Después de casi una semana de trabajo exhausto en la localidad turca de Adiyaman, Vida Nueva pudo hablar con María José Rodríguez, enfermera adjunta al área quirúrgica del Hospital La Fe de Valencia, a las pocas horas de regresar a España tras su labor de ayuda voluntaria a quienes han padecido las duras consecuencias del terremoto de Turquía y Siria, que ya ha causado al menos 35.000 muertos.
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No es la primera vez que ella realiza una labor así. Como parte del equipo de la ONG ‘Intervención, Ayuda y Emergencia’, especializado en rescates tras desastres naturales, “este es el sexto terremoto en el que he estado. En 2007 estuve en el de Pisco, en Perú. En 2010, en el de Haití. En 2011, en otro que hubo en Turquía. En 2015, en el de Nepal. Y en 2016, en el de Ecuador”. Eso sí, este ha sido diferente a todos: “Nosotros hemos estado en Turquía y jamás he visto un nivel de devastación como este. Las imágenes que se ven por televisión son poco en comparación con lo que hay en el terreno. Es como si estás en Madrid, en La Castellana, y a uno y otro lado todos los edificios se han caído”.
Ante todo, una vocación
En los 16 años que lleva en la ONG, integrada por bomberos y sanitarios y afincada en el municipio valenciano de Algemesí, María José está habituada a las misiones de todo tipo, más allá de las catástrofes naturales: “Al año suelo ir dos o tres veces a África. Últimamente, he estado en Mozambique, Camerún y Liberia, atendiendo a personas en todo tipo de necesidades médicas”. Y es que, además de una profesión, siente lo que hace como “una auténtica vocación”.
En ello, además, juega un papel muy importante su fe: “No me cuesta nada, ningún esfuerzo, ayudar a la gente. Además, en el caso del pueblo turco, ¡qué buenos son! Cuando nos veían agotados, enseguida nos ofrecían agua, pan o algún caldo. Ha habido momentos muy difíciles, trabajando por la noche a siete grados bajo cero, durmiendo en el suelo o sin acceso a un baño con agua, pero lo único que sentía era el sufrimiento por la gente”.
Cuestión de horas
Como suele suceder siempre en estos casos, “todo fue muy rápido. El terremoto fue a las cuatro de la madrugada de España. A las ocho ya estábamos recabando información en el equipo. A las once, ya teníamos comprados los billetes, pudiendo ir 12 compañeros”. Aunque el viaje se lo han costeado de su bolsillo, “Turkish Airlines se ha portado muy bien y, como muestra de agradecimiento, nos ha asegurado que nos lo reembolsará”.
Ya de regreso a casa, “ahora tengo las emociones a flor de piel”. Por un lado, está la “tristeza”, teniendo grabada “la imagen de un hombre de unos 60 años que tenía a su familia bajo los escombros. Habían caído 14 plantas de pisos y era imposible que pudiéramos acceder a donde estarían, ni con los perros ni con nuestros aparatos. No nos decía nada, pero no dejaba de mirarnos. Sabía que, si nosotros nos íbamos, al momento iban a llegar las fuerzas del Gobierno a recoger los escombros, por lo que se perdería toda opción de recuperar con vida a los suyos”.
Ocho horas de rescate
Por otro, está la alegría por “las tres vidas que hemos podido salvar. El primero fue un joven de 26 años, Ahmed. Con mucha emoción nos dio las gracias, pues ‘pensaba que jamás volvería a ver la luz del sol’. Después conseguimos recatar a un padre y su hija. El rescate duró ocho horas y entre ellos no paraban de hablar para animarse. Hablaban en turco o en algún dialecto, por lo que no les entendía, pero me emocionaba su esperanza”.
Una vez en su despacho, abrumada por todo el trabajo pendiente tras unos días fuera y mientras ordena tantas sensaciones, María José tiene claro que seguirá con su labor solidaria: “Lo hago porque no es tiempo de ser egoístas y me gustaría que me ayudasen si me ocurriera lo mismo. Porque nos necesitamos. Porque somos distintos, pero nos une la humanidad”.