Al cumplirse, este 24 de febrero, un año de la invasión de Ucrania por Rusia, el sacerdote ucraniano y misionero oblato de María Inmaculada Andriy Havlich, desde Kiev, cuenta a Vida Nueva que los estragos de la guerra continúan masacrando a su pueblo. Aunque este no está solo: “La Iglesia está con la gente y ellos sienten nuestra presencia real y concreta. Especialmente, Cáritas se vuelca en la atención a los más necesitados. Tanto en los territorios liberados de la ocupación rusa como en los que aún siguen en su poder, se trata de enviar material de ayuda”.
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Otra labor clave “se desarrolla en las parroquias y es el acompañamiento psicológico a las víctimas. Los parroquianos y los sacerdotes se están formando para saber responder a este estrés postraumático. Se habla con todo el mundo y se visita a quienes están en los hospitales. Esta presencia es fundamental y el pueblo experimenta este gran apoyo, lo que explica que las iglesias (católicas, greco-católicas y ortodoxas) estén llenas”.
Misa en directo
Personalmente, él busca que una palabra de fe, esperanza y caridad llegue a todos: “Desde la televisión católica, en la que colaboro, emitimos a diario la misa en directo, a las tres de la tarde. También retransmitimos el rezo del rosario y tratamos de elaborar algunos programas, siempre desde esta clave de acompañamiento, conscientes de que nos ve mucha gente que se siente acompañada en este tiempo de sufrimiento”. En este sentido, le llenan el corazón “los miles de mensajes que nos envían y que nos dicen: ‘Gracias. Gracias por permitirnos rezar con vosotros y por orar por nosotros’”.
En cuanto a la posición de Kirill, patriarca ortodoxo de Moscú y gran aliado espiritual de Putin, lamenta “el escándalo que supone para los creyentes verle bendecir la guerra. Todos los cristianos sabemos que no hay guerras justas. El papa Francisco reitera que no se puede justificar una guerra. Un representante cristiano debería decir: ‘Vamos a la paz. No a la guerra’. Pero aquí, en Ucrania, la gente sabe distinguir el bien del mal y muchos están abandonando a la Iglesia ortodoxa rusa. Incluso muchos sacerdotes y parroquias enteras se han pasado al Patriarcado Ortodoxo de Kiev. Ante este escándalo, los fieles se dicen: ‘No puede ser, esto no es de Dios’”.
Por la “conversión” de Rusia
Y es que, como lamenta, “nosotros nos defendemos, no hemos atacado. Nunca nadie en nuestra Iglesia ha animado a ir a la guerra. Por eso es más claro el dolor que ha generado Kirill, que ha provocado hasta repugnancia en muchos”. Con todo, el sacerdote detalla que, “aun así, cada día rezamos por la conversión de Rusia, por la paz”. Algo no siempre fácil, pues “en muchos laten con fuerza el dolor, la rabia y el escándalo”.
El padre Havlich, que se ha formado y dado sus primeros pasos pastorales en Italia (Roma y Nápoles) y en España (Málaga y Madrid), regresó a Kiev desde nuestro país hace cinco meses, en plena guerra. Y lo hizo precisamente para mostrar “cómo la Iglesia está con su pueblo”. Algo que aprecia de un modo emocionante “en la labor de los capellanes castrenses, que, además de celebrar la misa y confesar a los soldados, les animan”.
“No nos vamos”
De ahí que sienta que “la gente percibe que la Iglesia católica la acompaña: con oraciones, con ayudas económicas y, sobre todo, con su presencia. Los sacerdotes no se han ido con la guerra. Se han quedado con ellos. Y eso lo valoran muchísimo”. En el caso de los oblatos, “pese a la gran dificultad que experimentamos, ninguno de los hermanos se ha marchado. No nos vamos ni nos lo planteamos”.
Tras un año de guerra, siente en sus carnes “el dolor de mi pueblo”. Como sacerdote, “hago todo lo posible por aliviar ese sufrimiento y mostrar que, a pesar de todo, Dios nos ama”. Fiel al carisma oblato, “que nos pide estar cerca de los más necesitados”, esto es algo que encarna “estando con quienes lo han perdido todo”.
Revestido de san Nicolás
Algo que simboliza una vivencia muy especial: “Un día estuve en Borodyanka, localidad golpeada especialmente por la guerra, y acudí revestido de san Nicolás. Muchísimas casas estaban destruidas, pero los niños, emocionados, no se separaban de mí. Y los mayores se acercaban y me acariciaban, sintiendo a través de mí la presencia del Señor. Ese día me marcó muchísimo”.