La Acción Católica Argentina invitó a la Misa en su memoria, se rezó un responso y se colocó una ofrenda floral en su lápida en la Basílica de Luján
Se cumplió un nuevo aniversario de la muerte, y en el Santuario de Nuestra Señora de Luján, donde descansan sus restos, me celebró la Eucaristía en homenaje y memoria agradecida por la vida del cardenal Eduardo Pironio.
La convocatoria para la Santa Misa surgió desde la Acción Católica Argentina, y fue concelebrada por una decena de obispos. La homilía fue brindada por el asesor del organismo laical, el obispo emérito de Rafaela, Luis Alberto Fernández.
El obispo señaló que justamente la Eucaristía era para el cardenal “su lugar en el mundo”, y que a Luján ha llegado para seguir caminando, pidiendo y madurando la sinodalidad que pide compromiso, comunión, encuentro y participación, esperanza y alegría donde lo Divino y lo humano se entrelazan.
De este mismo modo vivía el cardenal Pironio quien dio “testimonio de una vida que irradiaba la frescura de la alegría y el sereno gozo de quien se sabía mirado y amado por la misericordia infinita del Padre”. Justamente, vivía ante la presencia de un “misterio inefable” que se le había hecho cercano por el Evangelio y vida de Jesús, donde lo Divino y lo humano convivían en el Corazón de Jesús Hijo de Dios, para cumplir la voluntad del Dios y transformar la historia.
Sobre el accionar espiritual y pastoral del cardenal refirió: “La vida de Pironio: su voz, mirada y gestos, fueron expresión de una admiración y asombro, signo fuerte de una espiritualidad, nacida en la fecundidad de la Cruz y en la belleza, gozo y alegría de la Resurrección, ayudando a los jóvenes y a toda la gente, a sentir la fuerza del espíritu“.
Recordó que el cardenal invitaba a todos a rumiar continuamente los Evangelios, para alcanzar una notable experiencia de amor a la Palabra de Dios. Enseñó, y compartió con laicos, religiosas, sacerdotes, seminaristas y obispos, dejando “primerear” en su vida la fuerza del Espíritu Santo.
Asimismo, el asesor de la ACA mencionó que una de las palabras más significativas del cardenal en su predicación era la “luz”, y aludió que Eduardo Pironio leyó en los signos de los tiempos de sus días la urgencia de iluminar, de ponerse la patria al hombro, de ser “sal de la tierra y luz del mundo”, para acompañar la pobreza y el gran dolor de la humanidad frente a las incomprensiones, desconsuelos y tragedias, para vencer el individualismo, el desaliento y la falta de interés y, comprometiéndose en el servicio a los hermanos.
Por otra parte, destacó que la vida de Pironio fue “una vida entregada y generosa, con la cordialidad del respeto hacia toda persona, sin fingimientos, sin prejuicios, con bondad y delicadeza, sin discriminar ofrecía a todos amistad franca, sin simulaciones, con claridad de gestos, que no esquivaban la sonrisa alegre que mira a los ojos, porque calma prejuicios y temores, lleva al diálogo y es capaz de provocar la amistad fraterna”.
Fernández expresó que hoy necesitamos de “sus virtudes, su ejemplo, su mentalidad, su espiritualidad, ese temple de amor a Dios y de amor a la realidad que toca vivir para transformarla”, y siguió: “acudamos a sus escritos, que nos servirán para escucharnos más, a callar y estar abiertos al pensamiento distinto haciendo el esfuerzo y creer de verdad que el otro tiene muchas cosas valiosas para aportar”.
Después de recordar los distintos aportes que hizo el cardenal a lo largo de su ministerio, indicó que “Pironio irradiaba un poder, una presencia de lo Divino, de lo trascendente, de algo que no salía… de la vinculación estrecha con Cristo en la oración, y por eso sus charlas y predicaciones, iban al centro, a lo esencial, a Cristo… lo hacía desde sus fragilidades, debilidades y temores, nunca imponiéndose, ni buscaba ganar adeptos, no estaba hecho para fascinar o deslumbrar, sino para llevar a la conversión, y por eso la gente se quedaba solo con la fuerza del Espíritu que actuaba ante una disponibilidad, de alguien que como la Virgen, abrió totalmente el corazón al Señor, y por eso todos solo percibían las maravillas de Dios”.