El cardenal Cristóbal López Romero nació en 1952 en la localidad almeriense de Vélez-Rubio, aunque pronto se trasladó con su familia a Badalona donde conoció a los salesianos. El contacto con la obra de Don Bosco le llevó al noviciado, realizando su primera profesión el 16 de agosto de 1968 en Valencia. En 1974 haría la profesión perpetua en Barcelona, donde completó sus estudios de Teología, además de diplomarse en Magisterio y licenciarse en Ciencias de la Información.
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Entre sus primeras misiones tras ordenarse sacerdote en 1979 está el trabajo en el barrio barcelonés de La Verneda, una de las periferias de la Ciudad Condal que se reconfiguró con la llegada masiva de migrantes de otras regiones españolas, germen de la lucha vecinal contra el chabolismo y la denuncia de las condiciones infrahumanas que se vivían como era el caso de la población gitana de La Perona –del que ha confesado que “ni siquiera en África” ha visto barrios tan desatendidos como este–.
A los 32 años cumpliría su sueño de ir a las misiones y, durante 18 años, fue destinado a Paraguay, donde, de 1994 a 2000, fue el provincial salesiano a la vez que fue nombrado presidente de la Conferencia de Religiosos y fundó la Asociación de Comunicadores Católicos de Paraguay; además de ser miembro del Consejo Asesor del Ministerio de Educación.
Con la llegada del nuevo siglo, de 2003 a 2011, la misión le lleva al colegio salesiano de Kenitra, una ciudad en amplio crecimiento de Marruecos donde experimenta una forma diferente de vivir el propio testimonio en el mundo musulmán a través de los talleres de Formación Profesional y la enseñanza reglada. Una estancia durante la que fue miembro del Consejo Presbiteral y del Consejo Diocesano para la Educación Católica.
Bolivia, España y Marruecos
Posteriormente, durante tres años, fue provincial de los salesianos de Bolivia hasta que regresó a España en 2014 para asumir el mismo cargo en la nueva provincia salesiana de María Auxiliadora con sede en Sevilla y que comprende las presencias de Andalucía, Aragón, Baleares, Canarias, Cataluña, Extremadura, Murcia y Comunidad Valenciana. En este empeño estaba cuando el 29 de diciembre de 2017 Francisco lo nombra arzobispo de Rabat, una cátedra episcopal tradicionalmente reservada para prelados de origen francés.
Consagrado obispo en marzo de 2018, justo un año después ejercía de anfitrión en la visita del Papa a Marruecos. Entre 2019 y 2022 también ejerció de administrador apostólico de la otra diócesis marroquí, la de Tánger, tras la jubilación del también español y franciscano Santiago Agrelo. El mismo año en el que el Papa visitó el país africano, anunció que López Romero sería creado cardenal y posteriormente fue nombrado miembro del actual Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Actualmente, comparte semanalmente sus reflexiones en la revista Vida Nueva.
PREGUNTA.- El lema de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada de este año es ‘Caminando en Esperanza’. ¿Cómo se recibe esta invitación desde una diócesis de frontera como es la de Rabat?
RESPUESTA.- Pues lo recibimos muy bien. El título de la última carta pastoral de los obispos de la Conferencia Episcopal del Norte de África es precisamente Servidores de la esperanza. Y en la visita del Papa a Marruecos lo llamamos Servidor de la esperanza. Y es que todo cristiano, y con mayor razón los religiosos y religiosas, tenemos que estar al servicio de lo que esperamos: el Reino de Dios. Por algo cuando rezamos decimos: “Venga a nosotros tu Reino”. Y trabajamos para acelerar y acercar su llegada.
P.- ¿Qué esperanza puede aportar la Vida Religiosa a la Iglesia en estos momentos de la historia?
R.- La esperanza de un mundo mejor. Un mundo en el que nuestra única riqueza sea Dios (por eso el voto de pobreza); un mundo donde sea posible el amor auténtico gratuito, fiel y total, como el de Dios (por eso el voto de castidad); y un mundo en el que la libertad nos permite vivir como hermanos, los unos al servicio de los otros (por eso el voto de obediencia).
La Vida Religiosa es también un testimonio y demostración de que la comunión, el ser uno a pesar de nuestras diferencias, es posible.
P.- Yendo a la metáfora del camino, ¿cuáles son los que debe transitar hoy la Vida Consagrada?
R.- Los caminos que llevan a las periferias. El camino de la desinstalación. El camino del servicio generoso… Y el camino de la oración y la comunión profunda con Dios, que es la razón de nuestro ser y existir.
P.- La presencia de la Vida Consagrada en la diócesis de Rabat es un apoyo muy fuerte en la tarea evangelizadora. Como religioso a fuer de cardenal, ¿qué valora de esta presencia?
R.- Valoro mucho más lo que los religiosos y religiosas son y viven que lo que hacen. En lo que hacen podrían ser sustituidos. En lo que son, no. Aquí son vistos por los musulmanes como “hombres-mujeres de Dios”, y apreciados como tales, como “orantes en medio de un pueblo que ora”.
Ciertamente su aporte a la tarea evangelizadora es importante, pero apoyándolo sobre el testimonio de vida, que ya es evangelización y que es inestimable.
Detectar los “brotes verdes”
P.- ¿Con qué ecos llega la llamada a la sinodalidad a alguien que pastorea una comunidad diocesana tan particular y que además ha profesado los consejos evangélicos?
R.- Mira si la sinodalidad nos parece importante que habíamos convocado el Sínodo Diocesano antes que el Papa convocara el Sínodo sobre la sinodalidad. De manera que, acabado ya el trabajo sinodal de la Iglesia universal, ahora hemos entrado de lleno en el Sínodo Diocesano, que esperamos concluir el 6 de noviembre de este año.
P.- Usted ha sido superior provincial antes que arzobispo. Internamente ¿cómo pueden crecer los religiosos en esperanza?
R.- En el contacto íntimo con Cristo en la Palabra y en la Eucaristía. Pero también contactando y viviendo con los pobres en realidades y situaciones en las que se puede tocar con las manos la acción de Dios a través del Espíritu.
Los religiosos tienen que hacerse expertos en detectar los “brotes verdes” del Reino, los signos del Reino que ya está presente; al descubrirlos y contemplarlos, la esperanza en su venida en plenitud se desarrolla y afianza.
P.- Estando usted en una comunidad eclesial pequeña y minoritaria, ¿hay motivos para el desaliento?
R.- El número no debe estar en relación con el desaliento ni ser su causa. El papa Francisco, en su visita a Rabat, nos dijo: “No es un problema ser pocos; el problema sería ser sal que ha perdido su sabor de Evangelio, o ser luz que ya no ilumina a nadie; eso sí sería un problema”. El desaliento (que es impropio de un cristiano) no es una cuestión ni numérica ni estadística; el desaliento está en relación con la falta de autenticidad y de testimonio en nuestra vida cristiana. Por ahí puede colársenos la actitud de desánimo, pero no por el número.
Por eso, me gustaría acabar esta entrevista a SomosCONFER con un mensaje importante a todos los consagrados, haciéndome eco de la Palabra de Dios: “Vivamos de acuerdo con la vocación a la que hemos sido llamados” (Ef 4, 1).