En la madrugada del 6 de febrero, un terremoto de 7,8 en la Escala de Richter, con epicentro en la provincia de turca de Kahramanmaraş, devastó el sur del país otomano y el norte y el centro de Siria. Tres días después, las trágicas cifras de sus consecuencias no dejan de aumentar en ambos países: más de 15.000 fallecidos, cerca de 70.000 heridos y unos 6.500 edificios destruidos total o parcialmente.
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Siendo devastador tanto en Turquía como en Siria, en el último país a los estragos se suma el hecho de que su gente se ve golpeada por 12 años de guerra civil. Vida Nueva lo constata con el chileno Rodrigo Miranda, sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado (IVE) y responsable de la catedral latina de Alepo, a quien el seísmo ha sorprendido en el norte de Italia, donde estaba ofreciendo una formación.
Lo han perdido todo
Tras hablar con su comunidad en Alepo, ha constatado que “están bien, lo mismo que nuestros grupos en Turquía”. Eso sí, se lamenta, “algunos fieles lo han perdido todo… Otros han fallecido, incluido un sacerdote de rito melquita”.
72 horas después de la tragedia, comprueban que “lo peor se ha dado en el centro de la ciudad, que está destruido, y en las zonas más viejas de los pueblos aledaños. Allí hay más víctimas. Se juntan las ruinas de la guerra con las de este terremoto”.
Las parroquias, movilizadas
Frente a tan difícil situación, se están movilizando: “Estamos acogiendo a los damnificados en las parroquias y centros religiosos. Las iglesias de los diversos ritos se han organizado para asistir con lo que tienen”.
Eso sí, necesitan el apoyo de la comunidad internacional, por lo que eleva una enérgica crítica: “La situación se agrava porque aún continúa el embargo económico impuesto durante la guerra y la ayuda internacional es nula. En esto también se nota la ideología política, que selecciona los problemas y las ayudas dependiendo de los intereses políticos y la propaganda en los medios”.