El cardenal George Pell fallecía de forma inesperada el pasado martes debido a las complicaciones de una operación de cadera. Poco antes, el purpurado había escrito un artículo para The Spectator en el que denunciaba los planes del Vaticano para el ‘Sínodo sobre la sinodalidad’. En el texto, que ahora ha salido a la luz, Pell define el Sínodo como una “pesadilla tóxica”, así como “uno de los documentos más incoherentes jamás enviados desde Roma”.
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Para el cardenal, el documento presentado por Roma después de la fase diocesana no sólo está “expresado en jerga neomarxista”, sino que es “hostil a la tradición apostólica” e “ignora principios cristianos tan fundamentales como la creencia en el juicio divino, el cielo y el infierno”.
“El Sínodo Católico de Obispos ahora está ocupado construyendo lo que ellos consideran como el ‘sueño de Dios’ de la sinodalidad”, comienza Pell. “Lamentablemente, este sueño divino se ha convertido en una pesadilla tóxica a pesar de las buenas intenciones declaradas por los obispos”.
Un documento “hostil”
Así, Pell critica incluso el propio título del documento presentado, ‘Ensancha el espacio de tu tienda’: “el objetivo es acomodar, no a los recién bautizados, aquellos que han respondido al llamado al arrepentimiento y a creer, sino a cualquiera que pueda estar lo suficientemente interesado como para escuchar. Se insta a los participantes a ser acogedores y radicalmente inclusivos: ‘Nadie está excluido'”.
“Leemos que el pueblo de Dios necesita nuevas estrategias; no peleas y enfrentamientos, sino diálogo, donde se rechaza la distinción entre creyentes y no creyentes”, continúa. “El pueblo de Dios debe realmente escuchar, insiste, el grito de los pobres y de la tierra”. Critica, además, que “debido a las diferencias de opinión sobre el aborto, la anticoncepción, la ordenación de mujeres al sacerdocio y la actividad homosexual, algunos sintieron que no se pueden establecer o proponer posiciones definitivas sobre estos temas. Esto también se aplica a la poligamia, al divorcio y al nuevo matrimonio. Sin embargo, el documento es claro sobre el problema especial de la posición inferior de la mujer y los peligros del clericalismo”.
Para Pell, se trata de un documento “incompleto, hostil en formas significativas a la tradición apostólica y en ninguna parte reconoce el Nuevo Testamento como la Palabra de Dios, normativa para toda enseñanza sobre la fe y la moral. Se ignora el Antiguo Testamento, se rechaza el patriarcado y no se reconoce la Ley Mosaica, incluidos los Diez Mandamientos”.
Aprovecha, además, para señalar que “fuera del sínodo la disciplina se está relajando, especialmente en el norte de Europa, donde algunos obispos no han sido reprendidos, incluso después de afirmar el derecho de un obispo a disentir; un pluralismo de facto ya existe más ampliamente en algunas parroquias y órdenes religiosas en cosas como bendecir la actividad homosexual”.
“Ha descuidado lo Trascendente”
Sin embargo, para el fallecido cardenal el “liderazgo efectivo y la cooperación” son “signos de esperanza”, pero no ve con tan buenos ojos que el documento “opine que los modelos piramidales de autoridad deben ser destruidos y que la única autoridad genuina proviene del amor y el servicio”.
“Los principales actores en todos los sínodos (y concilios) católicos y en todos los sínodos ortodoxos han sido los obispos”, continua, afirmando que “esto debe ser afirmado y puesto en práctica en los sínodos continentales de manera gentil y cooperativa para que las iniciativas pastorales se mantengan dentro de los límites de la sana doctrina”.
Finalmente, Pell concluye que, “hasta ahora, el camino sinodal ha descuidado, incluso degradado, lo Trascendente, encubrió la centralidad de Cristo con llamamientos al Espíritu Santo y fomentó el resentimiento, especialmente entre los participantes”.
Además, recuerda que “los documentos de trabajo no forman parte del magisterio”, sino que “son una base para la discusión; para ser juzgados por todo el pueblo de Dios y especialmente por los obispos con y bajo la orden del Papa”. “Este documento de trabajo necesita cambios radicales”, asevera. “Los obispos deben darse cuenta de que hay trabajo que hacer, en nombre de Dios, más temprano que tarde”.