Es “un gran referente, una laica cuando no se hablaba del laicado, una laica que trabaja por la Iglesia y una mujer que muere, además, con una clamorosa fama de santidad, porque fue tal el acompañamiento popular, que la gente llegó al cementerio y todavía el ataúd no había salido de su casa”. Se trata de Francisca Alcover Morell (Sóller, 1912–Palma, 1954), según la define el postulador de su causa de canonización, mossèn Gabriel Ramis, una vez que el papa Francisco promulgó el 23 de febrero el decreto que reconoce sus “virtudes heroicas”.
“Su vida y su testimonio constituyen un gran mensaje –precisa–. Una vida laica dedicada a dar a conocer a Cristo. Ahora que hablamos tanto de laicado y de mujeres, Francisca es un ejemplo de todo esto, sin hacer alarde de feminismos, de apostolados ni de querer mandar en la Iglesia, sino un ejemplo desde su sitio, desde su posición en la Iglesia, de dedicación total al apostolado”.
Sin duda, fue una pionera. También en ampliar ese apostolado en su poesía y en los artículos en prensa. “Además, era poeta, quizá no de renombre –añade Ramis–, pero desde sus poemas siguió dialogando con Dios. Su poesía es, indiscutiblemente, parte de su apostolado. Como también ocurre con su obra periodística”.
Entre 1930 y 1953, no dejó de escribir versos ni artículos. En 1955, apenas fallecida, Guillem Colom publicó íntegramente su ‘Obra poética’ desde la Imprenta Marquès. “En ella canta al maravilloso entorno del valle y la bahía de Sóller: el Puig Major, la nieve, la luna, el agua, el campo; reminiscencias franciscanas que producen en el lector ecos de su propia sensibilidad religiosa”, según la escolapia María Luisa Labarta, autora de la entrada que el Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia dedica a la ya “venerable sierva de Dios” .
“La mayor parte de sus poesías están escritas en mallorquín; muy pocas, en castellano. Fue una mujer de vasta cultura, poetisa autodidacta, dotada de singular sensibilidad. Enamorada de la belleza dondequiera que la descubriera, la cantó con tonalidad propia”, continúa Labarta. Esas “reminiscencias franciscanas” las atribuye Ramis “quizás a la tradición franciscana de Sóller, donde tuvieron un convento”, el actual colegio y convento de los Sagrados Corazones, que en 1920 pasó a depender de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María.
Aunque Francisca Alcover se formó con las escolapias de Sóller, y de ello hay un eco innegable, sobre todo en su obra netamente periodística. “Estuvo en las escolapias de los 3 a los 18 años y, a partir de esa edad, comienza a escribir casi semanalmente en los periódicos locales de Sóller, donde propaga la doctrina católica y defiende a la Iglesia”, manifiesta mossèn Ramis, también postulador de la causa de canonización de Ramon Llull y de Miquel Costa i Llobera, ambas inconclusas.
“No escribe de cualquier tema por escribir, sino que defiende siempre la fe, da a conocer la vida de la Iglesia y predica a Cristo a través de la pluma, en una época en la que no es nada fácil cómo era la Segunda República y, por supuesto, durante la Guerra Civil. Ella tenía un carácter muy fuerte y toda esta fuerza la dedicó al apostolado”, recuerda Ramis. De hecho, Alcover publicó casi quinientos artículos en los semanarios ‘El luchador’ (1930-1953), ‘La Voz de Sóller’ (1930-1936) y en la revista de Acción Católica, ‘Excelsior’, entre 1936 y 1938. Durante la guerra, como escribió en los versos de su poema “Las campanas mudas” (1937), no dudó en expresar su desolación. “La amenaza terrible de la guerra / vuestra lengua de bronce ha enmudecido: / vuestra lengua, quien alzándose de la tierra / nos hablaba de cielo y de infinito”.