Los católicos españoles avanzan dentro del proceso sinodal abierto por Francisco con una premisa: “No se trata de cambiar la misión ni el ser de la Iglesia, sino de actualizarla”. Después de una primera fase nacional, en estos últimos meses se han preparado un borrador de síntesis que se trasladará a la cumbre continental que se celebrará el próximo mes de febrero en Praga. En un primer vistazo al texto, respira un tinte reformador, alejado tanto de los volantazos germánicos como de la nostalgia norteamericana que hoy representan los polos eclesiales frente al dinamismo basado en la fidelidad creativa que plantea el Papa argentino.
El documento, con grandes dosis de autocrítica a la vez que, en un tono propositivo y conciliador, previsiblemente se aprobará sin cambios significativos, después de una jornada de trabajo celebrada en la sede madrileña de la Conferencia Episcopal, en la que han participado 120 representantes del catolicismo español, entre cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos.
El borrador fue presentado por tres laicos del equipo sinodal español: Dolores García, presidenta del Foro de Laicos; Olalla Rodríguez, laica de la Renovación carismática católica; así como Isaac Martín, laico de la diócesis de Toledo. En él, se reafirma la urgencia de pasar “de una Iglesia de mantenimiento a una Iglesia misionera” desde el trinomio “comunión, participación y corresponsabilidad”. A la par, se verbaliza los impedimentos para lograrlo con “evidentes limitaciones estructurales”: “las resistencias del clero y la pasividad de los laicos”.
De forma eminentemente práctica, el texto expone siete prioridades para la Iglesia en los próximos años para “estructurar la sinodalidad” desde la complementariedad de nuestras vocaciones. La primera de ellas, pasa por “potenciar la acogida en nuestras comunidades, particularmente a cuantos se sienten excluidos por su procedencia, situación afectiva, orientación sexual u otros motivos”. De la misma manera se llama a “reconocer definitivamente el papel de la mujer en la Iglesia” a través de “un discernimiento sin miedo, desde la común dignidad bautismal”.
Sin enredarse en cuestiones que puedan generar disenso al estilo alemán en materia doctrinal sobre cómo aterrizar esa acogida al colectivo LGTBI+ o cómo hacer realidad esa apuesta por el genio femenino, sí aparecen como preocupaciones y ejes de acción. Eso sí, se alerta del encuentro “con lo diverso, lo diferente, especialmente cuando puede causar escándalo o incomodidad”. Así, se mencionan temas diversos como “los pobres, los marginados, las personas con discapacidad, el mundo de la inmigración, las personas con situaciones familiares o afectivas diversas o aquellos que se alejaron de la Iglesia o que nunca formaron parte de ella”. Tampoco ignora el borrador, las tensiones que ha generado “el escándalo de los abusos sexuales”
Junto a estos aspectos, se reclama “promover la corresponsabilidad, real y efectiva, del pueblo de Dios, superando el clericalismo”. En paralelo, se solicita “articular la integración de los jóvenes” ante su “escasa participación en el proceso sinodal y en la vida de la Iglesia”.
El borrador también insta a forjar “una mayor comprensibilidad” de la liturgia y a dinamizar “la formación”, con especial énfasis en la doctrina social de la Iglesia con el fin de “reforzar nuestra presencia pública evangelizadora y transformadora de la realidad social”. Precisamente, en esa llamada a ser Iglesia en salida se propone “fomentar el diálogo con el mundo y la cultura, con otras confesiones religiosas y con la increencia”.
En esta misma línea, se aprecia la necesidad de “revitalizar el papel de la Iglesia en el espacio público y renovar su compromiso con la justicia, los procesos de construcción de la paz y la reconciliación, los derechos humanos, el cambio social, el mundo del trabajo y la cuestión ecológica”. En este sentido, se confirma, entre los católicos españoles, “el anhelo de una Iglesia misionera, de puertas abiertas, donde se escuche el grito de los más pobres y vulnerables, sin olvidar el clamor de la tierra”.
El texto no es ajeno al ambiente enrarecido entre la comunidad creyente, con oposiciones internas al propio proceso sinodal en forma de “desconfianza, escepticismo, miedo, desinterés, confusión e incluso obstaculización”: “Las mismas polarizaciones existentes en la sociedad laten en el seno de la Iglesia”. En este punto, sí se explicita “la polarización entre diversidad y unidad y necesidad de diálogo (entre nosotros, a nivel ecuménico y con la sociedad); la polarización entre tradición y renovación (particularmente en la liturgia y en el lenguaje); la polarización entre Iglesia piramidal e Iglesia sinodal (que se manifiesta en nuestras estructuras)”. Por eso, se insiste en “ir superando algunas de las tensiones que se han percibido en el proceso —como el clericalismo, las divisiones internas, los prejuicios, la ausencia de diálogo— y, al mismo tiempo, generar comunión”.
El equipo sinodal lamenta además el “corto” tiempo para llevar a cabo este encargo de Roma y “la participación menor que en la fase anterior”. Aun así, constata que “la sinodalidad avanza en nuestra Iglesia que peregrina en España, pasando de concebirse como una teoría o un concepto abstracto, a entenderse como una realidad que favorece la comunión”.