Vaticano

Francisco sobre la confesión: “Dios nos espera cuando hemos tocado fondo”

El pontífice ha confesado a algunos fieles de la parroquia romana de Santa María de Gracia





El papa Francisco ha presidido la clásica Celebración Penitencial de Cuaresma en la parroquia romana de Santa María de Gracia, a pocos pasos de la entrada de los Museos Vaticanos. Una propuesta que coincide con la iniciativa “24 Horas para el Señor” lanzada por el pontífice y que por primera vez sale de los muros de la basílica de San Pedro. Francisco, como es habitual se confesó y administró el sacramento a varios fieles.



Entre los fieles que han pasado por el confesonario imporvisado del Papa ha estado una madre acompañada de su bebé Pedro, que tiene síndrome de Down, y un joven, ambos fieles de la parroquia. Para la mujer “ha sido un gran regalo” tener la posibilidad de confesarse con el Papa. “El camino de la fe nos ha ayudado mucho, una vez que escuchamos los latidos del bebé no hubiéramos tomado decisiones diferentes a la que tomamos”, ha relatado antes de la celebración a los medios vaticanos. El joven invitó a perder el miedo al confesonario y a no vivir el sacramento “con cierta pesadez”.

Un diálogo verdadero

“Repitamos durante unos instantes, con el corazón arrepentido y lleno de confianza: Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador. En este acto de arrepentimiento y confianza, nos abriremos a la alegría del don más grande, que es la misericordia de Dios”, señaló el Papa ante los fieles presentes en el templo. Para Francisco quien es demasiado rico de sí mismo y de su propia “valía” religiosa presume de ser justo y mejor que los demás, se complace en el hecho de que ha salvado las apariencias; se siente bien, pero de ese modo no puede darle lugar a Dios, porque no lo necesita.

“El lugar de Dios lo ha ocupado con su ‘yo’ y entonces, aunque recite oraciones y realice acciones sagradas, no dialoga verdaderamente con el Señor”, advirtió el Papa. Y es que, añadió, “sólo quien es pobre de espíritu, necesitado de la salvación y mendigo de la gracia, se presenta ante Dios sin exhibir méritos, sin pretensiones, sin presunción. No tiene nada y por eso encuentra todo, porque encuentra al Señor”.

Comentando la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14) señaló que el religioso “está seguro de sí, erguido y triunfante como alguien que debe ser admirado por sus capacidades. Con esta actitud reza a Dios, pero en realidad se celebra a sí mismo: yo voy al templo, yo cumplo los preceptos, yo doy limosna. Formalmente su oración es irreprochable, exteriormente se ve como un hombre piadoso y devoto, pero, en vez de abrirse a Dios presentándole la verdad del corazón, enmascara sus fragilidades con la hipocresía. No espera la salvación del Señor como un don, sino que casi la pretende como un premio por sus méritos. Avanza sin titubeos hacia el altar de Dios para ocupar su puesto, en primera fila, pero acaba por ir demasiado adelante y ponerse frente a Dios”, advirtió Bergolio.

El abrazo del Padre

Frente a él, el publicano, comentó el Papa, “se queda en el fondo” y “precisamente esa distancia, que manifiesta su ser pecador respecto a la santidad de Dios, es lo que le permite experimentar el abrazo bendito y misericordioso del Padre. Dios puede alcanzarlo precisamente porque, permaneciendo a distancia, ese hombre le ha hecho espacio”. “¡Qué cierto es esto también en nuestras relaciones familiares, sociales e incluso eclesiales! Hay verdadero diálogo cuando sabemos guardar un espacio entre nosotros y los demás, un espacio saludable que permite a cada uno respirar sin ser absorbido o anulado. Entonces ese diálogo, ese encuentro puede acortar la distancia y crear cercanía. Esto también sucede en la vida de ese publicano. Quedándose en el fondo del templo, se reconoce en verdad tal como es ante Dios: distante, y de este modo le permite a Dios acercarse a él”, reclamó el pontífice.

“Así es Dios, nos espera en el fondo, porque en Jesús Él quiso ‘ir hasta el fondo’, ocupar el último lugar, haciéndose siervo de todos. Nos espera en el fondo, porque no tiene miedo de descender hasta los abismos que nos habitan, de tocar las heridas de nuestra carne, de acoger nuestra pobreza, los fracasos de la vida, los errores que cometemos por debilidad o negligencia. Dios nos espera allí, nos espera especialmente en el sacramento de la confesión”, señaló Francisco. “Cuando nos confesamos, nos ponemos en el fondo, como el publicano, para reconocer también nosotros la distancia que nos separa entre lo que Dios ha soñado para nuestra vida y lo que realmente somos cada día. Y, en ese momento, el Señor se acerca, acorta las distancias y vuelve a levantarnos; en ese momento, mientras nos reconocemos desnudos, Él nos viste con el traje de fiesta. Y esto es, y debe ser, el sacramento de la reconciliación: un encuentro festivo, que sana el corazón y deja paz interior; no un tribunal humano al que tenemos miedo, sino un abrazo divino con el que somos consolados”, reivindicó.

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Etiquetas: papa Francisco
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