Andrés Gabriel Ferrada Moreira (Santiago de Chile, 1969) es, desde el 1 de octubre de 2021, el secretario del Dicasterio para el Clero. Francisco confiaba entonces en el sacerdote de la arquidiócesis de Santiago para apoyar al cardenal Lazzaro You Heung-sik en el ‘ministerio’ vaticano dedicado a los presbíteros. Ferrado se ordenó en 1999 y luego se marchó a Roma, donde se doctoró en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana en 2006.
Después volvería a su país para ser director de estudios y prefecto de teología en el Seminario Mayor de los Santos Ángeles Custodios. Sin embargo, en 2018 regresaba a Roma llamado por el Papa como oficial del dicasterio. Después de hacerlo número dos del Clero, el Pontífice le ordenó obispo el 17 de octubre de 2021 en la Basílica de San Pedro. Tras conocerse la visita canónica a los seminarios españoles, el prelado conversa con Vida Nueva sobre el pasado, el presente y el futuro de estos centros de estudio.
PREGUNTA.- Francisco dijo recientemente a los formadores de seminarios latinoamericanos que “los centros deben ser verdaderas comunidades cristianas, lo que implica un número adecuado de seminaristas”. ¿Caminamos hacia los seminarios interdiocesanos?
RESPUESTA.- El Seminario no es un edificio, sino una comunidad cristiana donde se forman los futuros pastores. Un pastor es un fiel cristiano y, por lo mismo, proviene de una comunidad creyente, es una oveja del rebaño del Señor que, como sucedió con Pedro, Santiago y Juan, en un cierto momento de su vida el Maestro lo llamó: “Ven y sígueme… haré de ti pescador de hombres”. La misión del sacerdote es actuar en nombre de y hacer presente al “Pescador”, al “Pastor” del rebaño, Cristo, quien es “Cabeza y Esposo de la Iglesia”.
Por lo mismo, la misión del sacerdote es formar, alimentar y guiar a la comunidad cristiana. ¿Cómo lo hará si él mismo no tiene una honda experiencia de comunidad en todas las dimensiones de su vida? Por eso, el seminario debe ser ante todo una comunidad formativa integrada por un grupo congruo de seminaristas, formadores y otros agentes de formación, donde se vive y se aprende a ser discípulo del Señor y Pastor de la grey.
De modo que se ha de caminar hacia seminarios interdiocesanos especialmente en las regiones o provincias eclesiásticas en las que el número de seminaristas es reducido o no se cuenta con suficiente estructura formativa que garantice un acompañamiento en las diversas dimensiones de la formación.
P.- Lleva más de un año como secretario del Dicasterio para el Clero, pero llevaba ya tres como oficial. Con la experiencia de este tiempo, ¿qué sacerdotes diría que quiere el Papa?
R.- Sin duda, el Papa quiere los sacerdotes que quiere Jesús. Esto se refleja en aquel perfil que su Iglesia ha discernido, esto es, según lo ha madurado en el Concilio Vaticano II, en el Magisterio pontificio postconciliar, en el Sínodo de los Obispos y en otras instancias eclesiales, particularmente como se recoge en la exhortación post sinodal Pastores dabo vobis y últimamente en la Ratio Fundamentalis Institutiones Sacerdotalis, el don de la vocación presbiteral en la Iglesia.
El papa Francisco lo ha resumido en “las cuatro cercanías” de todo sacerdote: con Dios, con el propio obispo, con los hermanos sacerdotes con quienes forma el cuerpo del presbiterio, y con sus hermanos y hermanas cristianas.
P.- No menos importante son los formadores. ¿Qué cualidades no deben faltarles?
R.- Ante todo, que sean sacerdotes de esas cuatro cercanías descritas por el Santo Padre, porque nadie puede dar lo que no tiene. Diría que eso se nota cuando los formadores ejercen la paternidad sacerdotal de un modo auténticamente generativo y evangélico, esto es, cuando en nombre de Cristo y en su representación ayudan a las personas a descubrir y vivir su propia vocación. Otro rasgo necesario es la disponibilidad del formador para prepararse continuamente en el arte del acompañamiento vocacional, el cual lo lleva a estar presente en la comunidad constantemente de modo efectivo.
P.- Es verdad que, si se echa un ojo a los claustros, los nombres de mujer brillan por su ausencia. ¿Por qué se ha orillado su saber? ¿Qué pueden aportar ellas a la formación sacerdotal?
R.- La dimensión intelectual de la formación sacerdotal inicial la brindan en buena parte las facultades de teología o institutos teológicos internos o externos al Seminario (la Iglesia quiere que estos estén afiliados a una facultad). En ese ambiente, cada vez hay más mujeres participando y desarrollando la propia misión en la Iglesia como filósofas, teólogas, docentes, investigadoras y profesoras, también en la administración y conducción de esas instituciones. Sin embargo, la presencia de la mujer en la formación sacerdotal es y debe ser mucho más amplia, por ejemplo, entre los especialistas y otros colaboradores del equipo formativo, entre los responsables de las prácticas pastorales y en otras formas de acompañamiento de los futuros pastores. Así lo destaca también la Ratio Fundamentalis.
P.- ¿Se han incorporado tarde los psicólogos al proceso vocacional de los sacerdotes que vienen?
R.- Pienso que en la mayor parte de los seminarios colaboran diversos especialistas, no solo psicólogos, en la formación sacerdotal. Lo decisivo es que todos quienes participan en ella compartan el mismo proyecto formativo, si bien cada uno desde sus propias competencias y en sus respectivos ámbitos. Esto implica que se debe compartir una visión común del ser humano y de la sociedad, así como de la naturaleza y misión de la Iglesia, la cual no solo debe tener en cuenta la fe, sino también ha de estar fundada en ella.
Respecto de la misión de los psicólogos, la Ratio Fundamentalis es clara al señalar su importante contribución durante el proceso de evaluación de los candidatos, particularmente antes del ingreso en el Seminario y en algún momento posterior. Estos profesionales, desde su área de competencia específica, también pueden ofrecer un acompañamiento psicológico a aquellos seminaristas que lo requieran, de modo que puedan responder a Dios con mayor libertad.
P.- La tentación de contar con un mayor número de seminaristas puede llevar a no discernir bien la idoneidad del candidato. ¿Qué consejos daría para un buen discernimiento en este sentido?
R.- Recuerdo que cuando era seminarista, hace más de 30 años, en un coloquio, el famoso formador español Juan Esquerda Bifet nos dijo: “No faltan sacerdotes, sobran”, aludiendo a que se requerían presbíteros que fueran auténticamente misioneros. En una palabra “pescadores de hombres”. Por tanto, lo esencial del discernimiento de las vocaciones sacerdotales en el seminario ha de centrarse en verificar que cada seminarista vaya dando pruebas de un verdadero y positivo progreso y crecimiento en todas las dimensiones formativas, en su camino orientado a la misión que asumirá como pastor y siervo de la Iglesia, y que no se enfoque solo en corroborar la ausencia de deficiencias graves. Debemos ser cada vez más conscientes de que no necesitamos números, sino pastores.
Un elemento importante a revisar junto con el seminarista son las motivaciones para optar por este camino vocacional: ¿elijo este camino como seguimiento de Cristo en el servicio a su pueblo o busco las gratificaciones que me pueden venir del sacerdocio? Ayudar a los candidatos a afrontar y clarificar sus motivaciones más profundas y sostenerles en el proceso de ponerlas delante de Dios, es uno de los mejores servicios que pueden brindar los sacerdotes formadores para favorecer el discernimiento de los candidatos.