando el robo sale a la luz, no es capaz de albergar ninguna sospecha sobre él…”, relata Gänswein. Algo, argumenta, “cercano a lo diabólico” a pesar de que los implicados “se sentían obrando de buena fe”.
El secretario reitera que los documentos filtrados estaban en su área de trabajo donde el acceso era muy restringido. Los indicios apuntaban entonces al mayordomo Paolo Gabrielle, quien “se apresuró a negarlo rotundamente, incluso se hizo el ofendido y me preguntó cómo habían surgido en mí tales sospechas”. Luego confesaría y sería desplazado a trabajar del Vaticano al hospital Bambino Gesù. Toda la documentación de la investigación se le entregó a Francisco en el primer encuentro en Castel Gandolfo.
Otro ‘misterio’ es el que tiene que ver con la desaparición de la joven Emanuela Orlandi en 1983. Gänswein, como ya se ha dicho, tuvo un encuentro el 9 de diciembre de 2011 con Pietro Orlandi, el hermano de la desaparecida. Entre los documentos filtrados esta parte de un informe de la Secretaría de Estado analizando un libro publicado entonces por el hermanos. De hecho la propia Oficina de Prensa del Vaticano emitió un comunicado el 14 de abril de 2012. En este sentido se alinea con la nota y las investigaciones en torno a la hipótesis terrorista. El secretario ratifica que no hubo pruebas de ocultación a la autoridades italianas y que ninguna de las variadas líneas de investigación habían resultado definitivas. Niega así la existencia de un “dossier cuidadosamente preparado por Gänswein”, como se publicó en Italia.
Tras el capítulo sexto, en el que se analiza el magisterio durante el pontificado de Benedicto XVI, el secretario analiza la cuestión de la renuncia. “Fue la cuestión de la participación personal en aquella JMJ (n. del r.: la de 2011 en Madrid) lo que desencadenó en él una reflexión, que poco a poco se fue haciendo cada vez más estricta, sobre la continuación o no de su pontificado”, ya que “un encuentro de jóvenes sin la presencia física del Pontífice habría sido aburrido” a pesar de haberse mojado los pies en el chaparrón de la vigilia en Cuatro Vientos. A esto seguirían sutiles insinuaciones en distintos actos, siempre según el secretario, y otros percances como la caída en el baño durante un viaje posterior a México. La próximo JMJ era en Brasil y el médico le desaconsejó otro viaje transatlántico.
Ya en verano comenzó a consultar la cuestión del cansancio con Bertone y más tarde con el propio secretario. En septiembre le dijo: “He reflexionado, he rezado y he llegado a la conclusión de que, debido a la disminución de mis fuerzas, debo renunciar al ministerio petrino”, algo que Gänswein intentó frenar. “Llevo siendo Papa tantos años como Juan Pablo II ha estado enfermo, y no me gustaría acabar como él. Al fin y al cabo, lo que podía hacer, lo he hecho, y sería mejor para la Iglesia que dimitiera, con la elección de un nuevo Papa, más joven y enérgico. Este es el momento adecuado para que, una vez resueltos los problemas de los últimos meses, pueda ceder el timón a otra persona sin demasiadas dificultades”, señaló.
Entonces se preveía informar en Navidad, pero se desechó la idea mirando hacia el final del año de la fe en octubre de 2013; aunque Benedicto “al final eligió el 11 de febrero, día festivo en el Vaticano por el aniversario de los Pactos de Letrán entre Italia y la Santa Sede” en el consistorio que estaba convocado. Días antes se comunicó la noticia a los miembros de la Casa Pontificia. “Benedicto había comenzado a finales de enero a redactar el texto que leería en el Consistorio. Su decisión de escribir en latín era obvia, ya que ésta ha sido siempre la lengua de los documentos oficiales de la Iglesia católica”, explica, aunque señala que se les escapó un error de concordancia en el texto latino. Además “en 2006, Benedicto firmó una declaración en la que expresaba por adelantado su voluntad de dimitir si dejaba de estar en condiciones físicas o mentales de ser Papa”.
En esta tesitura destaca el secretario su labor desde hace un año como Prefecto de la Casa Pontificia –aunque se valoró, añade, el puesto de secretario de la Congregación para las Causas de los Santos en 2010– y como su sucesor recibió la birreta cardenalicia por los trabajos prestados. “Benedicto insistió en que me lo pedía por obediencia y yo tenía que responder positivamente. De hecho, no era costumbre en el Vaticano que el secretario particular del Papa se convirtiera en obispo mientras éste seguía en ese servicio”, explica recordando que su ordenación episcopal se produjo a un mes del anuncio de su renuncia.
La salida del apartamento papal, recuerda el secretario, “fue una despedida, debo reconocerlo, que me hizo sufrir y me afectó tan profundamente que no pude hacer otra cosa que dejar correr las lágrimas”. La noche finalizaría en Castel Gandolfo en una terraza con vistas al lago Albano. El fin de un pontificado.