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Parroquias en salida: cómo evangelizar sin recetas





Son las cinco de la tarde. A las puertas de la parroquia hacen fila unas cuantas familias para recoger algunos paquetes de ayuda. También en la acera de enfrente hay algo de barullo en la pequeña casa parroquial donde está el comedor y no más de tres despachos. En el templo, hay un grupo de oración. Las catequesis comienzan en un rato. Y el cura se prepara para confesar. Son las cinco. Pero podrían ser las diez de la mañana. O las doce del mediodía. O las ocho de la noche. Y el ajetreo sería el mismo en San Ramón Nonato. Con otros rostros, con otras necesidades. Pero con las puertas abiertas. De siete a nueve. Y la misa dominical, llena.



Susana Ortigosa, manojo sinodal de llaves en mano, dice no haber otro secreto que ese: no cerrar ni levantar muro alguno a nada ni a nadie. Lo suelta con naturalidad. “El párroco es el primero que llega y el último que se va, pero aquí todos los que lo necesitamos, tenemos un juego de llaves para entrar y salir”. Aun así, le resta importancia a este gesto: “Somos una iglesia más, ni mejor ni peor que las que están por aquí, que tienen una misión impecable”.

Sin embargo, a pesar de la humildad de esta voluntaria y catequista, este templo situado junto al madrileño puente de Vallecas, el barrio obrero de referencia en la capital de España, se ha incluido como una de las comunidades de referencia del primer estudio sobre parroquias evangelizadoras, promovida por la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de la Universidad Católica de Valencia.

Se trata de un proyecto interdisciplinar e interuniversitario pionera aterrizado en estos dos últimos años que, de la mano de un equipo de ocho investigadores, ha intentado destapar las parroquias que, tal y como expresan ellos mismos, “tienen el centro claro”, o dicho en otras palabras, “parroquias católicas sin complejo de serlo, en las que hay vida y vida en abundancia”.

A pesar de lo atrayente de la iniciativa, se han topado con alguna que otra resistencia. Para muestra, solo contestaron diez de los 70 vicarios generales a los que contactaron para un rastreo inicial de parroquias. Tras este bache sorteado con pericia, contactaron con más de 200 parroquias que apuntaban maneras. Alternando lo cuantitativo y lo cualitativo, la investigación ha extraído “aquellas prácticas que hacen que esas parroquias sean referentes en el campo de la conversión pastoral”. Para ello se desarrolló una herramienta, en colaboración con la Fundación SM y el Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo (IDEA), para detectar la capacidad innovadora de estas iglesias.

Con el objetivo de otorgarle un mayor empaque científico, mantuvieron reuniones desde la metodología DELPHI con catorce especialistas en nueva evangelización (de obispos a docentes pasando por agentes de pastoral). Fue así como se llegó a configurar el concepto de ‘parroquia misionera’, como aquella que “dispone de unas características y estructuras que facilitan cumplir su misión de engendrar discípulos misioneros”. “No hemos identificado un modelo ni un molde de parroquia, sino un conjunto de buenas prácticas que se hacen efectivas según sus necesidades y recursos, pero que les otorga un aire de familia”, aclaran los investigadores sobre la tentación de pensar en un único estilo, con una misma fórmula mágica aplicada o unas coordenadas idénticas demográficas, sociológicas, económicas o eclesiales.

Conversión pastoral

Al paso, han derrumbado mitos como el hecho de pensar que una parroquia rural con ajustados recursos financieros y una media de más de 60 años en sus agentes de pastoral no puede haber sitio para la innovación. Al final, analizaron con profundidad 30 parroquias que sí podrían ejercer de avanzadilla en esta materia, siempre y cuando no se interprete como un ranking de las mejores parroquias de España sino aquellas que han iniciado algún proceso significativo de conversión.

Vida Nueva conversa con los promotores de esta iniciativa cuya puesta de largo ha tenido lugar en un congreso celebrado entre el 24 y 25 de febrero en la capital del Turia. Al frente del equipo, como investigador principal, se encuentra el sacerdote Santiago Pons Doménech, decano de la Facultad de Teología de Valencia, que se lanzó a esta aventura en un contexto donde “cunde una sensación de desánimo en los sacerdotes: aquí no funciona nada, todo fracasa, no conseguimos atraer a los jóvenes, aparece la sensación de que el último apague la luz…”.

“El proceso de transformación al que nos enfrentamos es tal, que no supone solo un cambio de cultura, sino una conversión personal de cada párroco, de cada catequista y de toda la comunidad”, expone, sabedor de que no hay fórmulas matemáticas que resuelvan de inmediato la incógnita ni tiene sentido “buscar el número por el número en una sociedad plural, donde, gracias a Dios, ya no tenemos la hegemonía del mensaje”. Quizá por eso, advierte de la mera aplicación de recetas de exportación en lugar de plantear un itinerario que vaya del primer anuncio al discipulado y apostolado en grupos de vida. Por eso, se muestra convencido de que, para iniciar el verdadero cambio, “necesitas estar de vuelta, ser crítico, tener una santa insatisfacción que te lleve a ir más allá de la desazón de que no basta con cambiar de horarios, de carteles o de método”.

Metodologías de empresa

Para el presbítero, 40 años después de que Juan Pablo II usara por primera vez el término “nueva evangelización”, no se ha acabado de desarrollar, al menos desde un punto de vista académico, más allá del trabajo realizado hace diez años por William Simon en Estados Unidos sobre parroquias con una pastoral revitalizadora y que ha sido referente para ellos por sus cuatro coordenadas: liderazgo compartido entre párroco y laicos; madurez espiritual y discipulado con la oración y la unidad de la comunidad como base; el domingo como eje central en lo sacramental y en la hospitalidad; y una conciencia realmente evangelizadora. “No repetimos su estudio aquí, sino que hemos querido dar un paso más: qué pasa aquí, qué parroquias se están plantean esta vía, conocerlas a fondo…”.

Agustín Domingo Moratalla, catedrático en filosofía moral y política de la Universitat de València, está convencido de que se ha de pasar “de la parroquia de mantenimiento actual a una parroquia que tiene intencionalidad y voluntad de mejorar los servicios que ofrece”. “No tiene sentido la misma estructura parroquial cuando las coordenadas sociales han cambiado”, expone, convencido de que no puede ni debe “aplicarse tal cual la ISO 9000 de control y gestión de calidad a la vida de las parroquias”, pero si es tiempo de echar mano de las metodologías del mundo de la empresa si pueden ayudar en tanto que también son estructuras humanas.  “No tenemos que extrañarnos de hablar de parroquias laboratorio, porque necesitamos de esas buenas prácticas como catalizadoras para todos aquellos que quieren dar un paso adelante”, añade José Luis García Martínez, doctor en filosofía y profesor de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.

Insertos en el barrio

“El Espíritu Santo está suscitando diferentes formas y líneas de acción. No se trata de eventos y actividades sino un cambio profundo, que exige una vida orgánica en las comunidades. Por eso no se puede hablar de un único modelo de parroquia, no existe ni nosotros presentamos ‘un copia y pega’ de éxito”, detalla Cristian Camus, el consultor y analista de datos del equipo, que sí ve en común en todas las experiencias analizadas su capacidad para ahondar en el autoconocimiento y en la búsqueda de la identidad parroquial en ese barrio o pueblo concreto: “Son comunidades muy capilares, donde los seglares y los consagrados se relacionan con confianza y humildad, generando estructuras que son más horizontales que verticales”.

Y es ahí donde Moratalla ahonda en el rasgo definitorio de estos espacios renovados y renovadores: son comunidad. “En la medida en la que se genera un vínculo social y se tiene una memoria de vínculo, se crea esa conciencia de ser parroquia, un valor clave en medio de una sociedad líquida, dispersa e individualista”. Ese sentirse en casa solo es posible para el filósofo si “se forjan unas relaciones y un compromiso desde la libertad”: “Esto no se trata de crear una factoría de católicos ni de generar católicos ilustrados que viven a su manera y que solo acuden al templo como si fuera un supermercado. Tampoco tiene sentido encerrarse con unos pocos elegidos en un ensimismamiento litúrgico o en una isla teológica”. Así pues, la dinamización de los grupos de crecimiento en la fe y la implicación de todos en las celebraciones importantes del año litúrgico ayudarían a configurar ese ambiente familiar.

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