Entrevistas

Andrés Torres Queiruga: “Mi teología ha querido ser un servicio libre al Evangelio”





En 2012, Andrés Torres Queiruga (Ribeira, A Coruña, 1941) recibía “un aviso objetivamente desinformado y jurídicamente injusto” sobre su obra por parte del Episcopado español. Solo un año después, tras la llegada del papa Francisco, el cambio en las relaciones de los teólogos con Doctrina de la Fe es “tan evidente” que “todos lo hemos notado”, reconoce hoy ya jubilado como profesor (de la universidad civil, porque de la eclesiástica le empujaron a hacerlo mucho antes). Entonces y ahora, el veterano teólogo gallego mantiene su compromiso de “no afirmar o proponer nada en lo que no crea de verdad”, porque tiene “muy claro que en eso se juega la credibilidad de la fe y el honor de la teología”.



PREGUNTA.- Se ha cumplido una década desde que la Comisión Episcopal de Doctrina de la Fe le instara a “clarificar” ciertos aspectos de su pensamiento. ¿Cómo afectan una “advertencia” así a la labor de un teólogo?

RESPUESTA.- Personalmente no me ha afectado, en el sentido de que he continuado con mi compromiso teológico, buscando ayudar en una exposición actualizada del Evangelio, como servicio a su comprensión eclesial y a su anuncio en nuestra cultura. Porque, en realidad, sin un mínimo diálogo real y sin un examen serio de mi obra, se dio una versión superficial y falsa de mi pensamiento. Por eso ni siquiera quise contestar a las preguntas que hacía el documento: todas estaban sobradamente contestadas para cualquier lector serio de mis trabajos (con esto no pretendo tener razón en todo, pero sí que, en caso de iniciar un juicio, se cumpla la exigencia elemental de una discusión informada, objetiva y con diálogo real).

Siento que la Comisión que funcionaba en aquel momento llevara a que el Pleno de la Conferencia emanase un aviso objetivamente desinformado y jurídicamente injusto. A ella intenté contestarle en un pequeño libro: ‘Alguien así es el Dios en quien yo creo’ (Trotta, 2013). Lo indicaba discretamente en el prólogo, pero no sé si alguien ha tomado nota. Hacia fuera, sí tuvo un efecto fuerte, del que yo –un poco inocente y muy despreocupado de estos ‘juridicismos’– no me había percatado hasta hace muy poco: el aviso tuvo una enorme repercusión, dentro y fuera de España, para que dejasen de llamarme a conferencias o congresos (en algún caso, incluso con desconvocatoria).

Cambio con Francisco

P.- Justo un año después, se iniciaba el pontificado de Francisco y, desde entonces, no se ha hablado de condenas a teólogos. ¿Ha notado el cambio? ¿Se ha sentido más libre en el desempeño de su trabajo?

R.- El cambio es tan evidente, que todos lo hemos notado. Pero mi trabajo ha continuado exactamente en la misma línea de siempre, incluso cuando, por razones que cualquiera puede intuir, tuve que optar por irme a la enseñanza en la universidad civil. Nunca he dejado de ejercer la teología como un servicio libre al Evangelio: podré equivocarme, pero tengo hecho voto (es un decir) de no afirmar o proponer nada en lo que no crea de verdad. Tengo muy claro que en eso se juega la credibilidad de la fe y el honor de la teología.

P.- Por lo que ha sugerido más de una vez el Papa, en esos procesos faltó diálogo de las autoridades eclesiásticas con los implicados. ¿Qué sobró?

R.- En mi caso, pues no quiero generalizar, sobró una sumisión a ciertas consignas y la “colaboración” de algunos teólogos que, en lugar de clarificar o simplemente de no contribuir al proceso (nadie está obligado a estudiar mi obra), echaron leña al fuego, hasta la deformación burda de mi teología. Lo avisé a su tiempo, en algún artículo, incluso indicando que se podía incurrir en calumnia, tratándose de materia tan grave como es el compromiso y el oficio fundamental de una persona. Pero no he querido insistir, porque no consideraba sano entrar demasiado públicamente en este tipo de pequeñas miserias. La ‘rabies theologica’ es una pésima herencia a la que nunca he querido sumarme.

Fe comprensible y actualizada

P.- ¿Qué pensaba cuando esas sentencias condenatorias apelaban al argumento de “evitar la confusión en el Pueblo de Dios”?

R.- Que el Pueblo de Dios no es tonto y que, más bien, lo que precisa es una explicación comprensible y actualizada de la fe, que le permita creer sin tener la sensación de estar confesando modos de interpretarla que –en el fondo y, acaso, sin atreverse a pensarlo– le resultan increíbles, a veces hasta lo absurdo. He dicho esto muchas veces, y en algún libro de manera muy expresa. Forma parte fundamental de mi intención. Y debo confesar que muchas veces me siento mejor comprendido y más cordialmente interpretado en esto por lectores u oyentes que por algunos “especialistas”. (…)

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