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PREGUNTA.- Esta semana de oración por la unidad de los cristianos se celebra inmersa en el Sínodo de la Sinodalidad. ¿Puede la Iglesia avanzar realmente en sinodalidad sin la unidad de los cristianos?
RESPUESTA.- La sinodalidad pertenece a la misma naturaleza de la Iglesia, aunque los trabajos del Sínodo nos estén ayudando a redescubrirla, impulsarla y caminar hacia una sinodalidad más plena. La unidad también es esencial a la Iglesia, así la quiso Cristo para ella, y así la quiere, incluso en nuestras circunstancias históricas de división: por eso el diálogo ecuménico es esencial para la vida de la Iglesia, porque se trata de una respuesta a la voluntad misma de Dios.
De esta manera, podríamos decir que se trata un camino en el que se avanza simultáneamente, en unidad y sinodalidad. En la medida en que nos abrimos más a la unidad con otras Iglesias y comunidades, nos comprometemos más con la reparación de las divisiones históricas entre los cristianos y profundizamos más en la comunión eclesial, ayudamos a edificar una Iglesia que también será más sinodal. A nivel práctico, podemos aprender mucho de la experiencia sinodal de los hermanos protestantes y ortodoxos, y ofrecer también mucho de nuestra propia experiencia católica.
P.- Hace unos meses, el papa Francisco animaba a los teólogos a “ponerse de acuerdo”. ¿Cuáles son los principales puntos a abordar?
R.- Desde hace décadas, el debate teológico es una de las principales facetas del trabajo teológico. Aunque muchos observan esta conversación teológica con cierta sospecha, como si las cuestiones dogmáticas fueran un lastre que impide y ralentiza el camino hacia la unidad, sigue siendo fundamental para no caer en el irenismo ingenuo y en la falta de respeto a la identidad espiritual e histórica de cada confesión.
En ese sentido, el diálogo entre teólogos ha dado algunos de los frutos más decisivos y persistentes del ecumenismo, como la declaración conjunta entre luteranos y católicos sobre la justificación del año 1999. Siguen pendientes algunos temas, como la cuestión del primado, a la vez que aparecen otros nuevos, sobre todo de carácter eclesiológico y moral, como la realidad del sacramento del orden, la respuesta a la crisis ecológica o los nuevos interrogantes a la antropología cristiana.
P.- ¿Es la Iglesia española una Iglesia abierta al diálogo ecuménico?
R.- Históricamente, la Iglesia española ha tenido una experiencia ecuménica muy limitada comparada con otras Iglesias europeas, debido a la historia y la sociología de nuestro país. La realidad está cambiando profunda y rápidamente, motivada por el fenómeno imparable de la inmigración: a nuestra sociedad llegan cristianos del este de Europa y del sur de América, haciendo presente la Ortodoxia y los nuevos movimientos protestantes pentecostales.
La convivencia normal en una sociedad plural como la nuestra está provocando un diálogo ecuménico espontáneo y nuevo para muchos católicos tradicionales. Se trata de una ocasión providencial para tomar conciencia de la necesidad de la apertura, y para formar bien a nuestras comunidades.
P.- ¿Qué se podría hacer, desde la realidad de las iglesias locales, para potenciar ese “caminar como hermanos”?
R.- Es decisivo que este espíritu ecuménico penetre en nuestras parroquias, movimientos y comunidades. Quizás el primer paso sería promover el descubrimiento mutuo, retirando los posibles prejuicios ante los no católicos, que con frecuencia nacen de la simple ignorancia y/o de estereotipos; provocando encuentros entre los fieles, no únicamente entre los teólogos y los pastores, para evitar cierto elitismo que impregna el movimiento ecuménico; y favorecer el denominado intercambio de dones, es decir, la oferta mutua y la recepción de muchos elementos que forman parte de las tradiciones espirituales y pastorales de las Iglesias y comunidades eclesiales, que son tremendamente valiosas para la vida de fe, personal y comunitaria.
Un ejemplo muy claro son los iconos, que originariamente forman parte de la espiritualidad cristiana oriental, y que cada vez más católicos latinos descubren y estiman para su propia experiencia de Dios. Hay muchas posibilidades en este ámbito. En ese sentido, orar y trabajar juntos, católicos, ortodoxos y protestantes, es un cauce de unidad real y accesible para todos los creyentes.
P.- ¿Está más próxima a resolverse ahora la división entre los cristianos que antes del Concilio Vaticano II o aún falta camino por recorrer?
R.- Sin duda, el Concilio Vaticano II fue un punto de inflexión para el ecumenismo, y una renovación enorme en la tarea ecuménica. Desde entonces, la Iglesia católica está muy comprometida con la unidad de los cristianos, como reconocen pacíficamente los hermanos protestantes y ortodoxos. En ese sentido, hay que ponderar la atención de los Papas de la etapa posconciliar, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco, todos y cada uno han cuidado la unidad de los cristianos y el diálogo ecuménico de manera muy personal, intensa y con gran caridad pastoral.
Siempre surgen dificultades, porque la división histórica es honda y compleja, y queda mucho camino por recorrer, es necesario ser realistas y no hacerse ilusiones vanas, pero la entrega de tantos obispos, sacerdotes, religiosos, laicos, teólogos, comunidades, etc… es esperanzadora, promete mucha fecundidad.