En la primera semana de este 2023, hasta cuatro mujeres fueron asesinadas por sus parejas en España en poco más de 24 horas. Según datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, el año pasado se cerró con 49 víctimas de la violencia machista. Una lacra que, por desgracia, desde hace mucho tiempo se ha consolidado como uno de los fenómenos más dramáticos en la sociedad española y ante la que, sin embargo, muchos cristianos entienden que se habla poco en los púlpitos.
Para comprobarlo, basta una simple búsqueda en Google y, a diferencia de otras cuestiones, como el aborto, la eutanasia, la pena de muerte o la inmigración, sobre las que hay miles de noticias relacionadas con pronunciamientos episcopales de todo tipo, en torno a la violencia machista las referencias son ciertamente escasas.
Aunque, poco a poco, parece que las cosas empiezan a cambiar. Así lo demuestra la Archidiócesis de Madrid, que en 2017 dio un gran paso en este sentido al impulsar la comisión diocesana por una vida libre de violencia contra las mujeres. Su coordinadora, Julia Almansa, también muy ligada a la Fundación Luz Casanova, referente eclesial en este ámbito, explica cómo se gestó todo: “El grupo se creó tras la realización, a finales de 2016, de las Jornadas diocesanas ‘STOP violencia contra la mujer. Desde la cultura del buen trato: responsabilidad, respuesta y acompañamiento como Iglesia’. Este encuentro fue el punto de partida en la Iglesia madrileña para crear una comisión desde donde abordar la necesidad, cada vez más acuciante, de dar respuesta a una lacra de importantes magnitudes y que nos atraviesa social, familiar, y eclesialmente. No podemos olvidar que las estimaciones mundiales publicadas por la OMS indican que una de cada tres mujeres (35%) han sufrido violencia física y/o sexual”.
Sobre los ejes que vertebran su acción, Almansa detalla que son cuatro: “El primero es sensibilizar y visibilizar, en las comunidades cristianas e instituciones de la Iglesia, que la violencia contras las mujeres es radicalmente opuesta al Evangelio de Jesús. El segundo busca favorecer que las comunidades cristianas sean un lugar seguro para las mujeres que sufren violencia y a sus hijas e hijos, ofreciendo ser un lugar de protección y respeto para enfrentarla y tomar decisiones en libertad. El tercero se basa en eliminar lenguajes y prácticas excluyentes discriminatorias que justifiquen el empobrecimiento y la violencia contra las mujeres. Y el cuarto consiste en visibilizar y participar con otros colectivos y redes de la sociedad civil en la denuncia y en la reivindicación de medidas sociales, legales, económicas y educativas para la erradicación de la violencia contra las mujeres”.
En el plano espiritual, la comisión madrileña convoca periódicamente vigilias en las que se reza por las víctimas de la violencia machista. En ellas se aprecia a la Iglesia que sí tiene una palabra clara en la denuncia de esta lacra: “En una celebración, en 2021, nos acompañó José Cobo, obispo auxiliar de Madrid, quien señaló que ‘no podemos mirar para otro lado ante el sufrimiento que llega hasta Dios… Y no nos podemos quedar de brazos cruzados ante tantos casos violentos contra mujeres que se manifiestan de múltiples formas. Son la punta de lanza de muchos esquemas mentales y paradigmas culturales y sociales arraigados, que las denigran y las reducen a objetos’”. La homilía, realmente un aldabonazo en las conciencias, está íntegra en la web de la entidad diocesana.
Desde este ímpetu, la directora del organismo reitera que “es tiempo de denunciar lo que atenta contra la dignidad de las mujeres y decir que es un ataque a la dignidad de toda la humanidad. Es tiempo de denunciar formas de pensar, prácticas y lenguajes que sostienen la cultura de la violencia; esa que lleva al dominio de las personas, a someter a los otros, a considerarse superior y a abusar de los demás, alimentando el amor al dinero, al éxito y al poder. Es tiempo de denunciar y comprometernos para escuchar a las víctimas y ponerlas en el centro. Es tiempo, en definitiva, para tender la mano y ayudar a quienes se atreven a romper su silencio. Ellas son un grito de socorro que no podemos ignorar”.
En este sentido, Almansa también quiere recuperar una intervención en otra de sus vigilias de José Luis Segovia, vicario de Pastoral Social e Innovación de la Iglesia madrileña y otro gran referente para el grupo: “La Iglesia quiere que las mujeres víctimas de violencia la sientan inequívoca, radical, afectiva y efectivamente de su lado. En el propio seno de la Iglesia tenemos a no pocas mujeres maltratadas y, también, a maltratadores. Ello nos ha de causar el mayor escándalo. No podemos dejar de sentirnos concernidos”.
Si estas palabras generan tanto impacto es porque no se puede ocultar que en buena parte de la Iglesia es patente “mucho silencio. Y, por tanto, hay mucho, muchísimo por hacer, para que palabras como las anteriores sean compartidas y asumidas por los pastores y por las comunidades. Es necesario romper estereotipos y facilitar el acompañamiento a las víctimas; algo que, a día de hoy, es muy escaso en nuestra Iglesia. Tenemos que convencernos de que las comunidades salvan y son espacios de sanación. Toca romper miedos, desmontar discursos y actitudes de siglos y que, en los últimos años, han encontrado altavoz en algunos sectores sociales y políticos”.
¿Qué puede explicar los silencios por parte de los pastores que jamás dedican un solo comentario a un drama tan acuciante? ¿El temor a que se rompa el sacramento del matrimonio? ¿El miedo a hablar simplemente del género o del machismo? ¿La esencia patriarcal de la institución? “Es, sin duda, una mezcla de todo esto, aunque creo que las dos primeras se engloban en la última. Tal vez, cada uno deba revisar en su interior qué provoca su silencio. Lo que sí puedo afirmar es que, sea por miedo, por prejuicios o por la propia esencia patriarcal de la Iglesia, el silencio es cómplice de la violencia y la perpetua. El silencio es antievangélico”.
Más allá de las palabras y actitudes, Almansa reclama traducir un compromiso nítido contra la violencia machista en los planes pastorales y catequéticos de las diócesis y las distintas comunidades. Algo para lo que la comisión cuenta con un “decálogo” en el que se pide “generar en nuestras comunidades un clima de confianza, cariño y seguridad que permita a cada mujer víctima de violencia o susceptible de serlo encontrar acogida, apoyo y refugio”. Lo que, a su vez, lleva a “asumir que ninguna forma de violencia es compatible con vivir como hijos e hijas del Dios en el que creemos. Como Iglesia, nos comprometemos a no ser cómplices de ninguna forma de violencia, ni callar ni encubrir ninguna de sus manifestaciones: física, verbal, psicológica y/o sexual”.
También implica “trabajar desde la pastoral de las familias para que esta sea un espacio de escucha profunda, donde la ausencia de juicio y el acompañamiento posibiliten la detección temprana”. Más concretamente, se refleja en “establecer protocolos de atención y acompañamiento a las mujeres en riesgo que sean eficientes para impedir que se conviertan en víctimas por falta de las adecuadas herramientas de intervención”.
Con una mirada más amplia y a largo plazo, se ve necesario “formar y sensibilizar a nuestras comunidades, de manera que nos involucremos, de forma clara, en los cambios necesarios para erradicar este pecado social”. De ahí que haya que “enriquecer la formación bíblica para incluir la mirada de las mujeres en la interpretación de la palabra y la liturgia”.
De este modo, se “cultivarán la paz, la no discriminación, la comprensión y la compasión para transformar la violencia de género y las injusticias en relaciones fraternas y liberadoras a la luz del Evangelio”. Además, “se creará conciencia sobre el pecado y la lacra social que es la violencia contra las mujeres a través de la introducción en la liturgia de días señalados que visibilicen y sensibilicen sobre el gran sufrimiento que provoca esta violencia, y a través de campañas con las comunidades pastorales que alienten a la acción de la comunidad cristiana en apoyo de nuestras hermanas”.
Por último, el decálogo de la comisión eclesial madrileña pide “rescatar de nuestra tradición imágenes, lenguaje, símbolos sobre Dios que sean inclusivos, así como poner en valor la experiencia femenina de Dios en las predicaciones o la catequesis”. Un reto que también conlleva “eliminar lenguajes y prácticas excluyentes y discriminatorias que justifiquen la violencia contras las mujeres, pues no podemos cerrar los ojos ante la violencia que se da también en el interior de la Iglesia”.
Almansa va más allá y cree básico que la formación sobre la dignidad de la mujer, en aspectos tan elementales como este, esté presente en los seminarios donde se forman los futuros sacerdotes: “Es fundamental y necesario que los seminarios incluyan esto, pero también formación en igualdad y violencia. Ello permitirá eliminar lenguajes y prácticas discriminatorias, porque impedirá el silencio y abrirá los ojos a formas de violencias que en ocasiones pasan desapercibidas. En un estudio realizado hace unos años por el Ministerio de Sanidad, se percibió que, en la atención primaria, un médico formado en violencia detecta hasta tres veces más casos en su consulta que uno no formado. Creo que esto es extrapolable. A veces no reconocemos las formas de violencia; simplemente, no las vemos porque no las conocemos”.
Desde otra mirada, la responsable de la entidad madrileña recalca que la dignidad de la mujer se enraíza en el propio Evangelio: “Jesús reserva a las mujeres el ser las primeras conocedoras de la resurrección y las primeras en dar la buena nueva; difícilmente puede haber un mayor reconocimiento de la dignidad de la mujer”.
Por último, en lo personal, Almansa también experimenta que esta labor de acompañamiento le ha aportado mucho a nivel humano y espiritual: “Trabajar con un grupo de mujeres como las que conforman la comisión es un privilegio. Son mujeres proféticas, comprometidas, creativas y profundamente evangélicas, que me ayudan a crecer. La propia comisión en sí me genera esperanza y confianza en que el cambio que es tan necesario se puede producir. Todavía somos pocas las personas que estamos trabajando directamente en esto, pero siento que es tiempo de sembrar… Y es que estamos trabajando para generar comunidades que salvan”.