Son las 20:00 horas de un martes cualquiera. Rubén, Lluc, Isael, Mateo y los demás terminan su momento de oración comunitaria y se dirigen hacia plaza Cataluña, a poco más de 600 metros desde su casa, el Seminario Interdiocesano de Cataluña. En bolsas, natillas y bocadillos que ellos mismos preparan para compartir con los sin techo. Antes, aunque siempre han estado a la vuelta de la esquina, para ellos solo eran descartados, los últimos o el sinónimo que se quiera utilizar para hablar de una realidad hasta entonces abstracta.
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Sin embargo, desde hace un año y medio, la pobreza ya tiene rostro. “Ahora sé quienes son los pobres”, comentaba un seminarista a su rector, Armand Puig, a los pocos meses de comenzar esta experiencia misionera en su propio barrio. Nada nuevo para el sacerdote tarraconense, pues lleva Sant’ Egidio en vena. “Al final, uno enseña lo que ha aprendido”, comenta el también rector del Ateneo Universitario Sant Pacià a Vida Nueva mientras compartimos un café en la sala de estar del seminario. Y agrega: “El tema ha sido clave para la vocación, pues significa unir el amor a Dios y al prójimo, que ahora tiene nombre”.
Uno de esos tantos nombres y rostros concretos es el de Richard, un joven letón de 23 años que vive a caballo entre las Ramblas y el paseo de Gracia. “Es bonito porque acabas conociéndolos y haciendo amistad”, cuenta Rubén Bonsfills, seminarista de Solsona que está en su último año. “Te esperan… nosotros vamos a darles un bocadillo, pero nos llevamos mucho más. Notas que nos cogen cariño y eso es un regalo”, relata el joven sobre su experiencia viviendo esta dimensión misionera.
Para Puig, una de las bases de la formación es “el equilibrio entre lo espiritual y lo social”. “Damos mucha importancia a la liturgia y a los pobres. Son igual de importantes, porque no hay relación con Dios si no hay relación con los más pequeños del Reino. Y no podemos postular un futuro sacerdote pensando que su función es simplemente litúrgica, ni a uno que viva imbuido en lo social y no vibre ante la presencia de Dios. Nosotros conjugamos ambos aspectos y todo con el pegamento de la fraternidad”, explica. “Nadie puede decirnos que no amamos la liturgia. Diría que somos híper litúrgicos, pero en su contexto, si no, lo convertimos en ritualismo”, resalta.
Sólida formación
Puig es, desde el 23 de octubre de 2020, el rector del seminario donde conviven los jóvenes formandos de las diócesis de Tarragona, Girona, Lleida, Solsona, Tortosa, Urgell y Vic –todas las catalanas a excepción de Barcelona y Sant Feliú, cuyos seminaristas viven juntos, y Tarrasa, que cuenta con su propio centro–. Los 14 tarraconenses estudian en la Facultad de Teología de Barcelona, donde asisten todos los seminaristas catalanes, formando una comunidad mucho mayor.
Cuando el papa Francisco nombró al entonces rector, Javier Vilanova, obispo auxiliar de Barcelona, los prelados pensaron en él –“porque pasaba por allí” apostilla entre risas–, pues tiene experiencia probada como formador, ya que fue el encargado de abrir este seminario interdiocesano inédito en España hace ya 35 años, cuando hizo las veces de vicerrector durante casi una década. En la tarea de formar a los futuros sacerdotes le acompaña ahora el P. Gabriel Casanovas, sacerdote de la diócesis de Urgell, y Jaume Gené, sacerdote de la Archidiócesis de Tarragona.
La visita apostólica que el Vaticano, a través del Dicasterio para el Clero, ha encargado a los uruguayos Milton Luis Tróccoli, obispo de Punta del Este, y Arturo Eduardo Fajardo, obispo de Salto, no pilla por sorpresa al interdiocesano. De hecho, ni siquiera lo ven con preocupación, sino todo lo contrario. “Juan Pablo II ya ordenó una visita en los 90. No es nuevo. Debemos acogerlo con tranquilidad. Desde mi experiencia, Roma lo que intenta siempre es ayudar. Esta visita no creo que sirva para imponer nada, pero va a abrir posibilidades”, señala Puig. Y es que ellos ya recibieron una visita de José Vilaplana, obispo emérito de Huelva, a los cinco años de iniciar la experiencia interdiocesana, cuando pasó una semana conviviendo con los chicos.
Visita canónica
La realidad es que los dos prelados auditarán los 45 seminarios españoles entre enero y febrero, conviviendo algunos días en cada centro. Sobre la mesa, la más que probable fusión de seminarios, al estilo del que hoy lleva adelante Puig, pues el Papa ya advirtió a los obispos españoles durante su última visita ad limina que no contar con una comunidad amplia de formandos carecía de sentido. Un mantra que volvió a repetir en un reciente encuentro con rectores latinoamericanos. Por eso, esta revista ha querido compartir un día en el Seminario Interdiocesano de Cataluña antes de la visita canónica.
Una de las preocupaciones de los obispos es que los seminaristas se formen fuera y pierdan ese sentido de diocesaneidad. Sin embargo, desde la experiencia, Puig indica que “no hay conflicto en absoluto entre diocesanidad e interdiocesanidad”. De hecho, “ningún joven en estos años ha cambiado de diócesis”, comenta entre bromas. “Comprendo que un obispo quiera quedarse con sus seminaristas, pero tenemos que sopesar si esa opción asegura una sólida formación”, subraya.
“Sé que el cura de Ars sacaba cincos y estuvieron a punto de no ordenarle porque no llegaba a la media, pero ahí actuó el Espíritu Santo. Es mejor pensar que el Espíritu Santo actúa a través de nosotros, así que formémosles con garantías. Si un chico tiene una formación intelectual débil luego no le pidamos cosas que no se pueden… En tiempos difíciles es momento de no resignarnos y tener un proyecto, no poner tiritas”, señala.