‘Vivir como si Dios existiera. Una propuesta para Europa’. Es el título de una selección de textos de Benedicto XVI llevada a cabo por el profesor de Ética Empresarial del IESE, Ricardo Calleja. Un libro que abre la colección ‘Pensar Europa’ que la editorial Encuentro lanza en colaboración con el Real Instituto de Estudios Europeos de la Universidad CEU San Pablo.
- PODCAST: Parroquias en salida
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
A través de esta obra, este doctor en Filosofía del Derecho y Política por la Universidad Complutense de Madrid analiza la aportación del pontificado de Joseph Ratzinger a la reconstrucción del viejo continente, desde el convencimiento de la necesidad de “una identidad a la vez robusta y abierta, liberada de los traumas del pasado por su confianza en el perdón y la redención”.
PREGUNTA.- ‘Vivir como si Dios existiera’. ¿Se ha olvidado Europa de Dios o lo ha enterrado directamente?
RESPUESTA.- Con la religión sucede como con el poder: no es posible el vacío. Si no manda quien tiene que mandar, manda quien no tiene que mandar. Si no se adora a Dios, se adoran ídolos, fabricados por mano humana. La pregunta es siempre relevante: ¿cuáles son vuestros dioses y dónde los adoráis? ¿Quién habla en su nombre? ¿Cuándo viene a salvaros? ¿Qué sacrificios exige? Todo esto es una consecuencia de la naturaleza religiosa del ser humano: necesitamos sentido, el sentido está más allá de nuestra experiencia empírica y capacidad, y a la vez necesitamos tocarlo.
En Europa yo veo a Dios a punto de resucitar. Lo está haciendo por inmigración, por reacción de resistencia cultural frente a las nuevas religiones de sustitución, por búsqueda personal de sentido ante la nada… Claro que siempre existe el peligro de la desviación, de la superstición y la manipulación espiritual, del abuso de poder, de la instrumentalización política… que no son sino ídolos. La cuestión es buscar la religio vera (la religión compatible con la razón, de la que escribió Ratzinger) y adorar razonablemente (logiké latreia, como le gustaba subrayar). Y desde ahí se trata de poner orden en la vida y en la sociedad. Y es a esta pretensión de verdad a lo que tiene alergia Europa. Preferiríamos una religión de diseño, que nos consuele y pacifique. Pero solo un Dios que existe, nos conoce y nos quiere de verdad puede salvarnos.
El sueño de Ratzinger
P.- ‘Una propuesta para Europa’. ¿Con qué Europa soñaba Benedicto XVI?
R.- Benedicto no era un nostálgico, aunque estaba profundamente agradecido al pasado. La Europa que recuerda Benedicto es la de los Padres de la Comunidad Europea. Una Europa que -inspirada por el cristianismo y horrorizada por la guerra y los genocidios ideológicos- buscaba vivir en paz, solidaridad y prosperidad, dentro de unas instituciones libres y representativas.
Era consciente de los nuevos escenarios que enfrentamos, y que tanto se esforzó en diagnosticar. Pienso que aspiraba a una Europa con una identidad a la vez robusta y abierta, liberada de los traumas del pasado por su confianza en el perdón y la redención. Una Europa de la verdad en la caridad; respetuosa de la persona -de los vulnerables en primer lugar- y de las culturas, no limitada a expandir los derechos subjetivos. Una comunidad de naciones capaz de ser una influencia positiva en las poblaciones migrantes y en las demás culturas allende sus fronteras. Le concedieron el premio Carlomagno por su evidente compromiso con el proyecto de una Europa supranacional. Y a la vez, sorprende que -en su testamento espiritual- dirige su agradecimiento a la patria alemana, de un modo que podría resultar localista.
Amenazas al pluralismo
P.- ¿Cuáles son las principales amenazas para el pluralismo religioso en la Europa de 2023?
Diré algo incorrecto y paradójico: la principal amenaza es el debilitamiento del cristianismo. El “nosotros” (que incluye a todos los ciudadanos) históricamente se ha formulado en cristiano. Las religiones políticas -ideológicas o tradicionales- no han demostrado esta capacidad de integrar sin discriminar.
Tampoco el cristianismo ha incidido a fondo en las sociedades europeas, y en las instituciones humanas siempre habrá discriminaciones injustificadas, y -sobre todo- marginación y olvido, insensibilidad. El cristianismo debe ayudar a descubrir esas fallas, como explicaba Benedicto en el discurso en Westminster. Pero en cierto sentido el enemigo está siempre dentro: en un cristianismo no plenamente asimilado.
Por lo demás, las nuevas religiones civiles de sustitución y otros fenómenos asociados -que de modo más sutil fomentan la homogeneización total de las conductas- asfixian el pluralismo. O mejor, si se acepta la metáfora: reducen el “mercado” a una gama de yogures de sabores muy vistosa y variopinta. Muy diversa, sí: pero solo de yogures; y todos de la misma marca.
En España la escuela concertada salió en defensa del pluralismo frente a la ley Celáa (con la plataforma Más Plurales). Pero me temo que el pluralismo de proyectos educativos ya no es un valor compartido: estamos ante un gran intento de refundar la sociedad sobre principios nuevos, que dejan fuera de las estanterías del supermercado de la educación todo lo que no sea yogur de colores.
P.-La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto de nuevo la tentación de usar a Dios como parapeto para justificar la violencia. No son pocas las ocasiones en las que Putin y el patriarca ortodoxo han justificado la invasión como una cruzada cristiana. Un intelectual como Joseph Ratzinger, ¿cómo se posicionaba ante esta manipulación de Dios?
R.-Una de las grandes preocupaciones de Ratzinger, especialmente ante el auge del terrorismo islamista, fue presentar la religión como una aportación a la paz. Era perfectamente consciente de que la religión -si se desvía- es especialmente peligrosa: las emociones y relaciones que genera tienen una gran potencia que puede ser desviada. Por eso proponía una mutua apertura de religiones y culturas y razón ilustrada, siguiendo el ejemplo histórico del cristianismo.
A la vez, no pensaba que esto pudiera conseguirse en una negociación a la baja, renunciando a la verdad para conseguir una especie de ética universal transversal. Era muy escéptico sobre las posibilidades de un sincretismo buenista para salvar al hombre y contribuir a la paz y a la justicia.
P.- De todos los textos de Benedicto XVI que ha recogido en el libro, ¿cuál le leería a Putin si le tuviera delante?
R.- Sin duda, le leería la lección magistral en la Universidad de Ratisbona: «La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma». Seguía Benedicto citando a un antiguo emperador bizantino: «Dios no se complace con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas… Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona».
En su día, una referencia a Mahoma por parte del autor mencionado, provocó una airada reacción en algunos ambientes musulmanes. Benedicto señalaba en el discurso -y en toda su obra- el peligro de una religión que no esté iluminada y purificada por la razón, que recayera en la superstición y la violencia, como decíamos antes. Es cierto que Benedicto dejó escritas unas impresiones personales tras un encuentro con Putin, pero sin duda hoy las revisaría, a la vista de los hechos. Por otro lado, era muy escéptico en general con la idea del imperio cristiano, como se lee en sus comentarios a las tentaciones de Cristo en Jesús de Nazaret.
P.- ¿Y a Pedro Sánchez?
R.- A Pedro Sánchez -como a cualquier político- le animaría a leer despacio el discurso al Bundestag. Al comienzo del mismo, evocando la oración de Salomón pidiendo sabiduría, decía a los representantes del pueblo alemán: “La Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político. Su criterio último, y la motivación para su trabajo como político, no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material.
La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín”.
El aporte de Bergoglio
P.- ¿Qué aporta Francisco a su mirada Europa como un pontífice que viene de otro continente?
R.- Francisco es un personaje poliédrico. A pesar de que se le asocia a veces con figuras global, su pensamiento es decididamente anti-ilustrado, como se ve por ejemplo en Laudato Si’ o Fratelli Tutti. Y eso es una novedad entre los papas más recientes, cuyo proyecto era primero resistir la secularización y después re-evangelizar la cultura occidental, tal como la conocieron. Tampoco Juan Pablo II o Benedicto XVI eran ingenuos sobre los problemas de Europa y su cultura, o sobre la condición histórica de toda tradición intelectual: no suscribían ese universalismo ingenuo típicamente liberal, que considera que la democracia y el capitalismo son el fin de la historia.
No me sorprende por eso que la diplomacia de Francisco con las potencias no occidentales no siga el guión propio de la Guerra Fría: “las democracias son los buenos, y hay que hacer que los malos se les parezcan cada vez más y operen bajo sus reglas”. Esto puede ser desconcertante.
Por otro lado, Francisco tiene una experiencia directa del tipo específico de marginalidad que produce la globalización -que ha calificado “del descarte”- en los barrios de las grandes urbes. Esto le da a su magisterio y pastoral un acento existencial y comprometido, que aspira a conectar con los problemas diarios de la mayoría de los seres humanos hoy. Con Francisco -y supongo que es una tendencia que trasciende al papa actual- la pluralidad de culturas no europeas donde crece el cristianismo va ocupando el escenario: nuevas caras, formas estéticas, problemas y ritmos. Las periferias se pasean por la capital, como sucede de hecho en todos los ámbitos.
Sin embargo, sospecho que el principio de orden capaz de integrar todos estos contrastes -verdadera complexio oppositorum típicamente católica, que diría Schmitt- seguirá siendo esencialmente romano, y por tanto en buena medida europeo: el pensamiento metafísico y lógico; el derecho -con su articulación de lo local y lo universal-; la concepción republicana de la política; la persona, concebida en relación con otros pero sin subsumirse en lo colectivo; la medida humana en lo estético; la primacía de lo sustantivo sobre lo técnico, etc. Pero resulta obvio que es necesaria una sacudida que nos permita desprendernos de las adherencias e inercias de una época que se ha terminado. Eso -quizá- solo puede hacerlo alguien como Francisco: un outsider.