“Mi cuñada solía decirme: ‘Una vez católico, siempre católico'”, sonríe Britteni Williams. “Pero en lo que a mí respecta, he pasado página”. Criada católica como su madre y su abuela, esta afroamericana de 32 años decidió abandonar la Iglesia en 2009, cuando se trasladó a Arkansas, en el sur de Estados Unidos. Cansada de ser una de las únicas personas negras en las parroquias a las que acudía, no se identificaba con los temas de la misa.
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“Los líderes han decidido adoptar una postura firme en determinadas cuestiones, como el aborto”, dice, refiriéndose a la jerarquía católica, “pero cuando se trataba de los derechos de los afroamericanos, la violencia policial y otros asuntos que afectan a nuestra comunidad, no es lo mismo. Es muy frustrante”, afirma.
El caso de Britteni no es aislado. De sus cinco tíos y tías, todos criados en el catolicismo, solo dos siguen en la iglesia hoy en día, y la historia de esta familia se replica en toda la comunidad afroamericana estadounidense. Según un estudio del Instituto Pew, casi la mitad de las personas negras (46%) que se declaraban católicos de niños han cambiado de religión de adultos.
Este mismo estudio del Pew Research señala, por otro lado, que el 77% de los católicos negros afirman que la oposición al odio racial es una parte esencial de su identidad cristiana. Algo que, sin embargo, no hallan muchas veces en sus parroquias.
Esfuerzos insuficientes
Y es que, si bien se han hecho progresos en los últimos años, como el lanzamiento de un “Mes de los católicos negros” (noviembre); o el establecimiento en 2017 de un comité ad hoc para implementar estrategias para combatir las injusticias raciales, parece no ser suficiente.
Pero más de dos años después de la muerte de George Floyd, cuyo asesinato a manos de un policía blanco en Minneapolis (Minnesota) provocó protestas nunca vistas desde el movimiento por los derechos civiles, “la urgencia se ha disipado”, afirma Tia Noelle Pratt, socióloga eclesiástica especializada en cuestiones raciales.
“Las parroquias negras siguen cerrando y la Conferencia Episcopal estadounidense no hace lo suficiente para combatir el racismo sistémico”, explica. “La existencia de un comité ad hoc es algo positivo, pero siempre he pensado que sus esfuerzos podrían ser más agresivos. No solo los académicos como yo debemos llevar a cabo esta lucha. Los obispos también deben hacerlo”.