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Nossa Senhora Aparecida, una catedral para asaltar el cielo





La ciudad de Brasilia se construyó en cuatro años. Sí, menos de un lustro. Sin embargo, su bellísima catedral, Nossa Senhora Aparecida, necesitó doce. El ingeniero Lucio Costa fue quien ideó esa urbe futurista nacida en mitad de la nada, justo en el centro del país (y con la pretensión de conectar con las otras capitales del inmenso país), y Oscar Niemeyer, el encargado de levantar los edificios más emblemáticos de la metrópoli. ¿Ciudad o monumento? Ambas.



El Palacio de Planalto (sede del poder ejecutivo, donde despacha el presidente de la República, Lula da Silva) y el Tribunal Supremo Federal (instancia máxima del poder judicial) componen, con el Congreso Nacional, la plaza de los Tres Poderes, que ha estado en boca y ojos del mundo entero tras el asalto, el pasado 8 de enero, de miles de seguidores de Bolsonaro que arramblaron con todo lo que se les puso delante, envueltos en banderas verdes y amarillas.

Cristales rotos, puertas reventadas, despachos reducidos a escombros. ¿Y si la turba llegaba a la Aparecida? Afortunadamente, se quedó lejos de esa escultura que es la catedral metropolitana, una obra que se cimbrea, como la mano de Niemeyer, que usa y abusa de lo sinuoso, de la curva siempre, del círculo, y que aquí quiere rendir homenaje –así lo dijo el arquitecto– a las inmensas catedrales medievales. No ocupa, sin embargo, un lugar principal, sino una posición más secundaria dentro de esa futurista ciudad que pudo ser y no ha sido, aunque Brasil sea el país con mayor número de fieles católicos.

Vivencias positivas

El arquitecto jamás escondió sus convicciones religiosas: se declaró siempre ateo, pero no pudo evitar sucumbir ante la belleza de una simple iglesia o de una monumental catedral. Además de esta, suyas son también las de Belo Horizonte y Niteroi. Hasta 16, entre capillas e iglesias, han salido de su mano. Andando los años, le gustaba recordar que de niño su familia tenía en casa un pequeño oratorio donde escuchaban misa los domingos. Más tarde, a medida que fue creciendo, dejó a un lado la idea de Dios “todopoderoso y creador de todas las cosas. Estas vivencias, que aprendí al vivir con mis abuelos, me forjaron la idea de que los católicos son buenos, que quieren hacer un mundo mejor para todos”, declaraba.

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