El Papa se despidió esta mañana del pueblo sudsudanés con un mensaje de empoderamiento enmarcado en el programa de vida de los cristianos, las Bienaventuranzas. Fue el eje del mensaje de envío al obstaculizado camino hacia la paz que pronunció durante la eucaristía que presidió en el exterior del Mausoleo John Garang de Yuba ante unos 70.000 peregrinos.
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En una celebración que contó con la vitalidad de toda liturgia africana, Francisco los animó a ser sal y luz en medio de un país castigado con esta encomienda: “Nosotros cristianos, aun siendo frágiles y pequeños, aun cuando nuestras fuerzas nos parezcan pocas frente a la magnitud de los problemas y a la furia ciega de la violencia, podemos dar un aporte decisivo para cambiar la historia”.
Superar antipatías
“Comencemos justamente por lo poco, por lo esencial, por aquello que no aparece en los libros de historia, pero cambia la historia”, les alentó a continuación, acercando esta invitación a pasos concretos: “En el nombre de Jesús, de sus Bienaventuranzas, depongamos las armas del odio y de la venganza para empuñar la oración y la caridad; superemos las antipatías y aversiones que, con el tiempo, se han vuelto crónicas y amenazan con contraponer las tribus y las etnias; aprendamos a poner sobre las heridas la sal del perdón, que quema, pero sana”.
Es más, les apeló a que, “aunque el corazón sangre por los golpes recibidos, renunciemos de una vez por todas a responder al mal con el mal, y nos sentiremos bien interiormente; acojámonos y amémonos con sinceridad y generosidad, como Dios hace con nosotros”. Con contundencia, el Papa exhortó: “¡No nos dejemos corromper por el mal!”.
Vivir la fraternidad
La llamada de Cristo a ser sal de la tierra, Francisco la tradujo para los católicos de Sudán del Sur en una llamada a “testimoniar la alianza con Dios en la alegría, con gratitud, mostrando que somos personas capaces de crear lazos de amistad, de vivir la fraternidad, de construir buenas relaciones humanas, para impedir que la corrupción del mal, el morbo de las divisiones, la suciedad de los negocios ilícitos y la plaga de la injusticia prevalezcan”.
“Hoy quisiera agradecerles por ser sal de la tierra en este país”, expuso el Papa, que fue consciente del desaliento generalizado en la ciudadanía que ve cómo el acuerdo de paz firmado no se materializa, a la par que la violencia y la pobreza campana a sus anchas por el país africano: “Frente a tantas heridas, a la violencia que alimenta el veneno del odio, a la iniquidad que provoca miseria y pobreza, podría parecerles que son pequeños e impotentes”.
Mansos y misericordiosos
Para Jorge Mario Bergoglio, “no tenemos que buscar ser fuertes, ricos y poderosos; más bien, humildes, mansos y misericordiosos. No hacer daño a nadie, sino ser constructores de paz para todos”. “Esta tierra, hermosísima y martirizada, necesita la luz que cada uno de ustedes tiene, o mejor, la luz que cada uno de ustedes es”, añadió.
Y, por supuesto, Francisco les instó a refugiarse en Jesús, que “conoce las angustias y los anhelos que llevan en el corazón, las alegrías y las fatigas que marcan sus vidas, las tinieblas que los oprimen y la fe que, como un canto en la noche, elevan al cielo”. “Jesús los conoce y los ama; si permanecemos en Él, no debemos temer, porque también para nosotros cada cruz se transformará en resurrección, cada tristeza en esperanza, cada lamento en danza”, compartió Francisco.