El director del Centro de Gestión del Conocimiento del CELAM profundiza los alcances del III Congreso Latinoamericano y Caribeño de Doctrina Social de la Iglesia
“La dimensión social de la sinodalidad: el clamor de los empobrecidos y de la tierra” es el lema motivador del III Congreso Latinoamericano y Caribeño de Doctrina Social de la Iglesia convocado por el CELAM, a través de su Centro de Gestión del Conocimiento.
Se considera respuesta al planteamiento de la I Asamblea Eclesial Latinoamericana que pide acentuar la formación en el pensamiento social de la Iglesia. Al mismo tiempo, en continuidad con el proceso iniciado en Santiago de Chile, en 1991, con ocasión de los 100 años de la encíclica ‘Rerum Novarum’ que marca un hito inicial y de fundamentos a la doctrina social de la Iglesia.
Luego, pasaron 15 años para el II Congreso realizado en Ciudad de México, organizado por el CELAM para “Imaginar un continente para todos. Justicia, solidaridad y testimonio cristiano frente a los nuevos retos sociales de América Latina y el Caribe”. Tuvo impacto significativo en la preparación a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Aparecida.
Esta vez, la Presidencia del CELAM encargó a su Centro de Gestión del Conocimiento, dirigido por el laico chileno Guillermo Sandoval, cuyo Consejo presidido por el cardenal Oscar Andrés Rodríguez Madariaga asumió la realización de esta tercera versión para “leer las novedades de nuestra realidad social, económica, cultural y política a la luz del Evangelio, el magisterio del Papa Francisco, aportando miradas e ideas nuevas desde la perspectiva del Evangelio, en clave sinodal”.
Se realizará los días 21, 22 y 23 de abril próximo de manera presencial en Bogotá, Colombia. Considera también la asistencia remota, incluso con posibilidad de participar en los grupos de discusión. Guillermo Sandoval aceptó responder a Vida Nueva sobre el contexto en que avanza este Congreso.
PREGUNTA.- ¿A qué responde esta convocación al III Congreso Latinoamericano de DSI?
RESPUESTA.- Los congresos son momentos de hacer un alto en el camino para pensar en la realidad de nuestros pueblos y discernirla con base en el Evangelio de Jesús.
El tercer congreso, organizado por el CELAM, aporta a la encarnación de los principios permanentes del pensamiento social de la Iglesia, en nuestra realidad dinámica, actualizando la respuesta que damos al clamor de los pobres y de la tierra, en el camino de la Asamblea Eclesial y del Sínodo de la Sinodalidad, que es quizá el cambio más significativo de la vida de la Iglesia luego del Concilio Vaticano II.
P.- ¿Cuál es el aporte de la DSI?
R.- Es un testimonio de la presencia de Cristo en la sociedad, como decía el papa Benedicto XVI, y lo ha reiterado el papa Francisco. En este sentido, orienta el quehacer social de la Iglesia y le da sustento valórico. En especial a los laicos, protagonistas de los distintos espacios sociales. El cardenal francés Roger Etchegaray afirmó en una ocasión que la DSI mueve a que los que actúan piensen y los que piensan actúen. Esa dinámica es clave para no caer en el activismo o el quietismo, y sí profundizar el sentido de nuestro quehacer social.
P.- ¿Qué destaca de los congresos anteriores?
R.- El primero, en 1991, coincide en América Latina con el retorno a la democracia, luego del penoso período de dictaduras que empañaban casi completamente el mapa de la Región, atentando contra los derechos humanos y por tanto contra la dignidad de la persona, principal principio de la DSI; en el contexto religioso estaba la conmemoración de los cien años de la histórica encíclica Rerum Novarum y la preparación para la conferencia de Santo Domingo.
El segundo, fue parte del camino hacia la Conferencia de Aparecida, que marcó un cambio significativo en la Iglesia de América Latina y El Caribe para retomar con fuerza su compromiso social. Tan importante, que desde allí concita la mirada de la Iglesia universal, tal vez precedente de la elección del Papa Francisco.
P.- ¿Qué temas abordados en los anteriores tienen vigencia aún?
R.- Los temas, en general, siguen vigentes. Trabajo, economía, política, la cultura… son desafíos permanentes. Pero hoy se manifiestan de un modo distinto. Desde luego, la pandemia cambia de manera notable la situación no sólo en Latinoamérica y el Caribe, así como desnuda las injusticias.
Desde el II Congreso hasta ahora un enorme dolor, que sigue creciendo, son las migraciones forzadas por razones políticas, económicas o ecológicas, que además se hace más grave con la trata de personas y el crimen organizado.
Hay un tema que se abordaba de manera incipiente y hoy es más urgente: el cuidado de nuestra casa común. En fin, todos los temas ya mencionados están conectados como nos recuerda el Papa Francisco.
P.- ¿Y cuáles son los principales nuevos aspectos de la sociedad que surgen?
R.- Hay temas que continúan. Por ejemplo, en lo económico vemos cómo la maximización de las utilidades suele estar por sobre la dignidad de las personas; en lo político, observamos la debilidad de los Estados frente a las empresas transnacionales.
En materia laboral, surge una nueva manera de producir con el aporte de los avances científicos y tecnológicos, que abren un camino amplio. Al mismo tiempo, esto maravilla por la capacidad creadora del ser humano, en cuanto colabora con Dios, pero, es necesario tener en cuenta que “cuando el diablo mete la cola”, plantea un riesgo enorme de marginación y exclusión a quienes no disponen de las habilidades necesarias para asumir estos cambios. Entonces puede generar una moderna esclavitud y grupos amplios de “irrelevantes”. Por ello, es necesario acordar caminos nuevos: debemos humanizar el futuro.
Hay más desafíos: la participación de la mujer en la Iglesia y la sociedad; cuestiones antropológicas como el potenciamiento del individualismo, el debilitamiento de las redes sociales de apoyo, la merma de la solidaridad, el transhumanismo; los abusos eclesiales de poder, de conciencia y sexuales; la necesidad de acoger la diversidad en sus distintas formas; la situación de los pueblos originarios y afrodescendientes; la falta de diálogo social y eclesial; el deterioro de la calidad de vida, la desigualdad; y, por supuesto, el diálogo ecuménico e interreligioso. El menú es aún mucho más amplio.
P.- Finalmente, Guillermo, ¿qué acogida tiene la DSI y este Congreso en la iglesia del continente?
R.- Hemos notado un amplio interés. Además, en la Primera Asamblea Eclesial se manifestó la necesidad prioritaria de formación en pensamiento social de la Iglesia. En este sentido es importante adquirir las habilidades y prácticas del discernimiento, que permitan mirar con criterios del Evangelio de Jesús la realidad que vivimos en nuestra Región, país o localidad. La rapidez de los cambios requiere también velocidad en el discernimiento. No siempre es posible esperar pronunciamientos magisteriales para solucionar dolores que golpean nuestra puerta y nuestra conciencia a cada rato.
El papa Francisco nos ha hablado de la Iglesia como hospital de campaña, instalada en medio del dolor. Personalmente creo que, además, debemos esforzarnos en hacer “salud primaria”, es decir, prevenir las injusticias, aportando, desde el pensamiento social de la iglesia, al diálogo de la sociedad plural para inspirar cambios culturales y estructurales.