La italiana Maria Martinelli es, desde hace cinco años, la superiora provincial de las Misioneras Combonianas en Sudán del Sur. Lleva 30 años en África, con una experiencia previa en Uganda, Etiopía y Chad, donde ha liderado la puesta en marcha de hospitales y todo tipo de proyectos sanitarios. Algo en lo que le ayuda mucho su formación previa, pues es cirujana.
Precisamente, fue en su último curso de formación, que realizó en el continente africano, cuando “supe con certeza que el Señor me quería aquí, no solo como médica, sino también como misionera, testigo de su amor por los pobres”. Una vocación que ha encarnado en las Hermanas Combonianas, “con las que se respira entusiasmo, fe y un gran amor por los pobres y la misión”.
Junto al pueblo sursudanés, ha vivido la visita del papa Francisco al país “con mucha alegría y esperanza”. En este sentido, su esencia ecuménica, acompañado Bergoglio por Justin Welby, primado de la Iglesia anglicana, y por Iain Greenshields, ex moderador de la Iglesia presbiteriana en Escocia, ha hecho que el viaje sea una auténtica “peregrinación de paz y reconciliación”.
Porque, “ciertamente, paz y reconciliación es lo que necesita el pueblo de Sudán del Sur”. Un país “que nació hace solo 12 años y que desde hace diez experimenta la tensión de conflictos más o menos generalizados, que tanto hacen sufrir a la gente por la pérdida continua de seres queridos y por las pocas posesiones que logran tener, además de verse obligados a buscar refugio lejos de sus pueblos de origen”.
Como percibe Martinelli a través de la gente a la que acompaña, “la reconciliación es un deseo profundo de muchos, pero sigue siendo un gran desafío porque choca con la mentalidad imperante, que, por el contrario, exige venganza. En verdad se necesitan mucha fortaleza y ánimo para lograr un cambio y situarse del lado de los mansos, de los que no responden violentamente a la violencia y muestran una gran fortaleza en el perdón”.
Aquí, “el Santo Padre se nos ha mostrado como el icono de este cambio necesario. La gente, ya antes de venir, le ha reconocido como el único líder digno de ese nombre; el único que puede hablar con autoridad (la de su mansedumbre y franqueza) incluso a sus líderes locales; el único que puede aportar una palabra de esperanza en esta situación más bien caótica, tanto política como económica y socialmente”.
La comboniana italiana valora además que “este es el pensamiento, no solo de los católicos, sino de todos, cristianos y no cristianos”. De ahí la fuerte simbología del abrazo a un pueblo sufriente por parte de tres líderes religiosos unidos en lo esencial: “Al celebrar juntos los momentos principales, han subrayado la necesidad de un camino común, en la vida y en la fe, superando las divergencias que desgraciadamente han causado su cuota de sufrimiento a lo largo del tiempo”.
Una vez concluida tan histórica visita, Martinelli da “las gracias al Señor por darnos la oportunidad, con esta visita, de reflexionar sobre lo que está ocurriendo en nuestro país y de esforzarnos por cambiar para que la paz sea posible. Sin duda, ha sido un regalo por el que dar gracias”.
Después de tres décadas en cuatro países de África, Martinelli lamenta hasta qué punto “la precariedad debida a guerras o conflictos de carácter político o étnico afectan a la vitalidad de las personas, al sentimiento de un pueblo, consumiendo sus esperanzas”. Frente a tal alud de muerte y desolación, ella ha ofrecido sus manos: “He colaborado en la construcción y dirigí dos hospitales, en Chad y en Sudán del Sur, que se han vuelto de gran importancia para vastas regiones. También he enseñado la profesión a muchos médicos y enfermeras locales. Y, sobre todo, siempre he sentido la presencia reconfortante del Señor a mi lado, incluso en los momentos más difíciles, así como en las sonrisas de los niños y en la mirada agradecida de muchos padres y enfermos”