El salesiano español Alfredo Roca lleva 36 años en el país, de los que 22 son ya en Tigray, región asolada desde 2020 por la guerra
El salesiano Alfredo Roca lleva 36 años como misionero en Etiopía. De ellos, 22 son ya en la región del Tigray, una tierra sacudida por todo tipo de tensiones y violencias y que, desde noviembre de 2020, ha vivido una guerra contra el Gobierno central que incluso ha contado con la intervención del ejército eritreo.
Así lo vive el religioso español, quien lamenta “estos dos años marcados por una situación de sitio, con las comunicaciones y los bancos cerrados, con hambre, carencia de asistencia sanitaria y medicinas, violaciones de mujeres, muerte de soldados y civiles, destrucción de fábricas, escuelas y clínicas…”.
Un panorama desolador que, entre otras cosas, ha cortado todo avance hacia el futuro que marca siempre la educación: “Durante estos dos años, las escuelas y universidades han permanecido cerradas y los jóvenes de más de 18 años han sido llamados a filas y mucha gente se ha desplazado internamente o han huido del país como refugiados, especialmente en el Sudán”.
Frente a este caudal de dolor, la Iglesia no se ha quedado con los brazos cruzados: “La Diócesis de Adigrat, con su obispo al frente y con las comunidades religiosas muy implicadas, se ha distinguido por su defensa de los derechos humanos y su cercanía a la gente. Hay también muchos ejemplos de solidaridad entre los más pobres, pero destaco las iniciativas para proveerse de medios de subsistencia cultivando pequeños terrenos junto a sus viviendas o la vigilancia para evitar abusos y saqueos en sus casas o la quema de los cultivos”.
Ese mismo afán fraterno es el que ha movido a los hijos de Don Bosco: “Las cuatro comunidades salesianas presentes en la región no han podido llevar a cabo sus actividades educativas con normalidad, pero han aprovechado las pocas ocasiones que han tenido para distribuir harina, aceite, pasta, material higiénico y de limpieza a los más necesitados”.
Una acción que ha ido mucho más allá del simple sostenimiento material: “Muchas personas, particularmente jóvenes, sabiendo que no podíamos ayudarles económicamente, agradecían la cercanía y la solidaridad, así como el amor evangélico y acogedor. ‘Aquí en Don Bosco nos sentimos protegidos’, nos decían. Somos muy conscientes de que lo que se nos pide es la entrega de nuestra propia persona, por lo que ha sido muy duro el aislamiento y el sufrimiento cuando no hemos podido ayudar a personas necesitadas de todo, marcadas por el hambre y la enfermedad”.
Pese a todo, un mínimo rayo de esperanza se atisba en el horizonte desde que, noviembre, se firmase un acuerdo de paz. El mismo es frágil, pero Roca cree que es hora de aferrarse a él y contribuir todos para que perdure: “Estos días se va implementando con dificultades y deficiencias. Ha mejorado la situación, aunque no se ha levantado del todo el bloqueo y, dado que los motivos que provocaron la guerra no se han resuelto, puede quedarse en armisticio”.
Y es que, enfatiza, “una verdadera paz presupone justicia y reconciliación”. Para ello, es clave que sean muchos los que remen en un mismo sentido, dentro y fuera del país: “Este conflicto ha sido silenciado en gran parte y no se ha hecho mucha presión para obligar a resolverlo con el levantamiento total de la situación de sitio. Eso sí, quiero subrayar las frecuentes intervenciones del papa Francisco, que han sido muy positivas y muy apreciadas por los habitantes del Tigray y, particularmente, por los católicos”.
Como no podía ser de otro modo, el misionero salesiano encomienda su tierra de adopción y sueña con verla algún día libre de las ataduras de la violencia: “Tengamos presente en nuestras oraciones y en nuestra solidaridad las necesidades del Tigray y de Etiopía en general. Especialmente, ahora que se trata de reconstruir material y espiritualmente el país”.
A nivel personal y de fe, Alfredo Roca se siente completamente configurado por su experiencia como misionero en Etiopía: “Mis primeros 53 años de vida discurrieron en Barcelona. Era mi ciudad y estaba bien, pero todo cambió cuando, en mi tiempo como provincial salesiano, conocí en profundidad el Proyecto África. Entonces, visité nuestras dos casas en Costa de Marfil y ya todo fue diferente. Tuve clara mi vocación misionera y, cuando terminé mi mandato como provincial, ya me vine a Etiopía. Para mí esto ha sido un auténtico revivir… Estar de verdad con tanta gente que lo necesita me ha transformado en todos los sentidos”.