El pasado domingo 26 de febrero, una embarcación con 200 inmigrantes (en su gran mayoría, de Irán, Afganistán y Pakistán), tras haber zarpado del puerto turco de Esmirna, trataba de llegar a las costas de Italia. Hasta que llegó la tragedia y, tras partirse por la mitad en plena tormenta, esta se hundió en la localidad calabresa de Crotone, muriendo 67 personas; entre ellas, muchos niños.
Entonces, numerosos representantes eclesiales, encabezados por varios obispos y por el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Matteo Zuppi, llamaron a las autoridades nacionales y al conjunto de la Unión Europea a acometer una reforma “estructural” para evitar estás catástrofes humanitarias, favoreciendo la acogida en vez de una política de puertas cerradas.
En este sentido, el arzobispo Gian Carlo Perego, presidente de la Fundación Migrantes en el Episcopado italiano, señaló que la única salida justa es promover “un canal humanitario permanente y controlado en el Mediterráneo hacia Europa”. Porque “la vida y el futuro de Europa dependen de cómo acojamos, protejamos, promovamos e integremos a las personas en el camino”.
Ayer, una semana después de la tragedia, el papa Francisco, al presidir el ángelus dominical en San Pedro, rezó “para que no se repitan tragedias como esta”. Y, elevando el tono, exclamó: “¡Que se detenga a los traficantes de seres humanos, que no sigan disponiendo de la vida de tantos inocentes!”.
Un lamento que, con la misma vehemencia, Bergoglio continuó así: “¡Que los viajes de la esperanza no se conviertan nunca más en viajes de la muerte! ¡Que las aguas claras del Mediterráneo no se ensangrenten más con incidentes tan dramáticos! ¡Que el Señor nos dé la fuerza para comprender y llorar!”.
Solo unos minutos después, a través de su cuenta de Twitter, la presidenta italiana, Giorgia Meloni, saludó entusiastamente el clamor papal: “Las palabras del Santo Padre son un gran recordatorio para todas las instituciones. Como Gobierno, las hacemos nuestras y continuamos utilizando todas las fuerzas necesarias para combatir a los traficantes de personas y detener las muertes en el mar”.
Es significativo este modo de “hacer suyas” las palabras del Papa sobre la crisis migratoria en lo tocante a la lucha contra las mafias, con el supuesto fin de “detener las muertes en el mar”. Y más cuando su Ejecutivo, sostenido por Matteo Salvini y Silvio Berlusconi, partidarios de ‘frenar’ en lo posible la llegada de extranjeros a su país, ha aprobado recientemente medidas tan controvertidas como la limitación del número de rescates que pueden hacer las ONG humanitarias que operan en el Mediterráneo.
El pasado 10 de enero, Francisco recibió a Meloni en audiencia privada por primera vez desde que, el 25 de septiembre, venciera en las elecciones presidenciales. El encuentro duró 35 minutos y, en el transcurso del mismo, la líder de la coalición conservadora le mostró al Papa su “rechazo a las políticas europeas de gestión de migrantes”.
Frente a las mismas, reclamó un “plan continental” de “solidaridad” para el reparto de las personas llegadas por vía marítima, comprometiéndose todos los países miembros de la UE al reparto equitativo de las personas migrantes, no quedando este concentrado en España, Italia y Grecia. Una reclamación que el Papa ha reivindicado en varias ocasiones.