La santanderina Ana Gutiérrez, religiosa esclava del Sagrado Corazón, lleva 15 años en África, entre Camerún y RD Congo, donde llegó en 2020. Ubicada con su comunidad en un barrio periférico de la capital, Kinshasa, donde es la superiora de su comunidad religiosa, formada por nueve hermanas de tres nacionalidades distintas, se encarga de la formación de las pre-postulantes y junioras. Además, trabaja como médico en el Hospital Lisungi, de las hermanas dominicas del Rosario. La comunidad de las esclavas tiene un colegio de infantil y primaria con más de 500 alumnos y un centro de alfabetización para para una veintena de menores y chicas jóvenes, ofreciéndoles formación en francés, informática y costura. Sin duda, le faltan horas al día…
PREGUNTA.- ¿Cree que la presencia de Francisco ayudará a sanar las heridas del pueblo congoleño?
RESPUESTA.- La visita del Papa puede ayudar mucho en el largo proceso de sanación de heridas. Las heridas interiores son profundas y los procesos son largos, pero este puede ser un paso más y un buen bálsamo reparador en este proceso. Solamente la venida provoca ya una gran alegría en todos, incluida nuestra comunidad parroquial, movilizada para asistir a los eventos del Papa.
Tampoco podemos olvidarnos de los gestos concretos: se sabe que el Papa ha pedido la liberación de 3.000 presos con delitos menores de la cárcel de Makala, que tiene una capacidad para 1.500 personas y donde se hacinan casi 10.000.
P.- ¿Hasta qué punto Francisco ha interpelado también a cristianos de otras confesiones y a los musulmanes?
R.- La llegada del Papa se esperaba con mucha alegría y esperanza. Hace 38 años que un Pontífice no venía a RD Congo, con lo cual, para varias generaciones (el 85 % de la población tiene menos de 45 años), es la primera vez que ven a un Papa. Aquí, los católicos son un 45% de la población y los protestantes están en otro 45%. El islam aglutina al 10% restante, aunque también hay espacio para otras religiones locales, como el kibanguismo. El Papa no ha dejado a nadie indiferente. En el país se vive el respeto y el diálogo interreligioso, incluso en el seno de las propias familias.
P.- ¿Cómo vive esa triple condición de médico, misionera y formadora?
R.- Siempre he vivido la unión de tres vocaciones: médico, religiosa y misionera. Y, ahora, formadora. Las tres las vivo desde nuestro carisma de reparación, que implica unificación e integración personal. En mi caso, estas tres vocaciones se dan en esa unificación: van unidas y son servicio. Y cada vez siento que las tres tienen un denominador común, que es la reconciliación: vivir la reconciliación personal, con Dios, con los demás y con la creación, y ayudar a que otros la vivan en sí mismos.
P.- Acompañan a muchas víctimas de la violencia y la exclusión. ¿Hasta qué punto se puede revertir ese caudal de dolor desde la fe y desde el propio testimonio personal?
R.- Ayer justo leía un artículo donde decía que, en RD Congo, el número de creyentes había crecido hasta un 99,49 %, lo cual es un altísimo porcentaje, y eso se nota en el día a día. La fe ayuda, la fe integra, la fe hace perdonar al verdugo. En este momento, hay en nuestro barrio bastantes familias que están llegando desde el este del país, huyendo de la guerra. Me impresiona positivamente comprobar que, pese a ser desplazados, no tienen deseo de venganza; simplemente, intentan establecerse, buscar trabajo y seguir la vida.
Si algo he aprendido aquí es que la vida es lucha; las personas luchan por sobrevivir desde que nacen, de tal manera que tienen una resilencia innata y espontánea que les hace remontar muchos problemas de la vida diaria. La vida es lucha y Dios se hace presente en esa lucha. Su gracia sobreabunda. Todo es posible para el que cree, y aquí, creer, creen mucho. A nosotras nos toca estar cerca, acompañar y aprender mucho de estos procesos.
P.- El futuro de RD Congo pasa por la paz y la reconciliación. ¿Cómo cuidan esta cultura del encuentro en sus proyectos educativos?
R.- En el colegio lo trabajamos mucho, desde el respeto, el perdón, la reconciliación y la acogida del otro, sea de la etnia y condición que sea. Lo más difícil a veces es romper las barreras étnicas. Muchos de nuestros niños son de etnias muy distintas y saberse acoger, perdonar y ser amigos en el colegio, en el día a día, es fundamental. Tengo que decir, con cierta alegría, que tenemos 512 alumnos y no hay grandes conflictos, y menos por problemas de reconciliación.
Nuestro carisma reparador nos lleva, además, a poner especial atención en los más vulnerables y los niños, que sufren más. Esa acogida al diferente, con luces y sombras, tratamos de vivirla cada día, con los educadores, los alumnos y las familias.
Hacemos lo mismo en el centro social de alfabetización, donde toda joven puede venir, sea de la religión o etnia que sea, y se forma un buen ambiente entre ellas a lo largo del año.
P- Encarnada en el pueblo africano, primero con el pueblo camerunés y ahora con el congoleño, ¿cómo ha nutrido esta experiencia su vivencia humana y su vocación espiritual?
R.- África te madura y te hace crecer humana y espiritualmente. He vivido experiencias humanas increíbles, he tocado mucho dolor y mucho sufrimiento (tengo imágenes grabadas en el cerebro que no olvidaré aunque pasen años). Como médico, he visto procesos y patologías indescriptibles, pero también aquí creces en humildad, en sentir tu propia vulnerabilidad y convivir con esa soledad. En lo espiritual, hay que tener una fe muy sólida y una estrecha relación con Dios cada día para ir integrando muchas cosas. Me impresiona mucho la capacidad de sufrir, sobre todo de la mujer: la sonrisa en la boca a pesar de la dureza de vida y la sencillez y agradecimiento de las personas de limpio corazón. He vivido, trabajado y encontrado a gente maravillosa.