La comunidad de Pueblos Unidos en el barrio madrileño de La Ventilla refleja la gran apuesta de la Compañía de Jesús por encarnarse en las personas migrantes que necesitan apoyos básicos y a las que se les ofrece un acompañamiento integral y, ante todo, una experiencia de vida comunitaria. Se cumplen 20 años de caminar conjunto en el que, más que voluntarios o migrantes, acompañados o acompañantes, se habla de familia. Iván Lendrino, coordinador de Intervención Social de Pueblos Unidos, así lo siente.
PREGUNTA.- Ofrecen vivienda, formación, atención jurídica y sociolaboral, actividades de ocio… ¿Cómo es el día a día en esa gran familia de la comunidad de La Ventilla?
RESPUESTA.- A través de nuestra Área de Hospitalidad contamos con 27 pisos para familias y jóvenes solos a los que buscamos acompañar de un modo integral. La clave es ir más allá de la oferta de un simple techo y promover la cultura de la hospitalidad, apoyando de todos los modos posibles a personas con situaciones de gran vulnerabilidad: gente con situaciones graves de discapacidad, madres solas y sin recursos, jóvenes que no tienen resuelta su situación jurídica, personas que arrastran traumas psicológicos por las situaciones durísimas que han sufrido en su proceso migratorio… A todos ellos hay que ofrecerles una vivienda, pero siempre con una mirada que va mucho más allá y en la que el fin último sea que superen todas las situaciones que les dificultan en su autonomía y consigan salir adelante y tener las riendas de su propia vida.
P.- En ello es clave la labor de sus voluntarios y de las entidades con las que trabajan en red…
R.- No estamos dentro de la red de la Administración y, con plena libertad en ese sentido, vamos totalmente de la mano con nuestros voluntarios y trabajadores, así como con las comunidades que colaboran con nosotros en esta respuesta. Por un lado, hay pisos para 20 familias acogidas, por los que, al año, pasan unas 150 personas. De esas viviendas, 13 están sostenidas por nuestros profesionales (abogados, orientadores laborales o trabajadores sociales) y por los voluntarios, que salen en su mayoría de comunidades de base y parroquias. Las otras siete están en manos de instituciones a las que acompañamos desde el discernimiento humano y espiritual y el seguimiento técnico, ofreciendo las herramientas laborales o jurídicas que necesiten.
El objetivo es que la estancia en los pisos sea temporal. En principio es de dos años como máximo, pero nos adaptamos a cada realidad. Hay que recalcar que no son pisos tutelados, sino que en ellos viven solas las familias, teniendo su espacio, y manifestándose el acompañamiento en visitas periódicas de nuestros voluntarios, en entrevistas para valorar su evolución y en todo tipo de encuentros, siendo el ocio muy importante. En definitiva, se trata de que tengan una situación lo más normalizada posible y generen todo tipo de vínculos que les ayuden a alcanzar la autonomía.
Además de estos pisos para familias tenemos otros siete en los que viven, al año, unos 50 jóvenes. De esas viviendas, cuatro son para los chicos que necesitan más acompañamiento, por lo que hay un tutor con ellos, y los otros tres son ya de semiautonomía, siendo su situación mejor de cara a una posible independencia. La idea es que todos alcancen una pronta incorporación sociolaboral y que vayan rotando, pasando a otros tipos de acompañamiento. El único requisito que les ponemos es que se estén formando y desarrollen diversas habilidades que les harán más fácil su futuro. Al no tener papeles muchos de ellos, tenemos que acudir a entidades con las que tenemos una buena relación para que estudien con ellas materias como la hostelería, la electricidad o las energías renovables.
P.- También se experimenta una vivencia compartida de la fe, teniendo siempre en cuenta la diversidad religiosa. ¿En qué modo se manifiesta la presencia de Dios entre personas con diferentes creencias, ideas y experiencias?
R.- En nuestro acompañamiento, que incluye distintas dimensiones humanas, la espiritual es una en la que tenemos que estar especialmente atentos. A muchos de ellos, con experiencias durísimas, la fe les ha ayudado mucho. Eso tenemos que saber reconocerlo cuando se da (algunos lo manifiestan desde el primer momento y otros pueden tardar un año en hacerlo), siempre desde una relación de confianza y apertura.
Nuestra respuesta no es pastoral, pero sí debe valorar que la fe es un anclaje fundamental para muchos y es una dimensión importantísima. Aquí hay cristianos de diferentes confesiones y también musulmanes. Hay que vivirlo desde la convivencia, contando con muchos espacios comunes y de ocio en los que nos abrimos a lo profundo. Además, celebramos cada mes un encuentro interreligioso en el que compartimos desde esa clave de hondura y respeto.
En ello no estamos solos. Trabajamos mano a mano con sacerdotes como Jorge de Dompablo, quien vive con varios migrantes; el SERCADE, de los capuchinos; o la Mesa de la Hospitalidad, de la Archidiócesis de Madrid, a la que pertenecemos. Tenemos que acompañar, más allá de la frialdad de los números, con cercanía y calidez en lo cotidiano. En cosas, por ejemplo, como los partidos de fútbol que organizamos cada mes y en los que jugamos con jóvenes de la Pastoral Magis o en los dos días a la semana en los que ofrecemos a las personas acompañadas que abran sus casas para cenar con amigos o familiares de las entidades con las que trabajamos en red.
P.- La cultura del encuentro y la dignificación de la persona no son en Pueblos Unidos parte de un discurso, sino una vivencia palpable. ¿Perciben que en el conjunto de la sociedad cala este modo de vida o, por el contrario, sienten que emergen los prejuicios y la xenofobia?
R.- Nos preocupan los discursos del odio y ciertas decisiones de las autoridades, aunque creo que no deben ocultar que, en lo cotidiano, en la sociedad civil predomina una visión positiva de la migración.
En cuanto a los discursos que culpan de todos los males a los migrantes son, por desgracia, un clásico que viene de décadas atrás y que obedecen a los intereses de lobbies que instrumentalizan esta visión con bulos y mentiras. Si hacen mella es porque, detrás de ellos, hay un sustrato de desconocimiento. Si la gente crítica tuviera la oportunidad que tenemos los que estamos en Pueblos Unidos, que conocemos la realidad de muchísima gente que solo busca salir adelante y que construye sociedad y nos mejora, romperíamos ese sustrato de desconocimiento.
En ello estamos trabajando, junto a Entreculturas, en la campaña ‘Soy acogida’. Con testimonios e historias concretas, buscamos concienciar para que se valore esta riqueza humana y cultural, siendo la diversidad un tesoro.
P.- ¿Podría destacar alguna historia personal que se haya impresionado especialmente en este tiempo y que recoja en sí misma el espíritu de los que viven?
R.- Hay muchas, pero pienso en Lamine. Es un joven africano que vino siendo menor de edad y al que no se le reconoció como tal, por lo que se le birló una protección que necesitaba. Tuvo que luchar mucho tiempo hasta que la Administración reconociera su error. El otro día, en un encuentro con José Luis Escrivá, ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, él mismo le pudo exponer su caso y recibió su ánimo y enhorabuena por conseguirlo. Me llenó de ilusión verle empoderado y siendo él mismo el interlocutor de su propia historia, sin la mediación de Pueblos Unidos.
P.- Como laico comprometido, ¿en qué modo han configurado su propia creencia espiritual todos estos años de servicio en Pueblos Unidos?
R.- Ha sido y es el trabajo más exigente y transformador de mi vida. Siempre he tenido vocación de servicio hacia los más vulnerables y he trabajado en el ámbito migratorio. Pero, además de acompañar a estas personas y sentirme feliz cuando van despegando hasta alcanzar su autonomía, me llena ver la vocación de los voluntarios. Ese caudal de vida me lo llevo a casa y se lo cuento a mis hijos. Me enriquece mucho ver a tanta gente bajando al barro para ayudar al otro. Alimenta mi fe y mi esperanza y refuerza mi convencimiento de que hay mucha más gente buena que mala.