El papa Francisco concluye su visita a la República Democrática del Congo visitando a los obispos en la sede de la Conferencia Episcopal del país. En un discurso en el que el Pontífice les ha invitado a vivir al estilo del profeta Jeremías y cultivando la dimensión de la cercanía de Dios y la dimensión de la profecía para el pueblo, les ha agradecido “cómo anuncian con valentía el consuelo del Señor, caminando en medio del pueblo, compartiendo sus fatigas y sus esperanzas”.
“Ha sido hermoso para mí pasar estos días en vuestra tierra, que con su gran selva representa el ‘corazón verde’ de África, un pulmón para el mundo entero. La importancia de este patrimonio ecológico nos recuerda que estamos llamados a conservar la belleza de la creación y a defenderla de las heridas causadas por el egoísmo rapaz”, ha comenzado advirtiendo.
Y ha continuado: “Pero esta inmensa extensión verde que es vuestra selva, es también una imagen que habla a nuestra vida cristiana. Como Iglesia necesitamos respirar el aire puro del Evangelio, expulsar el aire contaminado de la mundanidad y custodiar el corazón joven de la fe. Así imagino a la Iglesia africana y así veo a esta Iglesia congoleña, una Iglesia joven, dinámica, alegre, animada por el anhelo misionero, por el anuncio de que Dios nos ama y de que Jesús es el Señor”.
Como ha señalado Jorge Mario Bergoglio, “vuestra Iglesia está presente en la historia concreta de este pueblo, enraizada de modo capilar en la realidad, protagonista de la caridad; una comunidad capaz de atraer y contagiar con su entusiasmo y, por tanto, al igual que vuestras selvas, con mucho ‘oxígeno'”. “¡Gracias por ser un pulmón que da aliento a la Iglesia universal!”, ha remarcado.
“Por desgracia, sé bien que la comunidad cristiana de esta tierra tiene también otra fisonomía. En efecto, vuestro rostro joven, luminoso y hermoso está surcado por el dolor y la fatiga, marcado a veces por el miedo y el desaliento. Es el rostro de una Iglesia que sufre por su pueblo, es un corazón en el que palpita intensamente la vida de la gente con sus alegrías y tribulaciones. Es una Iglesia signo visible de Cristo que, aún hoy, es rechazado, condenado y despreciado en tantos crucificados del mundo, y llora nuestras mismas lágrimas”, ha destacado.
Por eso, “con ustedes veo a Jesús que sufre en la historia de este pueblo crucificado y oprimido, devastado por una violencia que no perdona, marcado por el dolor inocente, obligado a convivir con las aguas turbias de la corrupción y la injusticia que contaminan la sociedad; y que sufre la pobreza en tantos de sus hijos. Pero veo al mismo tiempo a un pueblo que no ha perdido la esperanza, que abraza con entusiasmo la fe y mira a sus pastores, que sabe volver al Señor y confiar en sus manos”.
“Ante todo, quisiera invitarlos a que se dejen abrazar y consolar por la cercanía de Dios. Que no vaya a suceder que nos creamos autosuficientes, mucho menos que se vea en el episcopado la posibilidad de escalar posiciones sociales y de ejercitar el poder. Y, sobre todo, que no entre el espíritu de la mundanidad, que nos hace interpretar el ministerio según criterios de beneficio personal, que nos lleva a servirnos del rol antes que a servir a los demás, y a no cuidar más esa relación indispensable, la de la oración humilde y cotidiana”, ha subrayado.
Como ha señalado Francisco, “cuidemos la cercanía con el Señor para ser sus testigos creíbles y portavoces de su amor ante el pueblo. Él quiere ungirlo a través de nosotros con el aceite de la consolación y de la esperanza. El anuncio del Evangelio, la animación de la vida pastoral y la guía del pueblo no pueden resolverse con principios distantes de la realidad de la vida cotidiana, sino que deben tocar las heridas y comunicar la cercanía divina, para que las personas descubran su dignidad de hijos de Dios y aprendan a caminar con la frente en alto”.
“No podemos retener solo para nosotros la Palabra de Dios, no podemos contener su fuerza; es un fuego que quema nuestra apatía y enciende en nosotros el deseo de iluminar a quien está en la oscuridad. La Palabra de Dios es un fuego que quema por dentro y que nos empuja a salir. Esta es nuestra identidad episcopal: encendidos por el fuego de la Palabra de Dios, en salida hacia el Pueblo de Dios, con celo apostólico”, ha puntualizado.
“Pero –ha continuado–, ¿en qué consiste este anuncio profético de la Palabra? “Es necesario arrancar las plantas venenosas del odio y el egoísmo, del rencor y la violencia; derribar los altares consagrados al dinero y a la corrupción; edificar una convivencia fundada en la justicia, la verdad y la paz; y finalmente, plantar semillas de renovación, para que el Congo del mañana sea verdaderamente el que el Señor sueña, una tierra bendecida y feliz, ya no más maltratada, oprimida ni ensangrentada”.
Eso sí, el Papa ha matizado que no se trata de una acción política. “La profecía cristiana se encarna en muchas acciones políticas y sociales, pero la tarea de los obispos y de los pastores en general no es esta. Es más bien la del anuncio de la Palabra para despertar las conciencias, para denunciar el mal, para alentar a los que están abatidos y sin esperanza. Es un anuncio hecho no solo con palabras, sino con cercanía y testimonio. Los negocios dejémoslos fuera de la viña del Señor. Seamos pastores y servidores del pueblo, no hombres de negocios”, ha afirmado.
Al final de sus palabras, el Pontífice les ha dicho que ha compartido lo que sentía su corazón. “Les ruego que no descuiden el diálogo con Dios y no dejen que el fuego de la profecía se extinga por cálculos o ambigüedades con el poder, ni tampoco por la vida tranquila o por la rutina. Ante el pueblo que sufre y ante la injusticia, el Evangelio nos pide alzar la voz”, ha aseverado.
Asimismo, ha proseguido: “No tengan miedo de ser profetas de esperanza para el pueblo, voces armónicas de la consolación del Señor, testigos y anunciadores gozosos del Evangelio, apóstoles de la justicia, samaritanos de la solidaridad; testigos de misericordia y reconciliación en medio de la violencia desencadenada no solo por la explotación de los recursos y por los conflictos étnicos y tribales, sino también y sobre todo, por la fuerza oscura del maligno, enemigo de Dios y del hombre”.