Peridis ‘asciende’ a Beato

Peridis ‘asciende’ a Beato

Una novela en la que hay conocimiento, pasión y un intento de que todos lleguen al corazón del Beato de Liébana como hombre de su tiempo. Así es ‘El cantar de Liébana’ (Espasa), la quinta novela en doce años de José María Pérez ‘Peridis’ (Cabezón de Liébana, 1941). “Creo que estaba predestinado –comienza a decir en broma–. Lebaniego nacido a cuatro o cinco kilómetros de donde Beato tenía monasterio, dibujante y escritor, un poco como Beato, aunque en otro orden de cosas, tenía obligación”.



Como cántabro, como lebaniego, como amante del románico y de la Edad Media, sí que admite: “Tenemos un compromiso, una deuda con Beato, que es la persona más importante que lleva el nombre de lebaniego y había que ponerse, pero era difícil porque yo no quería hacer una novela histórica al uso, de intrigas y de aventuras policíacas”.

Peridis lo que sí quería era escribir desde la contemporaneidad, sirviéndose de un personaje entrañable, Eulalia, una sexagenaria y viuda reciente, a la que acompañan la joven Tiqui y el excéntrico profesor don Crisógono. “En la vida se tienen que plantear retos y mi reto era contar a Beato pero desde el siglo XXI, y no desde la teología sino desde la vida de otras personas a las que les influye todavía actualmente”, manifiesta.

Así que el arquitecto, el dibujante, se adentra con pasión en descifrar, como sostiene en el prólogo, “quién era y de dónde venía, en aquellos tiempos procelosos de la invasión musulmana de Hispania, un monje llamado Beato, que escribió a Alcuino de York, ganándose su confianza, para llegar al emperador Carlomagno y al papa León III con el fin de ponerlos de su parte en la confrontación con Elipando, arzobispo de Toledo y primado de España, que sostenía que Jesucristo solo era hijo adoptivo de Dios”.

Joyas bibliográficas

Poco se sabe, apenas que venía de Córdoba, que era presbítero y ayudante de Elipando hasta que se convirtió en bastión frente a aquella herejía adopcionista y en el autor de los Comentarios al Apocalipsis –que aún se siguen conociendo como beatos– con sus “miniaturas maravillosas, hoy diríamos que cuasi psicodélicas”, como describe.

Sin embargo, los 31 beatos que se conservan –casi cuarenta, si se incluyen los fragmentos–, la mayoría de los siglos XI y XII, no son precisamente libros populares. “Esa es la razón por la cual me aventuré a escribir esta novela –admite Peridis–. Teniendo una muestra artística de esta envergadura, de esta importancia y de este significado en la Edad Media y en todo el arte cristiano occidental, creo que se le conoce poco”.

Y añade: “Son libros que se copiaron durante cinco siglos, el gran referente de las bibliotecas más importantes del mundo que tienen la suerte de poseer uno. Son joyas bibliográficas, ‘de mírame y no me toques’. Ahora con los facsímiles van llegando, pero a los que tienen dinero para guardar en casa. No son libros al alcance de la gente, tampoco por el texto. No es un libro de lectura. Es un libro de carácter teológico y profético porque son comentarios al Apocalipsis de san Juan y eso son palabras mayores”.

Avance estético

Es cierto, como expone el dibujante, que “son un refrito, un corta y pega, un argumentario para combatir la herejía adopcionista” y, desde el punto de vista textual, hay que reconocerlo: “Son de muy pesada lectura y no interesa actualmente. Si lo hubiera escrito un poeta como Dante, incluso Berceo, a lo mejor podría haber tenido flecos que nos interesaran, pero es indigesto –vamos a decir– para la lectura”.

Toda esa oscuridad, en cambio, se transforma en luz en las miniaturas: “Es un libro especializado cuya importancia la dan los dibujos y las ilustraciones de los distintos copistas. Pensemos que faltaban varios siglos para llegar la imprenta”. Precisamente, Peridis resalta de los beatos “esos dibujos, la enorme imaginación, la capacidad de expresión, la inventiva, la belleza. Tuvieron una influencia importante en el avance estético. Es más, grandes pintores de los siglos XIX y XX se han inspirado en los beatos, entre ellos Picasso. Picasso le debe mucho más a Beato que al casero de París”, manifiesta.

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