Por diferentes circunstancias de la vida, hay quienes sienten la necesidad de bautizarse en la edad adulta. Incluso cuando, desde siempre, de un modo natural, la fe ha formado parte de su día a día.
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La historia de Isis Ruiz Martínez, en Logroño, no es tanto un empezar o un volver, sino un culminar para asentar: “Como sucedía en varios ambientes en los años 80, cuando nacimos mis hermanos y yo, mis padres, que eran creyentes, no nos bautizaron. Pensaron que lo más consecuente es que, llegado el momento, nosotros decidiéramos lo que queríamos hacer. En casa vivíamos unos valores y, de hecho, estudiamos con los jesuitas, pero sin llegar a pasar nunca por ese sacramento de iniciación”.
Con los jesuitas
El tiempo fue pasando e Isis sentía que “no era necesario bautizarme. Estaba cómoda así. Me sentía querida por Dios y eso me bastaba”. Ya en la edad adulta, se casó por lo civil y, como maestra de Primaria que es, empezó a trabajar en el Colegio Sagrado Corazón, obra educativa jesuita en la capital riojana. Poco a poco, se fue apasionando por la metodología ignaciana: “Me identifico con sus valores y con su espiritualidad. En las oraciones con los chicos me sentía bien, tranquila”.
Echaba una mano en todo lo que podía y llegó un día que lo cambió todo: “Me ofrecieron entrar en la pastoral del centro, en la que ya colaboraba bastante de un modo informal. Ahí fue cuando fui consciente de que me faltaba ‘algo’… De hecho, era lo básico, los cimientos. Quise ser consecuente desde el principio y, aunque me daba cierto pudor haber llegado hasta allí sin estar bautizada, hablé con el director, el jesuita José María García Castañeda, y le conté todo. Lejos de mis posibles temores, se alegró mucho de mi paso y se ofreció a acompañarme”.
Catequesis semanales
Fue así como inició un camino de dos cursos en los que recibió una catequesis que se componía de charlas semanales con el director: “A veces giraban en torno al YouCat, pero acabábamos hablando de lo divino y de lo humano. Creo que ambos lo disfrutamos mucho”.
Y llegó el gran momento: Pentecostés de 2015, cuando Isis tenía la significativa edad de 33 años: “Ese día recibí el bautismo, la comunión y la confirmación. Lo sentí como una liberación. Además, estaba feliz de poder compartirlo con toda mi familia. Mis padres estaban muy contentos y todo se cerró realizando una tanda de ejercicios espirituales que sentí que coronaban un proceso”. Siete años después, vive con pasión su actividad pastoral y, echando la vista atrás, siente que “todo cuadra y tenía sentido”.