Ibon Martín acuñó el término ‘euskaldinavo’ para referirse a las novelas negras que transcurren en paisajes vascos. En su última entrega, ‘El ladrón de rostros’ (Plaza y Janés) nos traslada hasta Sandaili. En su ermita aparecerá una mujer asesinada mientras practicaba un rito de fertilidad. Su torso ha sido abierto en canal, con las manos colocadas en actitud de entrega. Todo recuerda con macabra exactitud a las figuras de los apóstoles que Oteiza esculpió en la fachada de la basílica de Aránzazu…
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PREGUNTA.- Ha retratado al villano más desasosegante y retorcido de su bibliografía…
RESPUESTA.- Es un asesino misionero que tiene una firma inquietante, pues convierte a sus víctimas en los apóstoles que Oteiza esculpió para el monasterio de Aránzazu, abiertos en canal y en señal de entrega. Para su colección personal se lleva un molde del rostro de su víctima en el momento de agonía.
Un imitador
P.- ¿Cómo se elabora un asesino de estas características?
R.- El asesino me lo ha regalado Oteiza y el propio santuario. Se ofrecen a Dios, vacíos de todo órgano, tan naíf como siniestros. Catorce hombres despojados de todo lo terrenal. Eso genera un desasosiego que cuando quise localizar la novela en esa zona sabía que el asesino debía ser un imitador de él.
P.- ‘El ladrón de rostros’ es una mente obsesionada con la culpa y la redención que elige a sus víctimas en función de sus pecados…
R.- El asesino es alguien para quien la pandemia ha sido la gota que ha colmado el vaso y que ha pensado que Dios espera de él que lleve a cabo esa redención, no en su cuerpo, sino en el de otros pecadores para salvar a la humanidad.
Fe y supersticiones
P.- Las malas interpretaciones de la palabra de Dios dan mucho juego a la novela negra…
R.- He querido llevar la novela al gran corazón religioso del País Vasco, un centro de peregrinaje muy importante. Están la fuerza de las esculturas y los antiguos rituales que nada tenían que ver con la fe católica, porque son más antiguos pero, con la construcción de la ermita de San Elías, también se han cristianizado intentado buscar que aquello caminara dentro de una creencia asumida por todos. Se dan cita la fe oficial y las supersticiones más antiguas.
P.- Al final veo a todos los escritores de ‘thriller’ leyendo la Biblia como posesos…
R.- ¡Ya somos grandes lectores de la Biblia! Aunque nunca he recurrido a la fe hasta este libro para justificar un crimen, en este momento pospandemia en que pasamos miedo, claustrofobia, hemos abrazado la imagen de Dios, y recuperado nuestras creencias. ¡Ojo, también han proliferado las sectas! (…)