Colegio María Corredentora: una escuela de felicidad

Alumnos Down en el Colegio María Corredentora. Fotos: Jesús G. Feria

En 1950, Carmen Gayarre, catedrática en la Complutense de Madrid, contactó con las Hermanas de Nuestra Señora de la Compasión para plantearles algo que les sorprendió: poner en marcha el primer colegio para alumnos con síndrome de Down en España. Tras un proceso de discernimiento, la congregación, fundada en Francia en 1817 por el sacerdote Mauricio Garrigou, entendió que la obra encajaba en su carisma y, unos meses después, nació en Madrid el Colegio San Luis Gonzaga.



El primer y único alumno era Luis, hijo de Gayarre, que prestó un chalet para la puesta en marcha del centro. Al poco, se incorporaron otros tres alumnos. Se encargaban de todo tres religiosas compasionistas: María Cristina García, María Clotilde Gutiérrez y Clara Zorrozúa, acompañadas por la superiora provincial, María Estanislao. Los inicios fueron difíciles y, al poco, la congregación planteó el cierre. Pero, entonces, las cinco hermanas que ya estaban volcadas en esta pastoral del corazón dieron un paso adelante y cada una se empleó en distintas tareas para ganar un sueldo extra y mantener el proyecto.

Alumnos Down en el Colegio María Corredentora. Fotos: Jesús G. Feria

Constante evolución

Poco a poco, el colegio fue creciendo. Pasaron a ingresar en él también chicas y adquirieron la vivienda aledaña para ampliar la respuesta. Las hermanas se volcaron de un modo absoluto y dedicaban a esta labor la jornada entera, pues los alumnos vivían entonces como internos. Cuando Luis, el primer alumno, terminó su formación a los 15 años, sus padres mantuvieron el nombre de San Luis Gonzaga para una fundación dedicada a esta causa. Pero las compasionistas, enamoradas ya de su misión, la mantuvieron, cambiando el nombre del colegio al actual: María Corredentora. Tras un tiempo en otras viviendas, en 1968 llegó el gran cambio: la adquisición de los actuales terrenos sobre los que se edifica el centro, en el distrito de Canillejas.

Y así es como, casi medio siglo después, nos encontramos con un colegio en el que hay matriculados 318 alumnos y cuentan con un centenar de docentes contratados. Pero, si se ha evolucionado mucho en cuanto al potencial y a las instalaciones, lo que se mantiene tal cual es el ambiente alegre. Vida Nueva lo comprueba de primera mano en su visita al colegio. En una mañana primaveral, luminosa, a las nueve y media muchos alumnos bajan de los autobuses y, en la entrada, empieza un alud de abrazos y sonrisas estallantes; entre ellos, pero también con los profesores y los padres. Porque, cuando hablan de “una gran familia” compuesta por más de 400 personas, es verdad.

Alumnos Down en el Colegio María Corredentora. Fotos: Jesús G. Feria

El quinto hijo

Caminando junto a Esther López Frago, responsable de comunicación del centro y que conoce los nombres de todos los alumnos con los que nos cruzamos, recorremos las instalaciones. Pero antes hablamos con Isabel Vázquez Boch, madre de Carlos, de 17 años, cuya historia simboliza cuanto aquí ocurre: “Soy madre de seis hijos. El quinto fue él. Lo adoptamos cuando tenía tres años y nuestra vida cambió por completo. Carlos es el pegamento de la familia y todos somos mejores personas gracias a él”.

Y eso que los inicios no fueron fáciles: vivían en Valencia, su marido y ella tenían buenos trabajos y tenían ya cuatro hijos. Lo tenían aparentemente todo, pero ocurrió algo: “Tenía varios amigos en una asociación de acogida para personas vulnerables. Me gustaba lo que hacían e iba a las reuniones, aunque jamás me planteé comprometerme. Hasta que llegó un aviso: se pedía una familia que quisiese adoptar a Carlos, con síndrome de Down y una grave enfermedad estomacal. No me había planteado adoptar, y menos a un niño así, pero el aviso me rondaba en la cabeza. Pasaron tres meses de silencio y al final me atreví a comentarlo con Gabriel, mi marido. Para mi sorpresa, él me reconoció que tampoco dejaba de pensar en él, así que nos hicimos la gran pregunta: ‘¿Por qué no le adoptamos nosotros?’. Visto con perspectiva, fue una llamada. Dios nos lo puso en el camino y nos llamó a ser sus padres”.

Inicios difíciles

Tras un largo proceso burocrático, pudieron adoptarle. Aunque tampoco entonces fue fácil: “Estaba deshidratado y, por faltarle el intestino grueso, estuvo mucho tiempo ingresado, llevando una bolsa gástrica. Tuve que irme a Badajoz durante semanas, embarazada de ocho meses de mi sexta hija. Al nacer ella, yo le daba el pecho y a Carlos suero… Y con mis otros hijos en Valencia”.

Cuando al fin todos pudieron juntarse en casa, él fue a un colegio, “como cualquier otro. Era muy querido y en el centro se esforzaron mucho con él, pero llegó un momento en el que supe que mi hijo necesitaba recibir educación especial, adaptada a él. Conocí el María Corredentora a través de amigos y me fascinó… Así que llegó el cambio definitivo: hace seis años, nos trasladamos toda la familia a vivir a Madrid para que él pudiera estudiar aquí”.

Autonomía… y felicidad

Isabel destaca que “aquí preparan a los chicos para tener una autonomía. No me obsesiono con que llegue o no a tener un trabajo. Solo quiero que pueda valerse por sí mismo y, sobre todo, que sea feliz. Y eso aquí lo consiguen ofreciendo a cada uno lo que necesita. Carlos es bueno en lengua y no lleva bien las matemáticas, así que le enseñan a utilizar la calculadora para que, el día de mañana, pueda ir a una tienda y comprar él sus cosas. Eso es lo que le hace evolucionar”.

Hoy, 14 años después de que llegara a su vida, “toda la familia sentimos que nos ha hecho mejores. Una vez leí que ‘las personas con Down están en el mundo para cambiar el corazón del hombre’. Me pareció exagerado, pero hoy lo entiendo. Gracias a su sensibilidad, a su cariño, a su alegría, sé que la vida es otra cosa y no lo que a veces pensamos. Cuando alguien tiene un mal día, le diría que viniera a la entrada o a la salida del colegio. Esos abrazos, ese amor que demuestran a todos, me hace tener claro que, si ellos no existieran, como algunos desean, nuestra sociedad sería muchísimo peor”.

El centro de la familia

Isabel siente que “Carlos es el centro de nuestra existencia y sus hermanos le quieren con locura. Muchas veces me dicen que mi hija pequeña es especial, en el sentido de bondadosa, generosa… Y eso es porque ha crecido ya con él en nuestra casa. Todos tienen claro que Carlos es nuestra esencia y que nos ha enriquecido muchísimo”.

Algo que, en clave de fe, se traduce en que, “cuando uno cree en Dios, tiene el corazón más grande. Nosotros nunca habíamos planeado esto, pero ha sido una oportunidad para mostrar nuestro agradecimiento por la vida. Y es que, como dice un amigo que también ha adoptado a un hijo con Down, ‘tenerles a ellos es como vivir con Dios en casa’. Yo sentía que la vida iba más allá de tener una buena casa o un trabajo… Ahora he comprobado que la vida está para darla. Carlos nos ha cambiado a todos y ha tocado el alma de mucha gente. Incluso de los que decían que era una ‘locura’ cuando nos planteamos adoptar. Ahora, él es un poco de todos y tenemos que dar unas gracias eternas”.

Alumnos Down en el Colegio María Corredentora. Fotos: Jesús G. Feria

Una gran familia

Tras esta primera charla con esta madre, que no para de dar abrazos a todos los chicos con los que se cruza mientras los llama por su nombre (en esta familia de 400 personas, efectivamente, todos se conocen), recorremos el colegio, repartido en aulas por ciclos: Infantil (de tres a seis años), Educación Básica Obligatoria (hasta los 16) y Transición a la Vida Adulta y Programas Profesionales (hasta los 21). Tras ir adquiriendo todo tipo de habilidades para favorecer su autonomía, adaptándose siempre a cada situación particular, la etapa final busca que tengan una vida independiente. Para ello, incluso cuentan con una Escuela Hogar en la que, a modo de piso, con camas y cocina, un cocinero les enseña cómo hacer varios platos y otros docentes les muestran cómo organizar el cuarto.

Antes de llegar allí, nos encontramos con el Aula Metro, que, toda una planta, simula una estación del Metro de Madrid. Los alumnos fomentan su autonomía mientras organizan el viaje que harían para desplazarse de un lugar a otro. Lo mismo que en otra actividad, por la que acuden en grupos a un centro comercial cercano y cada uno de ellos, contando el dinero que llevan, realiza una compra y se encarga de pagarla.

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