Fátima nació en Marruecos, pero lleva ya varias décadas en España. Esta mujer, madre de una adolescente llamada Amina, habla con Vida Nueva desde una localización que no se puede revelar. Solo sabemos que están en Barcelona, en un edificio que, a simple vista, es como cualquier otro. Pero la realidad es que protege entre sus muros, desde hace más de 15 años, la vida –y las historias– de cientos de mujeres que han pasado por allí después de haber huido, junto a sus hijos, de los malos tratos de sus parejas o que, por una situación también de violencia, se encuentran en riesgo de exclusión social. Es el Proyecto Marialar, de Cáritas Barcelona.
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En el caso de Fátima, cuando salió de su casa no buscó primeramente un recurso. Acabó en un hostal, donde lo pasó “un poco mal”. Finalmente, después de buscar, acabó en la primera planta de este edificio, destinada a la acogida de urgencia de las mujeres. Luego, subieron a los pisos de acogida de media-larga estancia. “Ha ido muy bien la experiencia porque los trabajadores te ayudan mucho”, asegura Fátima, que comparte vivienda con Amina y otra familia desde febrero de 2022.
“Basta ya”
“Tengo 17 años y estoy estudiando”, relata Amina. Fue ella quien puso la denuncia. La que dijo “basta ya”. Tenía 16 años. “Es un momento muy duro porque te toca madurar antes de tiempo y asumir responsabilidades”, relata, subrayando que no lo hizo solo por ella, que también sufría ante la situación que se vivía en su casa, sino, sobre todo, por su madre: “Veía que, si no lo hacía yo, no lo haría nadie. Llegué a pensar que, si no maduraba yo y ayudaba a mi madre y a mí misma a salir del pozo donde estábamos, nos íbamos a hundir”.
Tan profundo era aquel pozo que, a pesar de que ha pasado más de un año desde que salieron de él, Amina reconoce que aún “no estamos bien”. “Hay días buenos y otros malos. Aquí estamos muy bien, pero está claro que llegar aquí después de estar todo el día fuera, con amigos, siempre te recuerda por lo que estás pasando; es una dosis de realidad”, explica. Sin embargo, eso no les quita la esperanza en un futuro que ahora están construyendo juntas. Fátima está buscando trabajo y Amina lo hará el próximo verano porque, entre las clases y demás trámites, le es imposible.
Compromiso voluntario
Historias como la de Fátima y Amina son el día a día de este proyecto. Lo sabe bien Teresa, quien empezó como voluntaria en 2013 en dos casas de acogida. La primera, de mujeres en situación de privación de libertad; la segunda, de mujeres maltratadas con niños. Ella es profesora, por lo que su voluntariado es enseñar español y catalán a las mujeres. “Son cosas tan simples como el mantener una conversación”, dice. “La idea básica es enseñarles el idioma, pero, sobre todo, escuchar. Siempre hay algún momento en el que ellas necesitan hablar y que se les escuche”, asevera.
El compartir con ellas su tiempo dos días a la semana ha hecho reflexionar a Teresa en muchos aspectos. “He recibido mucho de la sociedad, y es terrible pensar en todas las opciones que has tenido y que, sin embargo, hay muchísimas mujeres que no las tienen”, señala. Sin ir más lejos, relata el caso de una de las mujeres: “Es de Pakistán, joven, muy lista, y el otro día me explicaba que estaba enfadadísima porque lleva cinco años en España y no había oído hablar ni castellano ni catalán nunca a nadie”, asegura. “Ella quería ir a clase, y su marido le decía que lo que tenía que hacer era ocuparse de la casa y de los niños. Ahora está entusiasmada al ver que sabe nombrar las cosas que la rodean”, dice. “Como ella hay otras muchas que llevan años aquí y no han tenido ni siquiera contacto con la lengua. Es necesario que estas cosas se sepan”, subraya Teresa.
Foto: Maite Tinoco.