Zelia Andrighetti, la gestora de Dios





La madre Zelia Andrighetti dice que creció en su Brasil natal soñando con curar leprosos. Una humilde tarea para la que a los catorce años ingresó en el convento de San Paolo consagrándose en las Hijas de San Camilo, la congregación con el carisma de permanecer cerca de los enfermos incluso a costa de la propia vida. Tras sus estudios en la Universidad Lateranense y ostentar el cargo de Madre Superiora Provincial de Brasil, desde 2014 es superiora general y responsable de más de cien centros de asistencia en cuatro continentes.



Cada día del año y cada hora del día, Zelia siente sobre sus pequeños hombros el compromiso de administrar hospitales, dispensarios, maternidades, residencias de ancianos, comunidades de atención domiciliaria y escuelas de formación de enfermería en 23 naciones, cada una con un perfil diferente y con necesidades y problemas específicos que conoce personalmente, ya que uno de los deberes de la Madre Superiora General es visitar cada centro por lo menos dos veces para luego poder tomar las decisiones adecuadas.

Una enorme responsabilidad de la que Andrighetti habla con palabras sencillas y sin rastro de soberbia o autosuficiencia. “Realmente de joven nunca hubiera imaginado que encarnaría este papel”, dice desde el generalato en Grottaferrata, desde donde parte hacia largos viajes intercontinentales. Uno que acaba de terminar la llevó de vuelta a Filipinas y Polonia. Era su segunda visita tras la reelección en 2020.

Andrighetti asegura que jamás hubiera imaginado ser la responsable de una red tan vasta de centros, pero, sobre todo, de personas, –“porque mis hermanas son las primeras en mis oraciones”–. Para sobrevivir, toda la institución funciona como un ente orgánico de modo que los centros que más recursos tienen ayudan a los que menos en una alquimia que maneja Zelia con precisión gracias a su licenciatura en Ciencias Económicas y Comerciales.

Animar al servicio

Su desempeño no dista mucho de un gerente de cualquier empresa multinacional. Pero aquí el objetivo no es el lucro, sino la asistencia. “Mi primera misión es animar al servicio”, explica. A las religiosas de la orden comprometidas en el apostolado que necesitan, ante todo, una guía espiritual capaz de estar cerca en la distancia.

Los cien centros se coordinan desde Grottaferrata. Zelia y sus cuatro consejeras resuelven cualquier problema y se ocupan del delicado asunto de las relaciones institucionales con los responsables políticos de cada país. Cada realidad tiene sus propias características. “En África son sobre todo benefactores y filántropos los que nos permiten mantener vivas nuestras obras, mientras que en otros lugares como América nos sustentamos con nuestro trabajo”, explica.

“No se nos da nada, no tenemos salario y todo se destina a los centros. Las solicitudes de ayuda más comunes tienen que ver con la gestión de los fondos para sostener a los pobres, enfermos y ancianos. Lo que queda se destina al apostolado”. Cuando recibió la responsabilidad de esta gestión, Zelia entendió “que es la voluntad de Dios, una gracia especial en la que debo escuchar continuamente y nunca pensar en que sé la solución a priori”, sobre todo cuando tiene que tomar decisiones dolorosas. Que, por desgracia, son muchas.

Implicar a los protagonistas

“Para mí es importantísimo implicar a las personas, a quienes son protagonistas de la historia en la que estamos llamadas a imaginar un nuevo camino. Sé que hay un objetivo, que hemos de tender al bien común, al de todas las obras y el conjunto de ellas, pero no es tarea fácil. Sería más sencillo si yo tomara las decisiones y ya, pero mandar así no es bueno. Es necesario que todas las personas expresen su punto de vista y luego se llegue a un punto común. Y cuando se llega, siento una gran paz porque siento que Dios está por encima de mis decisiones”.

Zelia explica que este modo de actuar es necesario en momentos difíciles, por ejemplo, cuando un centro está abocado al cierre. Las razones que llevan a esta decisión son muchas, desde la escasez de religiosas preparadas para la tarea, pasando por el hecho de que muchas hijas de San Camilo son ancianas o están enfermas, hasta la inestabilidad política. “Con Dios no podemos perder”, repite dando a entender que lo que puede parecer una derrota es la salvaguarda de energías para dedicarlas a otros lugares. Aún así, el disgusto no deja de ser enorme: “Conozco y siento el sufrimiento de mis hermanas cuando tenemos que cerrar una obra de la que se han beneficiado muchas personas. Me duele el sufrimiento de la gente del lugar”.

Cosas buenas

También pasan cosas buenas, como la apertura de una misión en una isla muy pobre de Filipinas, y el próximo viaje que la llevará a España, México y Perú. Aunque el Covid ha afectado gravemente al generalato, donde en un momento las monjas eran casi todas positivas y hasta el Papa se había movilizado para hacerles llegar la compra, Zelia encuentra como algo positivo de la pandemia la costumbre de la videollamada.

Así puede ahora estar cerca de las hijas de San Camilo en la distancia. “Cuando nos vemos por Zoom es una fiesta, y esto no pasaba antes porque solo usábamos el teléfono”, dice. La religiosa siempre se siente “como si todavía estuviera en la escuela”. “Incluso cuando he aprendido a manejar algunos temas, los retomo, los estudio, los observo y hablo con aquellos que viven en contacto con ciertas situaciones”, sostiene.

A veces, los problemas bordean los límites de la antropología, la relación de esa población específica con la enfermedad, la muerte y los ritos funerarios. Se entremezclan espiritualidad, economía, gestión de personal, conocimientos geopolíticos y una habilidad diplomática muy refinada, útil para lidiar con las leyes que en países pueden ser hostiles a la misión de la congregación.

Una capacidad de gestión que en otras circunstancias encarnarían distintas personas, pero que, en este caso y por razones presupuestarias, se concentra en unas pocas religiosas lideradas por Zelia. Una religiosa que en la tranquilidad de un día ajetreado siempre es capaz de hallar la fuerza en el relato de la samaritana a la que Jesús pide de beber. Unas palabras que son “las que me dan luz y fuerza”, concluye la religiosa.

*Reportaje original publicado en el número de enero de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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