Jacopo Cardillo tenía solo 24 años cuando presentó en la Exposición Bienal de Arte de Venecia ‘Habemus Papam’, un busto de Benedicto XVI con casulla creado dos años antes que le valió numerosos premios y una medalla pontificia. Pero su pieza aún estaba por llenar los periódicos y ser expuesta en Villa Borghese para romper el récord de visitantes el primer día. Solo necesitaba un cambio.
Tras la renuncia de Joseph Ratzinger en 2013, despojó a la escultura de su vestimenta con un martillo neumático, dejándola solo con su solideo y el anillo del Pescador. “¿Cómo podría contar la historia de este hombre con una escultura que era una fotografía del pasado?”, relata el artista a Vida Nueva.
El escultor italiano rebautizó entonces su obra como ‘Habemus Hominem’, un título con el que quiso homenajear la sencillez con la que Benedicto XVI renunció al papado. “Su gesto fue el de un gran escultor. Quitó lo superfluo para revelar su verdadera forma”. Cardillo ve en la dimisión de Ratzinger una puerta para que los jóvenes se acerquen a la fe. “Hay mucha belleza en esto. Si un niño consigue reconocerse en un gesto así, hay esperanza”. Considera que su paso atrás consiguió que se dejara de ver al papa “como alguien inalcanzable, lejano e inhumano”. “Estamos en un momento en que podemos volver a crear comunión con una figura así”, sentencia.
Jacopo Cardillo, quien desde adolescente seguía las entrevistas al entonces cardenal Ratzinger, confiesa que le impactaron “su inteligencia magnífica” y una espiritualidad que “iba mucho más allá de las frases típicas”. “Creo que ser papa es el trabajo más difícil del mundo, porque con una frase debes convencer a todos y me parece un ejercicio de comunicación complicadísimo”, opina el escultor. Por eso, elogia el retiro de Benedicto XVI con el que pudo sumergirse en la oración: “Volvió a ser él mismo, quizás más libre para decir lo que quería”.
El autor de Habemus Hominem confiesa que la muerte de Benedicto XVI le golpeó tanto “como haber perdido a un familiar”. “Cuando haces una escultura, te pasas años de tu vida mirando y acercándote al otro, y surge una relación muy íntima. Esa persona se convierte en una proyección de lo que tú eres y sufres como si hubieras perdido una parte de ti mismo”