Diego ha muerto en nuestro lugar, porque el asesino iba buscando a los sacerdotes. Esto también nos ha hecho comprender que, de alguna manera, ha sido un mártir, porque ha muerto por estar en la iglesia y por ser lo que era”. Al otro lado del teléfono, el sacerdote Jesús Casado relata a Vida Nueva cómo están viviendo en Algeciras lo ocurrido en la tarde del 25 de enero.



Él, ahora jubilado, es el histórico párroco de la iglesia de La Palma, donde el sacristán Diego Valencia perdía la vida. Se conocían desde hacía muchos años. De hecho, Casado fue quien le contrató para que pudiera dedicarse por completo a la parroquia.

“Si todo lo que conlleva la muerte de una persona es duro, lo es más aún cuando se da en estas circunstancias y si se trata de alguien que ejercía un ministerio como el de sacristán en la parroquia principal de la ciudad”, asegura el sacerdote tratando de dibujar el “estado de consternación” en el que están los habitantes de Algeciras. Pero, sobre todo, “aquellos que conocían a Diego, que eran muchos”. “Nos ha apenado, ya que se le quería mucho en la parroquia, sobre todo quienes estábamos más cerca de él: los sacerdotes, los presidentes de movimientos y cofradías, o cualquier persona que se acercase porque necesitara cualquier cosa”, dice.

De floristero a sacristán

Y es que, para este sacerdote, lo que en su día fue “la suerte de contratarle”, hoy es “una desgracia”. “Había fallecido el anterior sacristán, y Diego se ofreció”, recuerda. “Antes de ser sacristán tenía cierta relación con la parroquia, ya que tenía una floristería, así que conocía a muchos sacerdotes”, continúa. Pero, cuando aquel negocio comenzó a ir “cada vez peor”, Valencia “estuvo buscando otro empleo y se acercó a pedir el trabajo de sacristán”.

Sobre él, el cura señala que “era una persona exigente consigo misma y exigente con los demás. Cumplidor con todo lo que significaba su trabajo, y, al mismo tiempo, tenía el empeño de que en la parroquia no hubiera problemas de ningún tipo con la gente”. Era, por así decirlo, “como un guardián de la parroquia: una persona honesta, trabajadora y religiosa que llevó a cabo su labor con alegría y preocupación”.

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